Monumento de amor

Elegía a Iris | Crítica

Elba recupera el hermoso ‘memoir’ donde John Bayley evocó la íntima relación que le unió a su mujer, la gran novelista Iris Murdoch, desde los inicios hasta su pérdida de conciencia

John Bayley e Iris Murdoch en 1993.
John Bayley e Iris Murdoch en 1993.

La ficha

Elegía a Iris. John Bayley. Trad. Fernando Borrajo. Elba. Barcelona, 2025. 264 páginas. 23 euros

Ajena a los caminos del modernismo, la literatura de Iris Murdoch tiene la cualidad de alternar la fidelidad a los modos narrativos tradicionales y un fondo de extrañeza que la hace única. Su originalidad no viene, como en tantos otros casos, de la innovación formal, sino del tratamiento entre filosófico y humorístico que aplica a temas recurrentes –abordados asimismo en su obra ensayística y secretamente relacionados con su experiencia– como el amor, el deseo, la vida interior, la moralidad o la “soberanía del bien”, en obras que siguiendo el patrón realista crean un espacio autónomo de contornos estilizados y a menudo inverosímiles, más simbólico que representativo. Si hablamos de la mujer, no de la escritora, aunque como de costumbre y más en su caso sea complicado diferenciarlas, es obligado acudir a los hermosos libros que su marido el crítico John Bayley, nacido en la India británica pero formado en Oxford y largo tiempo profesor de literatura en la antigua e icónica universidad inglesa, dedicó a evocar una relación de más de cuatro décadas, convertidos en modernos clásicos del género memorialístico. Dos de ellos, Elegía a Iris (1999) e Iris y sus amigos (2000), fueron publicados por Alianza hace un cuarto de siglo y es ahora Elba la que rescata el primero en la misma traducción de Fernando Borrajo.

Testigo de la plenitud y el declive, Bayley consigna el deterioro con trazos conmovedores

Aunque escrita desde la devoción, la Elegía de Bayley no ofrece un retrato edulcorado ni exento de claroscuros, pues también aborda las excentricidades y los caprichos de Murdoch –o lo que podríamos llamar sus infidelidades consentidas, de acuerdo con una sexualidad libre y abierta que continuó después del matrimonio– y lo hace con un cierto grado de distanciamiento. Ocho de sus capítulos se refieren al “entonces” y otro, el noveno y último, al “ahora”, en forma de diario correspondiente al año de 1997, pero el relato oscila en todo momento entre el recuerdo dichoso de la intimidad compartida y el mermado presente de la escritura, subrayando el contraste entre el esplendor creativo de la autora y la decadencia derivada de la enfermedad de Alzheimer, conforme al habitual proceso de progresiva pérdida de la conciencia que su leal compañero, testigo de la plenitud y el declive, consigna con trazos conmovedores, desde la piedad y una entrega sin posible correspondencia. El misterio de Iris, al que se refiere en reiteradas ocasiones, lo deslumbró desde el primer momento, cuando se conocieron en el entorno de la universidad, y no dejó de atraerlo hasta el final, después de toda una vida en común –basada en la complicidad, la admiración y el afecto– que pasó por alto las ausencias.

La sensibilidad extraordinaria del memorialista deja en este libro una lección inolvidable

No es exactamente una historia de dos, porque Bayley, haciendo honor a la modestia que celebra en su mujer, prefiere mantenerse en un segundo plano para glosar la brillante y enigmática personalidad de la escritora, cuyo prestigio y popularidad no le inspiran ningún recelo. Pese a su desempeño como sabio profesor y excelente crítico, tampoco se aplica a un análisis detenido de la obra de Murdoch –a la que sólo dedica menciones episódicas– ni explora en profundidad sus vínculos con otros escritores e intelectuales, con bastantes de los cuales tuvo ella aventuras que nacían menos de la atracción física que de una especie de comunión espiritual. El fauno Canetti, descrito con pinceladas poco halagüeñas, es llamado el Dichter o “monstruo de Hampstead”. Aparecen las escritoras Elizabeth Bowen, también angloirlandesa, y Honor Tracy, buenas amigas de Murdoch. O Isaiah Berlin, calificado de seductor benévolo. Constan el culto platónico, la predilección por Shakespeare –tan presente en su narrativa– y el gusto por la pintura o las viñetas de Hergé. Pero el grueso de la Elegía se refiere a la cálida cotidianidad conyugal, compatible con los “placeres de la soledad”, y a su deterioro por efecto del mal que ha convertido a Iris en una niña ensimismada. La delicadeza, no exenta de humor, con la que Bayley habla de su mujer incluso cuando ya apenas puede comunicarse con ella, es fruto de una sensibilidad extraordinaria que deja en este libro –monumento de amor– una lección inolvidable.

El arquetipo del mago

En Fiesta bajo las bombas, el póstumo e inacabado libro de memorias donde Elias Canetti volcó sus recuerdos de Inglaterra, adonde se había trasladado desde Viena con su mujer, también de origen sefardí, huyendo de los nazis, dejó el autor de Masa y poder una muestra insuperable de su conocida egomanía. Publicado en España por Galaxia Gutenberg, el tardío recuento de Canetti retrata a un hombre profundamente antipático e incapaz de decir una buena palabra de casi nadie, que mucho tiempo después de los “años ingleses” –y pese a su justo reconocimiento, coronado por el Nobel de 1981, como uno de los grandes escritores del siglo– seguía abrazado al rencor derivado de las “humillaciones” padecidas en su condición de “emigrante perdido” y desubicado, ya consciente de su genio. El resentimiento de Canetti se aprecia en pasajes, de una mezquindad imperdonable, como los dedicados a su relación con Iris Murdoch, por la época en que fueron amantes: “Cuanto aborrezco de la vida inglesa, está representado por ella”, sentencia el Dichter, a quien no agradaría verse reflejado en varios personajes –por ejemplo el Charles Arrowby de la magistral El mar, el mar– en los que la autora recreó el arquetipo del mago o encantador de trazas demoniacas: un intelectual venenoso, manipulador y obsesivo por el que Murdoch, en esta como en otras novelas, parece haber sentido una fascinación ambigua.

stats