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Cultura

De las minas no me quejo

  • Como aperitivo del Festival de las Minas de La Unión, que se celebrará el próximo mes de agosto, Curro Piñana nos trae esta antología de cantes mineros

Curro Piñana. Con Juan Manuel Cañizares, Carlos y Antonio Piñana, Pedro Sierra. Inedit.

Sólo cuenta con un precedente, el disco Por levante de Diego Clavel, que incluye 39 variaciones de cantes de las minas, frente a los 28 que ahora nos ofrece Curro Piñana. Se trata en ocasiones de variaciones muy sutiles, casi inidentificables, pero ahí están. Claro es que la discografía de Antonio Piñana, patriarca de los estilos levantinos y abuelo de nuestro protagonista, es una suerte de antología de cantes mineros. De la misma manera que en su Historia del cante flamenco Juan Valderrama nos ofrecía un buen ramillete de variantes de los cantes de las minas. Son los dos grandes referentes de Piñana: su abuelo y el cantaor de Torredelcampo. Del primero obtiene el conocimiento y del segundo la plástica, la sensualidad, el gusto cantaor. La influencia de otro jiennense, Gabriel Moreno, se hace patente en los estilos de Linares y en los más valientes. La influencia de Morente la encontramos en la Taranta personal.

El maestro José Blas Vega certifica, a través de la exhaustiva indagación documental que acompaña a esta obra, la evidencia: los cantes de las minas son elaboraciones musicales complejas llevadas a cabo por profesionales del cante, sobre la base tradicional de unos fandangos cuya memoria resulta altamente difusa. En la línea de esta memoria nos ofrece Piñana la malagueña cartagenera, la malagueña bolera del campo de Cartagena, que es un puro fandango de irrigación malagueña, los cantes del trovo y la sanantonera, estos dos rescatados por su abuelo; y los cantes de madrugá que algunos intérpretes y estudiosos presentan como precedente de la minera. Los estilistas de la taranta y la cartagenera son El Rojo el Alpargatero y Antonio Chacón. Sobre ellos influirán intérpretes locales como el Ciego de la Playa en Almería, o el Tonto Linares, El Cabrerillo y el Frutos en Jaén. La estilización de El Rojo y Chacón llegaría a sus máximos históricos con Vallejo, Marchena, El Cojo de Málaga, Guerrita, Angelillo, Pinto y la Niña de los Peines, logrando de la taranta y sus derivados (minera, murciana, levantica) uno de los géneros estrella de los años de máxima popularidad de lo jondo, la ópera flamenca de los 20 y 30. El taranto es, de hecho, una elaboración moderna, de los años 40 del siglo XX que, según Gamboa, sólo adquiere esta denominación en los discos de Fosforito de finales de los 50. Miguel Borrul padre y Ramón Montoya fueron los creadores de los toques mineros, es decir, de la taranta y la minera, que acompañan a todos los estilos de las minas, aunque también se pueden cantar con el acompañamiento de granaínas y malagueñas.

Curro Piñana hace la melodía y la letra tradicionales, muchas de ellas rescatadas por su abuelo Antonio de la memoria y amistad con Antonio Grau, hijo del Rojo el Alpargatero. Es un gran acierto puesto que los estilos mineros no son sólo un repertorio melódico, sino también literario. En su garganta oímos pues letras clásicas por cartageneras como Fueron los firmes puntales y mineras como Compañerito minero, De las minas no me quejo del Rojo, tarantas y levanticas del Cojo de Málaga como Échese usted al vaciaero y Por la mañana la llamo y cartageneras de Chacón como A la derecha te inclinas. Una curiosidad es la casi desconocida cartagenera de la Trini que incluye esta obra, un cante muy influido por la malagueña de este célebre cantaora.

Frente a estas interpretaciones clásicas de las melodías mineras, tenemos una verdadera antología de toques mineros que van del clasicismo de Antonio Piñana, hasta la vanguardia de Juan Manuel Cañizares que descompone la melodía y armonías tradicionales de la murciana y la cartagenera llamada clásica sin dejar por eso de sostener, e influir a su vez, el cante de Curro que, en esta última interpretación en concreto, hace un verdadero alarde de amplitud de tesitura. Pasando por la melaza de Juan Ramón Caro, la sobria austeridad de Serranito, la imaginación de Carlos Piñana, el oficio y la solidez de Pedro Sierra.

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