Cultura

Los géneros que suscriben lo real

Obra de César Galicia.

Obra de César Galicia. / d.c.

La pintura realista ocupa el mayor capítulo en el vasto manual de la Historia del Arte. Tuvieron que pasar muchos siglos para que la representación de lo real perdiera algún interés en la producción artística en aras de otras circunstancias en las que la ausencia de lo concreto adquiriera nueva potestad artística. Sin embargo, la figuración, lejos de venirse abajo, conquistaba otros territorios en lo que significaba la ilustración de lo inmediato y abría perspectivas para configurar un paisaje creativo que admitía desarrollos y desenlaces con novedosas argumentaciones.

No obstante hay que tener en cuenta ciertas consideraciones que, creo, pueden ser importantes en la valoración de esta práctica artística. El realismo, sobre todo el pictórico, por sus características de fácil captación visual, sin pocas exigencias interpretativas y escasas complejidades conceptuales, era demandado por una inmensa mayoría, lo que llevaba implícito que muchos de los autores de esta tendencia se sintieran privilegiados y, hasta los de mayor osadía y con bastantes problemas de soberbia, se vieran como los únicos portadores de la suma verdad artística. La pintura realista - o mejor dicho, muchos de sus practicantes, con una gran dosis de apasionamiento e, incluso, de exaltación - planteaba situaciones que, no siempre, mantenía una lógica y una sensatez, sin alteraciones ni exuberancias. En este sentido, estoy seguro de ello, desde el propio ejercicio figurativo, mucho mal se le ha hecho al realismo y a la plasmación de lo concreto; dentro de los pasajes de este modo de expresión, existen episodios desapasionados, poco creíbles, de epidérmicas sensaciones, efectismos superficiales poco convincentes y hasta actuaciones poco dignas. Cualquier mínimo planteamiento con correcta manifestación y fidelidad al modelo era aceptado como suprema obra artística y elevado a su autor a las máximas instancias. Así hemos tenido por buena, mediana pintura y por excelsos artistas, simples copiadores de la realidad con ciertas dotes manipulativas pero escasas luces creativas. Y lo peor es que la ponderación de estos mínimos venía casi siempre de los hacedores de tan poco - que habían sido catapultado a los olimpos del Arte vacíos de casi todo -, de sus desinformados turiferarios amantes de los efectismos imitativos y de los equivocados compradores que creían haber encontrado un dorado vestido de saldo.

Pero, no podemos quedarnos en los desafortunados episodios de una práctica artística que, a pesar de todo, ha dado muchos y muy buenos realizadores dentro de las coordenadas de una contemporaneidad que, no en la medida deseada, ha considerado - porque no podía ser de otra forma - a estos grandes de la captación de lo real y sus diferentes formas de hacerlo visible. La exposición en el Museo Carmen Thyssen de Málaga nos conduce por una serie de importantes artistas realistas, esos que han sabido aprehender la apariencia de lo real, transmitiendo, a su vez, los poderosos planteamientos técnicos que, a lo largo de la historia, han hecho que la forma de la realidad llegue a todos en un juego de ficticias complicidades.

Los mejores nombres de la figuración española, desde los años sesenta a nuestros días, conforman un catálogo de nombres muy importantes que, a su vez, en la mayoría de los casos, también, nos dejan obras de indudable calidad artística. Una exposición que pone en sintonía el trabajo de cuatro décadas de realismo en España y que, además, se presenta con la referencia de algunos grandes del realismo clásico, aquellos que hicieron de lo real un tratado de belleza, los pintores holandeses y españoles del barroco - Zurbarán y Van der Hamen, como nombres más sobresalientes -

La exposición se articula en cuatro series que marcan los géneros más significativos de esta tendencia artística: el bodegón, la figura humana, los interiores domésticos y la pintura de paisajes al aire libre. De todas ellas nos encontramos obras sobresalientes, como la pintura realista de aquella Escuela de Madrid de los años cincuenta y sesenta donde convivían los grandes nombre del realismo español; el mejor Antonio López y sus extraordinarios compañeros de andanzas figurativas, Isabel Quintanilla, María Moreno, Amalia Avia, Claudio Bravo y los López Hernández, - menos, lógicamente, la excepción abstracta de aquel grupo irrepetible, Lucio Muñoz - . Recorrido que continúa, entre otros, con obras de Eduardo Naranjo y Cristóbal Toral - este con muy poca participación - y que termina con los realista nacidos en los cincuenta y que, para este humilde amante de lo artístico, tiene un nombre: el de César Galicia, que en la muestra nos presenta, sobre todo, una espléndida figura de genialidad suprema.

Estamos ante una muestra que nos reconduce por la gran figuración, esa que sí goza de los postulados justos que requiere una pintura, a la que su exceso celo de efectismo, minuciosidad a la fidelidad del modelo y desapasionamiento, ha hecho, en demasiados ocasiones, que converja en un muestrario de virtuosismos con gran carga de epidérmicas sensaciones.

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