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Patrimonio | Un paseo por una exposición reveladora

Mucho más que sarcófagos y zurbaranes

  • ‘Un museo con mucha historia’ es la exposición con la que el Museo de Cádiz resume su trayectoria a partir de piezas que no se ven habitualmente

El gran mosaico cerámico que perteneció al antiguo Museo de Bellas Artes y que está en el centro de esta exposición.

El gran mosaico cerámico que perteneció al antiguo Museo de Bellas Artes y que está en el centro de esta exposición. / Lourdes de Vicente

Un museo, por lo general, guarda mucho más que lo que muestra. Si además, como le ocurre al Museo de Cádiz, hunde sus orígenes en la segunda mitad del siglo XIX y su configuración actual es fruto de la fusión de dos instituciones de gran potencia expositiva, el resultado es un bagaje histórico incuestionable y una abundante y destacada colección de piezas. Y como no todo cabe en las salas del museo, parte de esa historia y parte de las piezas se guardan, almacenadas y catalogadas, cumpliendo una de las funciones principales de un museo: la custodia del patrimonio. Algunas de estas piezas del Museo de Cádiz, precisamente, salen este verano de su letargo para formar parte de la exposición Un museo con mucha historia, que hasta el 30 de septiembre se podrá visitar en el patio del edificio de la plaza de Mina y que supone, también, una excelente oportunidad para conocer el origen y la historia de la institución y para saber que el museo provincial gaditano es mucho más que sarcófagos y zurbaranes, sus piezas más conocidas y destacadas.

De la segura mano del director del Museo de Cádiz, Juan Ignacio Vallejo, recorremos esta exposición temporal en la que prima el carácter didáctico y divulgativo y que, por tanto, combina la exposición de elegidas y significativas piezas con paneles explicativos que sitúan al espectador en la historia del edificio que visita, en las raíces del continente y también de su contenido, que en muchas ocasiones anda ligado, incluso cosido, a la historia del edificio.

Así, la primera gran división de esta exposición se produce al presentar las dos instituciones independientes que, una vez fusionadas en 1970, empezaron a configurar el actual museo. Se trata, por un lado, del Museo Provincial de Bellas Artes, surgido en 1852 tras la desamortización que, precisamente, permitió la construcción del edificio del Museo tras el bocado estatal que menguó el contiguo convento franciscano y que también llevó hasta el Museo, a través de la ya afamada Real Academia de Bellas Artes, obras cuya conservación y difusión fueron encargadas, a falta de un ministerio de Cultura al uso, a la docta institución que, en Cádiz, ocupó una parte del edificio en el que todavía tiene su sede.

La foto que muestra cómo era la entrada al Museo Arqueológico por el Tinte, junto a distintas fichas. La foto que muestra cómo era la entrada al Museo Arqueológico por el Tinte, junto a distintas fichas.

La foto que muestra cómo era la entrada al Museo Arqueológico por el Tinte, junto a distintas fichas. / Lourdes de Vicente

La otra pata del Museo se constituyó 35 años después, en 1887: el Museo Arqueológico que nació tras el relevante descubrimiento, por parte de Pelayo Quintero, del primer sarcófago fenicio, una de las joyas que, por sí solo, justifica la visita al museo de la plaza de Mina.

La historia de ambas instituciones por separado y su posterior unión en 1970 para crear el Museo de Cádiz, de carácter y referencia provincial, se relata en esta exposición con distintos textos, con aclarativos planos que señalan cómo el edificio fue acogiendo en sus distintas dependencias a ambas instituciones y con escogidas piezas que, en su gran mayoría, forman parte del escondido almacén que todo museo guarda en sus entrañas y que, aun desconocidos, son objetos de indudable valor histórico y artístico.

Y esta exposición temporal muestra, por tanto, un conjunto de piezas llamadas a contar de alguna manera la historia del museo más allá de sus grandes tesoros –“los grandes hitos”, como los denomina el director y que, como los sarcófagos y los zurbaranes, siguen a disposición del visitante en sus salas originales–.En el centro del patio se muestra el gran mosaico cerámico de 1927 que servía de bienvenida en el primigenio Museo Provincial de Bellas Artes y que celosamente se guarda desmontado y numerado, azulejo a azulejo, en los almacenes.

Entre esos objetos destacan los libros de firmas. En la exposición se muestra uno de los varios volúmenes con que cuenta el museo y se destacan algunas de las firmas que estamparon relevantes y destacados personajes. Así, están las firmas de Manuel de Falla, Ignacio Zuloaga, Rubén Darío, Jacinto Benavente, Miguel de Unamuno, Rafael Alberti, Gerardo Diego, Eduardo de Ory o el propio Pelayo Quintero, este histórico arqueólogo que, con su halo de misterio incluido, resultó tan capital para el conocimiento del Cádiz fenicio.

Por eso, quizás, un rincón de la muestra está dedicado a su figura, con una fotografía del gabinete arqueológico, y personal, que tenía en las dependencias cuando fue director del Museo de Bellas Artes, y con la exposición de una de sus vitrinas originales con algunas de las piezas halladas en sus excavaciones. Curiosa es también una fotografía de la antigua entrada al Museo Arqueológico, por el Callejón del Tinte a finales del siglo XIX.

La exposición no se olvida, no puede hacerlo, de Concepción Blanco, directora del Museo Arqueológico desde 1932 hasta su jubilación en 1977. Un personaje el de esta madrileña de Alcalá de Henares que, sin duda, merecería la pena recuperar para recordar, también, que fue la primera mujer profesora del Instituto Columela.

Cuatro figuritas religiosas de marfil que proceden de Manila. Cuatro figuritas religiosas de marfil que proceden de Manila.

Cuatro figuritas religiosas de marfil que proceden de Manila. / Lourdes de Vicente

Y más piezas que sirven para recorrer el mundo de las donaciones o las compras: un cuadro de gran formato de San Agustín, una pintura con una vista del Puerto de Málaga, dos pequeños retratos de Concepción Castelar y su entonces jovencísimo hijo Emilio, puntas de obsidiana procedentes de la Isla de Pascua, una lápida del Nazareno del Polvorín, un cuadro, entrando ya en el arte contemporáneo, de Lolo Pavón; la obra La visita del Cardenal (la última adquisición del Museo), una muestra de la curiosa colección de malacofauna (conchas) de Gavala y Laborde, un fragmento de calendario romano, figuritas religiosas de marfil de procedencia filipina, retratos en miniatura del siglo XVIII, un ungüentario romano con pepitas de oro, la conocida estatuilla de Melkart encontrada en Sancti Petri (quizás la pieza más viajera y prestada del museo gaditano) o un cuadro de Joan Miró.

Un museo con mucha historia, como revela el título de la exposición, que por una vez se mirá a sí mismo, bucea en sus raíces y su origen, a la espera de que el futuro le depare la tan esperada ampliación para seguir cumpliendo con esa máxima museística internacional de conservar e investigar, comunicar y difundir y gestionar el patrimonio. Una labor que, como destaca el director Juan Ignacio Vallejo, no sería posible sin el equipo humano que ha ido formando parte del museo desde sus primeros orígenes. Ahora y siempre.

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