Literatura

Los hijos literarios concebidos en los inciertos tiempos del confinamiento

  • Los escritores Enrique Montiel y Manuel Ramos firman este sábado, día 2, en la librería Manuel de Falla sus libros de relatos ‘La fábrica de la luz’ y ‘Verano del 62’ (El Boletín), escritos en paralelo

Enrique Montiel (izquierda) y Manuel Ramos posan con sus libros nacidos en tiempo de confinamiento y mascarillas.

Enrique Montiel (izquierda) y Manuel Ramos posan con sus libros nacidos en tiempo de confinamiento y mascarillas. / Julio González

El portazo que el mundo ha dado a 2020 ha sido estruendoso y, como consecuencia, el año se ha cerrado con doble vuelta de llave, pestillo y candado. Año improductivo para tanta gente, año perdido para muchos, es quizás en la faceta creativa donde otras personas han encontrado en este nefasto 2020 el asidero perfecto para hacer de la cultura un salvavidas en el que flotar con cierta garantías mientras el temporal agitaba con brío el mar de la vida. Y a la literatura se han agarrado Enrique Montiel y Manuel Ramos, dos escritores gaditanos, de San Fernando y Cádiz, que convirtieron el confinamiento en un tiempo propicio para concebir en paralelo, aunque con total independencia, dos libros de relatos que ven ahora la luz editados por El Boletín. La fábrica de la luz, de Montiel, y Verano del 62, de Ramos, se visten este sábado, día 2, de año nuevo, de fiesta, en la librería Manuel de Falla de la capital, donde entre las 12.00 y las 14.00 horas sus autores firmarán ejemplares de sus libros.

Ambos libros surgen tras el encargo de Juan José Téllez de sendos relatos a cada uno de los autores para formar parte de la obra Relatos sin mascarillas. Ese fue, en pleno confinamiento, el punto de partida de un trabajo más amplio que se desarrollaría en paralelo pero con plena independencia creativa y literaria.

“Se puede decir –explica Manuel Ramos– que la espoleta que provocó el primer impulso fue la pandemia. Naturalmente, Enrique y yo somos amigos desde hace años y sabemos uno del otro y nos hemos leído con atención y aprovechamiento, en mi caso con manifiesta admiración hacia su obra. Por supuesto somos narradores diferentes, con distintas estrategias narrativas y estilos propios. Mientras escribíamos, leíamos lo que el otro iba tejiendo en ese tupido tapiz que iban a componer cada uno de los libros. Pero por supuesto con entera libertad e independencia uno del otro”.

Enrique Montiel completa los detalles de aquel fructífero proceso: “Los intercambios diarios de relatos siempre eran una fuente de sorpresa y alegría. Tanto Manolo como yo ignorábamos los que escribíamos hasta que lo recibíamos uno del otro. Era la parte gratificante de la escritura, esta especie de comunión con un lector fiel, un lector atento y siempre sincero. Podía considerarlo el regalo cotidiano. La literatura nos salvó, de alguna manera. No sé lo que habría sido de nosotros sin estos libros”.

Una literatura que se manifiesta en cada libro con las particularidades de cada autor, distintos en fondo y forma, pero que, como relata Montiel, mantiene un nexo común que puede deberse a algún componente generacional: “La literatura que nos une es la gran literatura, la literatura sin concesiones, para entendernos. Los dos somos estudiosos de la misma materia, y escritores coherentes con lo que estimamos. Ya llevamos otros libros y muchos años leyendo y trabajando, pues no hay otro medio. Nos unen los grandes poetas (Juan Ramón, Cernuda, Vallejo, Lorca…) y los grandes narradores (Luis Berenguer y Alfonso Grosso, Cela y Stendhal, Vargas Llosa y Carpentier, muchos), esto significa partir con un nivel alto de auto exigencia. Estos libros están construidos bajo estas premisas. Hablamos de modos de abordar la experiencia comunicativa que es todo relato”.

“Hablamos –remata Montiel– de modos de abordar la experiencia comunicativa que es todo relato. Hay algo que nos une, sin embargo, lo local que contiene. En mi caso está la Isla, claro. Pero la Isla y Cádiz son un ‘continuo’ narrativo, es un mismo escenario”.

Manuel Ramos, también escritor de larga y fundada trayectoria, explica su génesis creativa y las fuentes de sus relatos. “En mi caso, a la hora de escribir me alimento abundantemente de la memoria, de una memoria no exclusivamente personal sino colectiva, tamizada, digo, por la ficción que es la que al final provoca un desenlace siempre imprevisto y, en muchos casos, sorprendente de cada uno de los relatos. Por otra parte, Cádiz es una realidad constante en mis relatos. Creo no solo intuir, sino comprender cabalmente, que la intención de esta inevitable presencia ha sido la de, por una parte, asociar mi memoria a la ciudad en donde he nacido y vivido los acontecimientos más importantes de mi vida, aunque también la de recuperar un pasado casi próximo, aunque a punto de desaparecer por la destrucción física y el paso inevitable del tiempo”.

Ambos autores agradecen el compromiso y empeño de Eduardo Albadalejo en la edición de estas dos obras, a través de El Boletín, dos libros que surgieron encerrados y que ahora aparecen liberados en ese espacio de luz y novedad en que se convierten las librerías.

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