"Mi desafío es no olvidar nunca a la persona que se oculta tras el cargo"

Ayer se clausuró en la sala Chicarreros la primera antológica en Sevilla del retratista de la nueva sociedad española · Un artista apasionado por la luz que no olvida la abstracción que marcó sus inicios

Hernán Cortés ante los retratos de Íñigo Cavero y de Gonzalo, el hijo de su compañera Maya.
Hernán Cortés ante los retratos de Íñigo Cavero y de Gonzalo, el hijo de su compañera Maya.
Charo Ramos / Sevilla

20 de abril 2009 - 05:00

Más de 10.000 espectadores han visitado la muestra que ayer se clausuró en Chicarreros. En ella el gaditano Hernán Cortés, "uno de los grandes retratistas de nuestro tiempo", según Antonio Bonet Correa, revela las claves estéticas que han convertido su estudio madrileño en el espejo donde se han mirado los españoles más notables de las últimas décadas, incluido Felipe González, cuyo cuadro para La Moncloa es uno de los iconos de esta exposición. Entre sus nuevos encargos, aunque él guarda silencio cuando se le pregunta, figura el retrato que recordará a Manuel Chaves -a quien ya pintó en su etapa de ministro de Trabajo- como presidente andaluz.

-Comenzó retratando a personas de su entorno familiar e influido también por la abstracción geométrica. ¿Cómo encontró el lenguaje que lo acabaría consagrando?

-Empecé dibujando en mi ciudad natal a mis amigos y a personas cercanas, además de experimentar con la abstracción. A partir de los años 80, pintando a Jorge Guillén, fui encontrando un lenguaje propio que aplicaría a mi pintura posterior. Mi retrato a carboncillo y lápiz de Guillén es fundacional en cierta medida porque reúne las dos constantes de mi estilo: mi herencia como pintor abstracto y la presencia del ser humano, con todo su contenido psicológico, en medio de esa atmósfera espacial. Un poco después, Pedro Laín Entralgo, que veraneaba en Cádiz, me encargó el retrato de Dámaso Alonso para la Real Academia Española. También realicé entonces estos dos grafitos sobre papel que representan a Rafael Alberti. Como ve, los poetas del 27 estuvieron muy presentes en mis inicios.

-Evita que los periodistas gráficos le fotografíen ante el retrato de Felipe González. ¿Por qué?

-Prefiero posar ante retratos más anónimos que ante los de personajes cuya fama enmascara la apuesta pictórica mía. Además no me apasiona el famoseo y siempre he preferido el retrato de corte humanista de nuestra tradición europea que el que es deudor del "retrato de sociedad" que se desarrolla en el siglo XIX. El cuadro de Felipe González está en esta selección mucho más por sus valores pictóricos que por la notoriedad del personaje. Me llevó cinco años componerlo y es su retrato como presidente del Gobierno para la Moncloa. Recurrí al tondo por necesidad compositiva: me gustaba la idea de la figura centrada pero a la vez con un gesto reflexivo, un poco ausente, y el círculo reforzaba esa idea. Y me parecía interesante que hubiera elementos, como los periódicos y los ordenadores, que ilustran aspectos del talante del personaje, así como su peculiar manera de sentarse y colocar las manos, entre otras cosas. Lo importante es saber que cuando pintas a una persona muy notable no debes olvidar nunca al ser humano que hay detrás, a la persona que se esconde tras el cargo. Ése es el gran desafío.

-Hay varios trípticos en esta muestra. Están pintados sobre todo en la década de los 80.

-En aquellos años me gustaba explorar mediante trípticos a un mismo personaje, descubrir las tres personas distintas que se ocultan bajo la misma efigie. El retrato, cuando la figura está de perfil, se llena más de silencio y afloran los aspectos plásticos de la obra. En cambio, cuando el modelo te mira, se establece un diálogo tan fuerte entre tú y él que te atrapa. Esto se percibe bien en mi retrato de Severo Ochoa, donde vemos a una figura que ha vivido mucho y mira distante, ya casi desde la Historia.

-Algunos de esos trípticos permiten relacionar su obra con la de pintores británicos del siglo XX, como Sutherland y Bacon. ¿Se considera en deuda con ellos?

-Desde luego, y es Francis Bacon, tal vez, quien ha empleado el tríptico con mayor personalidad en las últimas décadas, dadas sus posibilidades espaciales y de espectáculo. En cualquier caso, el retrato inglés del siglo XX constituye una escuela importante para mí. Me siento deudor sobre todo de artistas como Peter Blake, Bryan Orgen o Graham Sutherland. También la escuela realista americana ha influido en mi pintura. Aunque ninguna tanto como el renacimiento italiano. Cuando hablo de retrato, me estoy refiriendo a la representación de la figura humana. En ese sentido, la inglesa y la norteamericana son dos escuelas decisivas.

-Otra constante de sus retratos es el tratamiento que hace del espacio que rodea al modelo.

-Esa peculiar relación de la figura con el espacio se advierte, por ejemplo, en el retrato como rector de Javier Pérez Royo, donde la figura inunda el fondo y se mete en tu propio campo escénico. Algo que dice mucho del carácter del modelo. En el de Jorge Guillén, con un tratamiento muy abstracto del fondo, ves a una persona de 91 años que ya tenía la vida por detrás.

-El tratamiento de la luz parece unificar todas estas obras.

-Salvo excepciones, la iluminación de mis figuras tiene que ver con la luz al aire libre. Por eso los comisarios de la muestra (Antonio Bonet Correa y Antonio Agudo) y su coordinador, Francisco del Río, creen que la luz de Cádiz siempre está subyacente en mi pintura y han colgado distintas vistas de la bahía gaditana para subrayarlo.

-¿Qué significa para su protagonista el título de esta exposición?

-El tema del retrato está ligado a muchos tópicos y esta exposición pretende salir al paso de algunos de ellos y demostrar el peso que puede tener este género en la obra de un pintor dada su enorme tradición en la pintura europea. De ahí su título, El retrato como opción estética. En un retrato todo el mundo pictórico gira alrededor del personaje. Por eso es tan importante mi base abstracta, que me permite sacrificar ciertas formas en aras de la intensidad de la representación. Si una cabeza tiene fuerza, no hay por qué pintar más. Si no te detienes a tiempo, puede ocurrir que dicha fuerza se debilite por la aparición de nuevos elementos, perdiendo así por ejemplo, intensidad en la mirada, en el gesto, etc.

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