A él no le gusta el flamenco

Un momento de la propuesta 'Libertino', de Marco Vargas y Chloé Brûle, en la Sala Central Lechera.
Un momento de la propuesta 'Libertino', de Marco Vargas y Chloé Brûle, en la Sala Central Lechera.
Mª Ángeles Robles / Cádiz

21 de octubre 2015 - 05:00

LIBERTINO. Compañía: Compañía Marco Vargas & Chloé Brûlé. Dirección, coreografía y baile: Marco Vargas y Chloé Brûlé. Dirección adjunta: Evaristo Romero. Textos e interpretación: Fernando Mansilla. Cante: Juan José Amador. Composición musical: Gabriel Vargas. Diseño de iluminación: Carmen Mori. Escenografía: Antonio Godoy Vestuario: La Aguja en el Dedo y Fondo de Armario. Coreografía guajira: David Romero y Chloé Brûlé.

El público esperaba paciente a la entrada de la sala Central Lechera, bajo un cielo que amenazaba derrumbarse, para ver el único estreno del FIT 2015: Libertino, una propuesta de la compañía sevillana de Marco Vargas & Chloé Brûlé. Casi quince minutos pasada la hora de comienzo previsto de la representación y las puertas cerradas. Algunos paraguas preparados, buen humor y buena disposición. Ya dentro, entre bambalinas, él ya sabía que no le gusta el flamenco.

Abrieron las puertas, por fin, y otros veinte minutos de espera mientras el público se acomodaba en la sala repleta. En la escena esperaban también pacientes tres sillas, un perchero y un sombrero. Ligera utilería para una representación que tenía previsto no durar más de una hora. Aunque nadie lo sospechaba todavía, a él no le gusta el flamenco.

Comienza la función. Las primeras luces en escena nacen de una jaula vacía. Poco a poco se va iluminado todo. Un hombre sentado, el hombre al que no le gusta el flamenco: lo repite, mucho. El hombre que busca el compás por todas partes, hasta debajo de la cama, el hombre solo que ha perdido a su novia del Penedés en un tour por la Sevilla de los bajos fondos donde se pasa costo y se aprende, o se pierde definitivamente, el compás de la vida, o el compás y la vida. El Sur del arquetipo indeseable, el Sur del mal vivir y de la juerga, el Sur con los ojos del Norte. ¿Con los ojos del Penedés?

Y poco más desde el punto de vista dramático. Y muchos más desde el punto de vista coreográfico. Danza bien construida, bailarines bien preparados. Sobre todo ella, Chloé Brûlé, brilla en escena, nervio puro, flamenco puro, destreza, energía, sabiduría.

Y el cante, también presente, llenando de luz, de magia, el espacio escénico. La voz trabajada de Juan José Amador rompiendo el silencio. Y hasta se marca unos pasos sin alardes coreográficos, patadas flamencas que salen de dentro. El silencio también tiene un papel protagonista, aunque no se alcance a saber con certeza cuál es. Silencio roto, mejor, por el taconeo desesperado de los bailarines, por el cante intenso y conmovedor de Amador. Pero también por ese hombre al que no le gusta el flamenco: actor sentado, casi todo el tiempo, y aposentado en el dolor posible, en la amargura de la pérdida. Hasta ahí llegamos a fuerza de imaginación.

El espectador pone de su parte, se emociona con la voz rasgada, aplaude la intensidad del baile. Porque al público… al público sí le gusta el flamenco.

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