TRON: LEGACY
Casi 30 años después se estrena la secuela del film de la Disney que el tiempo ha convertido en obra de culto para nuevas generaciones
La historia del cine, como la de los humanos en general, es sinuosa, y se escribe con renglones torcidos. Es el caso del primer Tron, cuya secuela, que corrige y aumenta el original, se estrena hoy con vistas a arrasar en el apetitoso mercado navideño. La Disney la lanzó en 1982 en una intuición genial, sinceramente muy poco habitual en una firma tan conservadora. Estaba arrancando entonces el mundo de la informática, y se le ocurrió producir un visionario film que transcurría en el interior de un ordenador, cuando un programador informático se perdía en un mundo de bytes. Fue un fracaso comercial estrepitoso. Coincidió en cartelera con la avasalladora E.T. de Spielberg, que se llevó todo el público familiar al que estaba destinada. Aunque puede que el problema estuviese en que se adelantó unos años. En 1982 el ciudadano de a pie no estaba familiarizado con los conceptos cibernéticos con que jugaba la película y tuvo que sentirse tan perdido entre ellos como su protagonista.
Sin embargo, Tron conoció una creciente victoria después de morir comercialmente en los cines. Algunos conectaron con ella en aquel 1982. Un joven John Lasseter, por ejemplo, que luego aprovechó las lecciones del film para montar Pixar años después. Otros cineastas visionarios, como los Wachowski, dejaron claro la deuda que tenían con Tron a la hora de planear Matrix. Otro campo donde el film fue valorado es en el de los videojuegos, que se inspiraron mucho en él y en sus gráficos generados por ordenador, técnica en el que fue pionero. La deuda se ha pagado con el creciente número de películas basados en ellos. A medida que el cine de efectos especiales crecía en intensidad y perfección, el fracasado título de la Disney se convirtió en una película de culto que pasó de ser una bizarrada incomprensible a una precursora de los tiempos. Tron empezó en 1982 a desbrozar el camino que llevaría casi tres décadas más tarde al delirio tecnológico de Avatar.
Tanto es así, que la Disney, que suele enterrar sus fracasos como si fuese un faraón egipcio, para que nadie los encuentre -caso de Taron y el caldero mágico- llevaba años planteándose hacer una secuela, consciente de la revalorización que ha tenido Tron en estos años. Pero era consciente de que debía sorprender en estos tiempos de tanta competencia tecnológica. El estudio ha tardado tres años en rodar, por decirlo de alguna manera, Tron: Legacy. Lo ha hecho en el más escrupuloso secreto en Canadá, y el director ha sido Joseph Kosinski, que debuta en el largometraje tras una brillante carrera en la publicidad, lo que no deja de ser un signo de los tiempos. La historia es una búsqueda del tiempo perdido. Se supone que 20 años después de la desaparición del programador Kevin Flynn (de nuevo Jeff Bridges, al que la tecnología hará que se enfrente a una versión rejuvenecida de él mismo), su hijo (Garret Hedlund, visto en Eragon) recibe un misterioso mensaje que le lleva al centro recreativo donde su padre desapareció al entrar en un mundo virtual. Acaba siguiéndole para encontrarle, pero claro, el escenario tipo arcade con el que se encontró su progenitor ya no vale para 2010, así que se ha vuelto más sofisticado. 210 millones de euros se ha gastado la Disney en esta secuela, con lo que no se puede permitir otro pinchazo comercial como el del primer Tron. Claro que ha preparado suficientes sorpresas tecnológicas para estar a la altura del desafío.
Se ha rodado en 3D -aunque habrá copias en 2D en los cines-, se han usado cuatro cámaras como las que se usaron en Avatar pero más perfeccionadas. Por primera vez se han usado para ciertas secuencias microcámaras con lentes de 35mm que dan más calidad. Los trajes luminosos, una de las cosas que más llamaron la atención del primer Tron se han mejorado también. Todo para que a esta secuela no le ocurra lo del film original y no generé el desdén del público. Al menos puede conseguir ser nominado a los mejores efectos visuales de los Oscars, algo que no se consiguió de forma escandalosa en 1982. Ganó E.T., su gran pesadilla.
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