“Ahora hay que coger de la oreja a los niños para que salgan a la calle”

Javier Serrano Palacio | Periodista y escritor

'Tardes de chapas y pan con chocolate’ es el título del libro en el que Javier Serrano y Gonzalo Sánchez-Izquierdo recuerdan la época en la que se jugaba en calles y plazas

El escritor y periodista vasco Javier Serrano, fotografiado en la playa de la Barrosa de Chiclana.
El escritor y periodista vasco Javier Serrano, fotografiado en la playa de la Barrosa de Chiclana.

El periodista y escritor Javier Serrano Palacio no es gaditano, pero casi. Nacido en Bilbao hace 47 años, aunque criado en Madrid, mantiene con Cádiz y su provincia la vinculación que le otorga ser el marido de una cañaílla. Asiduo de San Fernando, usuario de la playa de la Barrosa, aficionado al Carnaval y al Yuyu y paseante por el parque Genovés, Javier Serrano –que acude a Carranza cuando puede con sus hijos a ver el Cádiz– ha escrito con Gonzalo Sánchez-Izquierdo el libro Tarde de chapas y pan con chocolate, que relata cómo era la infancia en los tiempos en los que no había móviles, ni Play, ni 200 canales de televisión. La época en la que se jugaba en la calle: “Antes, nuestros padres nos metían en casa de la oreja; ahora, hay que coger de la oreja a los niños para que salgan a la calle”.

–¿Cómo surge este libro, ‘Tarde chapas y pan con chocolate? ¿Es un proyecto conjunto con Gonzalo Sánchez-Izquierdo?

–Gonzalo y yo somos amigos y compañeros de trabajo desde hace unos 25 años. Los dos tenemos hijos, él dos y yo tres, y coincidíamos en que cuando les contábamos a los chavales cómo eran nuestras infancias, los niños no se lo creían: les sonaba raro eso de que sólo hubiera un canal de televisión (después dos, cuando pusieron el UHF) y que se viera en blanco y negro; que no existieran los móviles ni internet; que nos divirtiéramos a pedradas... Y cuando la editorial nos sugirió plasmarlo en un libro, no lo dudamos. Hemos disfrutado como enanos en la elaboración de Tardes de chapas y pan con chocolate.

–En principio podría pasar por un ‘simple’ libro nostálgico: ¿qué hay detrás de esa nostalgia? ¿viene a sanar algún déficit vital?

–(Ríe). Tanto como déficit vital, yo diría que no. Pero sí tiene un punto reivindicativo: cuando nosotros éramos niños, en aquellos tiempos prehistóricos, nos lo pasábamos muy bien y éramos muy felices aunque en términos materiales teníamos muchas menos cosas que ahora. Somos una generación que ha aprendido en la calle. El libro no defiende ni que antes la vida era mejor ni que lo sea ahora; lo que hace es contraponer dos épocas, y cada una tiene sus cosas buenas. Pero el contraste nos ha permitido echarnos unas risas.

–¿Qué cree que la sociedad actual puede echar de menos de aquella infancia que retrata en el libro?

–La parte social. Antes, nuestros padres tenían que salir a buscarnos porque estábamos por ahí con la pandilla y se hacía de noche, así que nos metían en casa de la oreja; ahora hay que coger de la oreja a los niños para que salgan a la calle a relacionarse con otros chavales. La tecnología está haciendo una sociedad más individualista: los niños se pasan el día jugando a la videoconsola y hablan con los amigos a través de unos auriculares con un micrófono, que parecen marcianos. Y los móviles también están provocando ese mismo efecto: ni siquiera en las comidas familiares la gente puede dejar el móvil a un lado, ni mayores ni pequeños. Hace medio siglo, había celebraciones de Navidad con 30 personas sentadas a la mesa, se contaban historias, se hacían bromas, se conversaba, se cantaba, se reía... Ahora es menos habitual, la gente se refugia en su móvil y se queda ensimismada mirando la pantallita. Yo mismo caigo en eso con mucha frecuencia.

–Y al revés: ¿qué le hubiera gustado tener en su infancia y juventud de los avances de hoy en día?

–Uf, prácticamente todo. ¡Si no teníamos de nada! Habríamos flipado con un móvil, la PlayStation, un patinete eléctrico, campos de fútbol de hierba artificial (nosotros jugábamos en tierra), balones de fútbol que no te dejaran las costuras marcadas en la frente cada vez que rematabas de cabeza, YouTube, Spotify, 200 canales de televisión, cines con butacones para tumbarse (y un barril de palomitas y un litro de cocacola)... Ay, madre... Pero si te fijas, son todo cosas materiales, porque en términos de felicidad y disfrute, no nos faltó de nada.

–¿Se imagina a los niños de hoy en día, dentro de 40 años, escribiendo un libro sobre su propia infancia. echando de menos un móvil, una consola...? ¿Hacia dónde vamos?

–Es difícil de imaginar qué les puede faltar a los niños de ahora, que tienen de todo, pero seguro que surgirán cosas. Creo que uno de los grandes problemas es que a los chavales no les enseñamos a valorar las cosas, seguramente les cuesta muy poco esfuerzo conseguir lo que quieren. Nuestra generación, en ese sentido, está mucho más curtida, tenemos claro el valor del esfuerzo.

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