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Cultura

Las palabras del mago

  • Esta semana se cumplieron cien años del nacimiento de Roald Dahl, autor de clásicos infantiles como 'Las brujas' o 'Matilda'

Si no larga, la vida es lo suficientemente ancha como para que todos tengamos sombras. No somos ejemplares de la misma forma que no somos robots. Pero existe cierto consuelo en comprobar que un nombre lejano, al que uno hacía buena persona, en efecto lo era. Eso ocurre con el caso de Roald Dahl, que hubiera cumplido 100 años el pasado 13 de septiembre. A Dahl (Cardiff, 1916) se le conoce primero por sus obras infantiles. Su primer cuento, de hecho, lo escribió a partir de su experiencia en la RAF en la II Guerra Mundial, acerca de unas criaturas que causaban averías, Los Gremlins. Cuando escribía para niños, recuperaba sin esfuerzo esa mirada naïf, exagerada y fascinada que se tiene de pequeño y de la que nos desprendemos conforme caen los dientes de leche. Quizá sea Las brujas -la novela en la que relata las aventuras de un niño frente a un aquelarre- su historia más conocida. Fue llevada al cine protagonizada por Angelica Houston y no fue, desde luego, la única: Tim Burton dio forma a las últimas versiones de James y el melocotón gigante y Charlie y la fábrica de chocolate. El Gran Gigante Bonachón (Mi amigo el gigante) ha sido la más reciente de sus creaciones en llegar al cine, con la voz y los gestos de Mark Rylance.

Aunque, de sus títulos infantiles, la historia que mejor le define es Matilda: como el propio Dahl -y como tantos protagonistas de sus cuentos-, Matilda era huérfana; como el propio Dahl -hijo de padres noruegos en Reino Unido-, se sentía fuera de sitio. Como a Roald Dahl, las palabras le ayudaron a salvarle la vida.

Dahl era consciente de la especial sensibilidad de los niños, de su maleabilidad y de lo atroz del mundo que les rodea, pues bajo el maquillaje y el histrión presenta una realidad que los niños saben puede ser veraz: la gente normal puede querer matarte; tus padres (nada de familias adoptivas) pueden desear librarse de ti; si te sales del camino, existen castigos que ni puedes imaginar.

Que Dahl tenía un ojo para lo perverso lo sabe cualquiera que haya leído sus historias para adultos. A Alfred Hitchcock le hubiera encantado firmar el puñado de incomodidades que reúne en sus Relatos de lo inesperado y sus Historias extraordinarias.Enseñó a muchos, también, a perderle el miedo a los corsés del lenguaje: uno cuenta historias para jugar. El lenguaje es un juguete. Quizá el ser bilingüe le sirviera para deslizarse sin problemas a la hora de crear conceptos, de combinar e inventar sin pudor nuevas palabras.

De manera bastante inusual para vivir en un país desarrollado a mediados del siglo XX, Roald Dahl afrontó la pérdida y la enfermedad en varios niños de su familia: la primera, la de su hermana, víctima de una peritonitis. Su hijo, Theo, desarrolló hidrocefalia. Una de sus hijas, Olivia, murió de complicaciones causadas por el sarampión (es conmovedora la carta de Dahl relatando el caso y suplicando a los padres que vacunen a sus niños). Roald Dahl da nombre a una organización encargada de prestar apoyo a niños con enfermedades severas y poco comunes: el 10% de los beneficios de sus ventas tienen fines sociales.

Su nieta, Sophie Dahl, escribía esta semana en The Guardian una nota de recuerdo: "Mientras dormíamos, escribía con herbicida los nombres de los niños sobre la hierba. 'Han sido las hadas. Vamos a ver qué han hecho', nos decía en el desayuno -contaba la modelo-. Mi abuelo murió cuando yo tenía 13 años y él, 74, una edad que ahora me parece demasiado joven. Y lo echo de menos muchísimo".

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