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Cultura

expresiones de lo imposible

  • Los hitos previos a un género. La editorial Rey Lear publica un breve pero enjundioso itinerario realizado por el traductor y ensayista Pollux Hernúñez donde se recorren los antecedentes de la ciencia ficción desde la Antigüedad hasta los comienzos del siglo XIX

"Unas sirvientas hechas de oro se apresuraron a ayudar a su señor [Hefesto]. Parecían muchachas de verdad y no sólo podían articular palabras y mover brazos y piernas, sino que poseían inteligencia y podían realizar tareas manuales". Procedente de la Ilíada, el pasaje puede considerarse la primera referencia a los autómatas de la literatura universal y por eso figura, junto a otros tomados de la epopeya de Gilgamesh -el relato más antiguo de la humanidad, un milenio anterior a los poemas homéricos-, del Libro de los muertos egipcio o de la República de Platón, al frente de esta Prehistoria de la ciencia ficción en la que el traductor y ensayista Pollux Hernúñez (Salamanca, 1949) ha compendiado los hitos previos a la aparición del género propiamente dicho, esto es, los autores y obras susceptibles de ser encuadrados en la llamada protociencia ficción, anterior a la aparición del término acuñado a mediados del XIX e incluso a los precursores que en ese mismo siglo sentaron las bases de una forma de narrativa cuya eclosión tendría lugar a lo largo de la centuria pasada.

En relación con el término science fiction -o sci-fi, como suelen abreviarlo los aficionados y las publicaciones especializadas-, Hernúñez empieza por datar su origen en 1851, cuando William Wilson lo introduce por primera vez en su Librito serio sobre grandes temas antiguos, donde escribía: "En la science fiction podrán exponerse las verdades reveladas de la Ciencia, entretejidas en una historia amena que podrá ser poética y verosímil". Wilson es pues el padre del término, pero su opúsculo apenas fue leído y, de hecho, aquel no comienza a imponerse hasta que Hugo Gernsback lo recupera -junto a scientifiction, que no tuvo igual fortuna- en la década de los veinte, cuando se populariza de la mano de la revista Amazing Stories, uno de los iconos de la edad de oro del pulp. Ninguno de los dos clásicos por excelencia, Jules Verne y H. G. Wells, que escribían romans scientifiques o scientific romances, se sirvieron nunca de una expresión que fue literalmente volcada al castellano como "ciencia ficción", cuando la traducción correcta -la que se ha impuesto, apunta Hernúñez, equivale a llamar "hielo crema" al ice cream- habría sido "ficción (o narrativa) científica".

Tampoco lo hicieron Edgar Allan Poe, Mark Twain, Jack London o Arthur Conan Doyle, por citar a otros escritores que realizaron incursiones puntuales en los terrenos de un género entonces naciente que aún hoy se resiste a ser definido, pues, como bien dice Hernúñez, resulta fácilmente reconocible para los lectores pero no se presta a ser delimitado en pocas líneas. A pesar del subtítulo, Del tercer milenio antes de Cristo a Julio Verne, esta Prehistoria no se detiene apenas en los autores de la época clásica (el siglo XIX) que otros llaman primitiva, dado que el autor, siguiendo la opinión más extendida, señala el punto de inflexión no a raíz de la publicación de Cinco semanas en globo (1863) de Verne -título en todo caso inaugural- sino de Frankenstein o el moderno Prometeo (1818) de Mary Shelley, cuyo inolvidable argumento se sitúa todavía a medio camino entre la alquimia y la ciencia. La autora inglesa, que años después publicaría el relato futurista y apocalíptico El último hombre (1826), marca para Hernúñez, como también el gran Hoffmann o el joven Balzac, el final de una era, sólo que en el caso de Shelley ese final contiene el principio de una orientación nueva.

Pero nada lo es del todo, como sabemos, y a recoger los precedentes más o menos lejanos -algunos lejanísimos, como veíamos- dedica el autor este breve recorrido que no pretende ser exhaustivo, pero contiene numerosas pistas interesantes y vale como acercamiento sumario a un tema casi inabarcable. El texto tiene su origen en un curso de la UIMP, Literatura fantástica y otras expresiones de lo imposible, dirigido por José María Merino y en el que Hernúñez participó con una ponencia titulada Ciencia ficción antes de la ciencia ficción. ¿Quiénes son los antecesores a los que podría aplicarse ese título? Dejando aparte los textos mencionados al comienzo y otros de Japón, China o la India que abundan en portentos y maravillas, el autor de la Antigüedad que mejor representa la protociencia ficción es Luciano de Samósata, maestro de la sátira y viajero estelar que influyó de forma decisiva en Jonathan Swift o Cyrano de Bergerac, igualmente vinculados a la tradición de la fantasía científica. Las sagas germánicas, las Mil y una noches o los libros de caballerías; autores como Dante, Rabelais, Moro, Bacon o Campanella, y disciplinas como la cábala o la alquimia, aportan otros tantos precedentes relacionados con la exploración de mundos desconocidos, la invención de otros imaginarios, la descripción de seres monstruosos o el misterio de la vida.

La edad de los descubrimientos traerá consigo un renovado interés por el cosmos que se traduce en avances formidables, pero también en fantasías desaforadas como las de Kircher, John Wilkins, Kepler o Godwin. Muchas de las ensoñaciones tienen por objeto la Luna, pero otras se vuelven al interior de la Tierra o a extensiones incógnitas del globo donde los expedicionarios entran en contacto con realidades insospechadas. Casanova o Restif de la Bretonne, los citados Swift y Bergerac, Milton o Münchhausen, Defoe o el mismísimo Voltaire (otro gran admirador de Luciano) escribieron páginas donde -a menudo con propósitos alegóricos, satíricos o morales- disparataban a capricho o aventuraban profecías de improbable cumplimiento. Entre los españoles, hay que mencionar en lugar señalado a Juan Maldonado, discípulo de Nebrija y corresponsal de Erasmo, que en un temprano Somnium (1532) viajó a la Luna y a Mercurio, pero también a Torres Villarroel (Viaje fantástico, 1724), a Manuel Antonio de Rivas (Sizigias y cuadraturas lunares, 1775) o al siempre sorprendente abate Marchena (Parábola sobre la religión y la política entre los selenitas, 1787), cuyo viaje quedó inconcluso después de que la Inquisición cerrara la revista donde se publicaba.

"En realidad la ciencia ficción no es más que otra forma, más moderna, de reflejar en literatura la misma ansia que siempre ha sentido el ser humano por lo sobrenatural, la magia, la mitología, lo fantástico". Muchos de los antecedentes citados en esta Prehistoria lo son sólo hasta cierto punto, dado que podrían acogerse sin más a la vasta y multiforme tradición de lo fantástico aunque, como acabamos de ver la, ficción científica no es para Hernúñez sino una variante de aquella. En cualquier caso, como él mismo dice, se trata de un género que "refleja las inquietudes, sueños y carencias de una sociedad" que, en otro tiempo, se relacionaban con la imaginería mitológica o religiosa y desde el advenimiento de la Revolución Industrial se han asociado a los avances de la técnica para el mismo propósito de expresar lo imposible.

Pollux Hernúñez. Rey Lear. Madrid, 2012. 104 páginas. 9,85 euros.

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