Los doce días de Navidad

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Tanto 'Solsticio siniestro' (Impedimenta) como 'Días de Navidad' (Lumen) proponen una docena de relatos, en clave inquietante y dickensiana, para el periodo entre el 25 de diciembre y Reyes

Doble o nada: Las muchas vidas de Dickens

Pesadillas para Navidad antes de Tim Burton

Ilustración de Jessie MacGregor de una chica recogiendo muérdago para la temporada navideña ('24 de diciembre').
Ilustración de Jessie MacGregor de una chica recogiendo muérdago para la temporada navideña ('24 de diciembre'). / Jessie Macgregor

Los doce días de Navidad, tal como dice la canción, no son un recurso lírico: es el cómputo que va desde el 25 de diciembre hasta el 6 de enero, día de la Epifanía. Periodo consagrado, básicamente, a celebrar la llegada de la luz en lo más oscuro del oscuro invierno, como bien sabían los que sabían. Algo que se hacía brindando y abundando en lo propiciatorio, pues lo oscuro acecha y hay que hacerle frente: demostrar que hemos llegado hasta aquí y que no nos asusta. Desde Todos los Santos hasta Navidad, según algunos; o hasta la antigua Navidad –es decir, el día de Reyes–, según otros, la Cacería Salvaje acechaba en los cielos y buscaba saldar cuentas. La oscuridad se hacía presente en el mundo y había que tirar –como hacemos– de luces, de velas, de amuletos, de regalos y buenos deseos: todo escudo es poco.

Ese es el mecanismo atávico que pone en marcha lo que conocemos como Navidad, aferrándonos al hecho circular, consolador, de que la luz prevalece. El sol que vence.

En ese espíritu, Impedimenta traduce en Solsticio siniestro. Cuentos para las noches más largas una recopilación de historias inquietantes de Navidad situadas entre finales del XIX y del XX. Una costumbre, la de la historia navideña de fantasmas en el ámbito anglosajón, que no hace más que seguir la estela afianzada por Charles Dickens: no sólo con Cuento de Navidad, sino con los muchos relatos del mismo palo que fue acumulando a lo largo de los años en sus revistas, en pluma propia y ajena. Dickens no hacía, en sus estampas, más que plasmar lo que probablemente le habían contado de unas navidades idealizadas: brindis y villancicos (el wassailing del campo británico), el pudin o pastel con los destinos para los comensales encerrados en su interior y, sobre todo, las historias de apariciones, o de lo inexplicable, contadas en torno al fuego.

No se puede decir que lo sobrenatural no sea un elemento esencial de las navidades –esos ángeles, esos sueños, esos magos misteriosos, ese rey infanticida–, pero Dickens contribuyó a que lo fantasmal se hiciera un hueco en el que muchos nos acurrucamos con gusto. Solsticio siniestro reúne, precisamente, doce historias que van de los relatos de fantasmas más clásicos, a las tradiciones irlandesas o el desasosiego de los parajes helados; cada uno de ellos, con el tono y espíritu del momento en el que fueron creados. De la selección, son dos autoras las que enseñan músculo: Daphne du Maurier, que se basta y se sobra en el puñado de páginas de El manzano para dibujar a un personaje tan odioso como malvado, y tan malvado como simple; y una atmósfera asfixiante, en suspenso, perturbadora por sí sola, sin necesidad de humo y espejos. El segundo ejemplo potente es Muriel Spark, que asoma su mano gamberra en El barrendero, una propuesta que cumple los códigos de escalofrío navideño pero en la que no va a permitir que apariciones, dopplegänger y demás familiares le amarguen una sonrisa con retranca.

Otras doce historias –otras doce jornadas– son las que relata Jeanette Winterson en su Días de Navidad (Lumen), un proyecto en el que, además, cada cuento –escrito en estas fechas– viene acompañado de una receta que es, a menudo, su origen, conclusión o moraleja. Winterson teje estos relatos como un ejercicio de homenaje y encantamiento a una época que le resulta especialmente inspiradora –apellido es destino–. No hay un rincón del imaginario navideño que no toque: lo surrealista fantástico (La mamá de nieve, El espíritu de la Navidad), el relato infantil (Christmas Cracker), la leyenda de Belén (El león, el unicornio y yo), el bien haciéndose un hueco en un orfanato navideño (y dickensiano) en La ranita plateada o el clásico contemporáneo en el que ha terminado convirtiéndose la Navidad en Nueva York. Y, entre esa selección de motivos recurrentes y consoladores, las historias de fantasmas canónicas que Winterson presenta en Oscura Navidad (donde maneja el ahogo del aislamiento), La segunda mejor cama (la otra soledad: la que se da en compañía) o Una historia de fantasmas, sobre los espectros de la nieve. El relato que viene a encarnar, sin embargo, el espíritu del libro es La novia del muérdago, donde Jeannette Winterson le toma prestada la voz a Angela Carter para versionar un famoso (y terrible) villancico de la tradición inglesa.

#LOSLIBROSPERIDOS: 'The Dark Is Rising', de Susan Cooper

Para muchos amantes de lo fantástico, la primera referencia a los Doce Días de Navidad llegó con esta novela de Susan Cooper, que no tiene ediciones recientes pero sí, bajo el título Los seis signos de la luz, adaptación cinematográfica. The Dark Is Rising (’La oscuridad asciende’) es la entrega más representativa de la saga del mismo nombre, escrita de 1965 a 1977, en pleno éxtasis de lo esotérico y en plena vindicación, también, de referentes como El señor de los anillos. La historia, a leer a ser posible durante la adolescencia, presenta el esquema clásico de la gesta –el héroe, los ayudantes, la guía sobrenatural, los antagonistas, los objetos mágicos– a través de la figura de Will, el séptimo hijo de un séptimo hijo que celebra su 11 cumpleaños en el solsticio de invierno. Con estos mimbres, Cooper va intercalando la lucha entre la luz y la oscuridad en un esquema en el que se mezclan viajes en el tiempo, elementos del folclore británico y un escenario que remite al 'Big Freeze', el invierno de 1962-63, que mantuvo bajo una capa de nieve a gran parte del Reino Unido. ¿Lo mejor del libro? La habilidad para intercalar pinceladas de lo imposible en el mundo real, en un juego de planos con el lector que es similar al que experimenta el protagonista –un ejemplo al que no ha debido ser ajeno, por ejemplo, Neil Gaiman–.

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