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Artistas de Cádiz | Eduardo Millán

La realidad, esa eterna obra

  • El jerezano Eduardo Millán es un pintor culto y conocedor. Su historial apabulla

Eduardo MIllán, pintado una de sus obras.

Eduardo MIllán, pintado una de sus obras.

Cada día estoy más convencido de que las Facultades de Bellas Artes no serán nunca lo que deberían si sus claustros de profesores no están compuestos por los artistas verdaderos y no, como realmente ocurre, por aquellos que acceden por las vías espurias por las que suelen acceder. Si ocurriese lo lógico, allí estarían los que estuvieran en posesión de lo mejor y, sobre todo, supieran transmitirlo. Por eso creo que Eduardo Millán, uno de los más sabios, lúcidos y preparados artistas que existen en el panorama pictórico español, debería formar parte obligatoriamente del profesorado de cualquier facultad que se precie. Enseñaría como nadie lo que atesora su pintura, mostraría las rutas seguras de la pintura realista, sabría motivar y generaría las mismas apasionantes expectativas que él siente por la pintura. Jamás los estudiantes, con él de profesor, estarían faltos de la necesaria visión artística que hay que tener para ser creador y acertado ejecutor de sabios intereses artísticos. Porque Eduardo Millán es un científico de la pintura; conoce a la perfección todas las bases que deben tenerse en cuenta para plasmar la realidad tal como debe ser y no como la queremos ver; sabe de la exactitud de los parámetros que deben intervenir en la representación, de los índices absolutos de la luz sobre las cosas, el paisaje o las personas; es sabedor, en sus más mínimos detalles, de los ejes y la localización adecuada de las perspectivas, de los sistemas físicos que generan los postulados de la verdadera pintura realista. Sus cuadros lo atestiguan; su matemática ilustración de la realidad –no la ficticia, epidérmica y, casi siempre, equivocada visión de lo que parece realidad y que se acostumbra a identificar como pintura realista– se nos presenta como el testimonio verdadero de lo que ha de ser la gran manifestación pictórica de lo real.

Eduardo Millán es jerezano de 1979. Licenciado en Bellas Artes por la Facultad de Sevilla, por la que es, también, doctor, ha sido, desde un primer momento, un artista luchador por la verdad del arte. Desde siempre lo tuvo claro y su permanente formación viendo y oyendo a los mejores –su admiración por Antonio López es absoluta– lo llevaron a abrazar el credo del realismo. Es un auténtico estudioso de la pintura. No sólo es un pintor que nació con unas capacidades impresionantes para el arte; además de ello, se cultivó, admiró a los más grandes de la pintura de siempre, desde Jan Van Eyck hasta su admirado Lucien Freud. Es investigador nato sobre el arte en general y la pintura en particular. Eduardo Millán no es el típico pintor al que sólo le interesa lo que él descubre o lo que él hace. Es un lector apasionado sobre pintura y pintores; sobre los realistas y sobre todos los demás. En su mente cabe todo lo bueno. Por eso, sabe discernir y se queda con lo que le interesa después de conocer casi todo lo que hay. Es, en definitiva, un pintor culto y conocedor. Su historial apabulla. Cuando se presentaba a los grandes certámenes, su nombre destacaba entre los mejores. Nombrar todos sus premios y becas sería largo y, quizás, aburrido. Por citar sólo una cosa, me atrevo a nombrar la Beca Avigdor Arika, prestigiosa donde las haya. Pero su premio más importante ha sido, sin lugar a dudas, su obra. Es un auténtico tratado de pintura. El manual exacto que descubre los acontecimientos de lo que deber ser la plasmación de la realidad.

Desde un mínimo pero magnífico bodegón de dos pimientos o un, casi, apunte de un autorretrato hecho en la soledad de los días de confinamiento, hasta el gran lienzo de la calle Corredera –un espectáculo absoluto para los sentidos que plasma el ambiente representativo de la jerezana calle desde una especialísima perspectiva que abarca toda la vía–, las obras de Eduardo Millán son verdaderos relatos de composición, tratados de matemática pictórica, fórmulas inquietantes de perspectivas, análisis de volúmenes... Si ustedes contemplan detalladamente las obras del pintor jerezano verán que, entre la magnificencia de la representación, el artista, incluso, deja, para la eternidad, las cifras, los números, las coordenadas, las horas... que marcan las disposiciones de cada obra. Son como cuadernos de bitácora donde se describe lo que acontece en cada obra, en cada momento , aquello que hay detrás de cada pincelada o de cada trazo lumínico. La pintura de Eduardo Millán suscribe el relato que hay tras lo que la mirada ve; no de lo que nosotros vemos como real.

Pero Eduardo Millán es mucho más que el hacedor, con mayúsculas, de una pintura sin reveses. Eduardo es un niño grande humilde, un artista que no se cree artista, un pintor con infinitas dudas que sólo ve él y, además, es una buena persona; un pintor amigo de los pintores –especie en peligro de extinción–, un artista que explica su pintura, que descubre los entresijos de su pintura, que enseña su pintura –también una especie en peligro de extinción–. Eduardo Millán es un pintor moderno; sí, lo es porque la modernidad no tiene tiempo ni edad. Es un pintor clásico; lo es porque su pintura, como lo clásico, es eterna. Eduardo Millán es un pintor cuya obra constituye la manifestación de lo que es el arte por el arte, la pintura total que magnifica lo real para convertirlo en pura obra de arte.

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