Cultura

El mundo como escenario

  • El bailarín y coreógrafo gaditano Iván Amaya lleva ahora su danza a El Salvador, con su pieza 'Enebro'

El bailarín gaditano Iván Amaya, durante una de sus actuaciones.

El bailarín gaditano Iván Amaya, durante una de sus actuaciones. / toni blanco

El gaditano Iván Amaya no entiende la vida sin el baile: "No recuerdo mi niñez sin bailar", explica a este periódico desde El Salvador, el lugar del mundo en el que ha instalado durante estos días un escenario que en su caso se va trasladando continuamente para actuar, dar clases o mostrar sus últimas coreografías. Europa, América y África conocen ya sus pasos, su manera de danzar y de entender esta expresión artística en la que se mueve como pez en el agua porque, está convencido, su única vocación posible es el baile.

Gaditano de 1986 y de Conil, del campo de Roche, Iván Amaya estudió primaria y secundaria en el colegio del Colorao, para después pasar a Cádiz y estudiar bachillerato en el instituto de la Viña y danza en el conservatorio de la capital, donde llegó tras tomar sus primeras clases de ballet, a los 15 años, en Vejer con Carmen Cornejo. Aquellos primeros pasos no hacían sino reafirmar una pasión casi congénita: "Desde muy pequeño supe que quería ser bailarín, me encantaba inventar bailes y me pasaba el día escuchando música y jugando a ser bailarín. No recuerdo mi niñez sin bailar, y a los cuatro años convencí a mí madre para apuntarme a clases de baile: sevillanas y algo de flamenco. Era el único chico de la escuela y no a todo el mundo le gustaba mi afición , pero aprendí rápido a no escuchar demasiado a la gente que te dice lo que no puedes hacer, desde muy pequeño me interesó el arte, la música y la danza".

Pero hubo un día en el que Cádiz se le quedó pequeño. Su anhelo era enfocar su carrera hacia la danza contemporánea y en la provincia, explica, "apenas había dónde estudiarla". Así llegó al Centro Andaluz de Danza (CAD), el lugar en el que durante tres años tuvo la oportunidad de formarse con "muchísimos maestros y coreógrafos nacionales e internacionales. Fue como un nuevo punto de partida, entendí la seriedad y el rigor del trabajo, me apasioné aún más con la danza". Ya no hubo, por tanto, vuelta atrás. Iván Amaya confirmó su vocación y pudo comenzar a dedicarse profesionalmente a ella en cuanto dejó el CAD: "Desde que salí de allí, hasta ahora, no he parado de trabajar".

Aunque reside habitualmente en Sevilla, su vida profesional le obliga a viajar de manera continua. Así, tan pronto está en algún punto de España impartiendo clases de danza, como Almería, que se desplaza para bailar en el Carnegie Hall de Nueva York o en el Bellas Artes de Puerto Rico. O donde se encuentra ahora, en El Salvador, dirigiendo su coreografía Enebro para la Compañía Nacional de Danza del país centroamericano.

Además, como bailarín está también de gira con la compañía Cienfuegos Danza, donde estrenó pieza en septiembre en los Teatros del Canal de Madrid, y en los próximos meses estrenará el montaje Mosaico en Suiza con la compañía Flamencos En Route.

Y es que el flamenco le ha abierto muchas puertas dentro de la danza, pues explica que le ha llevado "a lugares donde es mucho más complicado llegar con compañías de danza contemporánea". Y entre el flamenco y el baile más vanguardista, su trayectoria artística le ha llevado a realizar giras por teatros y festivales de España, Colombia, Venezuela, Inglaterra, Puerto Rico, Francia, Holanda, Marruecos, Bélgica, Alemania, Suiza y Estados Unidos.

Bailarín, coreógrafo y profesor de danza son los terrenos en los que se mueve habitualmente Iván Amaya, a quien no le cuesta decantarse por su verdadera pasión: "Me encanta el escenario, la energía y la magia que se vive encima de las tablas es algo que te engancha. Además, evito estancarme y siempre busco lugares donde poder seguir creciendo, trabajo en compañías que tienen lenguajes muy diferentes y me obligan a ponerme en contextos muy distintos. También me encanta coreografíar, es otra manera de vivir el proceso y de enriquecerme. En mi caso, bailar y coreografiar están muy unidos, me encanta crear y compartir con los bailarines mi mundo interior, sensaciones, inquietudes y mi manera de entender el movimiento".

También se refiere a su visión de la danza en España, donde cree que hay "mucha precariedad y poco apoyo por parte de las instituciones", pero a cambio piensa que hay "mucho talento" y hay "público con ganas de ver danza".

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