Paolo vs. Georgie

Los dos horteras más famosos del panorama musical se han disputado se han disputado durante años las congas de bodas y bautizos. El Tomavistas y El Chiringuito recrean el cuadro de nuestros veranos más casposos

Pedro Ingelmo

28 de julio 2011 - 01:00

NO comparten los gurús de la música chapucera consultados para esta página la necesidad de este combate. Consideran que Paolo Salvatore, nacido en la caída de la ola de la meliflua balada italiana cuando Umberto Tozzi era pura filfa, no llegaba a los talones al francés Georgie Dann, obrero del bongo, la maraca y la pandereta que ha pasado gran parte de su vida laboral entre chicas en biquini. Es más, dicen, Georgie Dann tiene un don natural para su oficio, un gen pachanguero que hace que esos contoneos, esa fiesta continua que es un canto a lo kitsch y a lo hortera al mismo tiempo, le salga de lo más profundo. Se podría decir, continúan, que no se ha dado un caso como el suyo en la historia de la música si exceptuamos a Leonardo Dantés, que sería merecedor de un estudio genético aparte. Paolo Salvatore, que en paz descanse, no. Lo suyo fue una impostura, un mero recurso para no caer con todos los demás -el Tozzi, el Giacobbe y, en sus días malos, hasta el Cocciante- en esa cocina del infierno de mediados de los 70 que supuso una fritanga de testosterona juvenil sobre una cama de cebollas caramelizadas. Por la vía corta, me cuentan, Salvatore quiso alcanzar la eternidad estival emulando al verdadero creador, a un hombre que desde el Katsachov no ha parado de sorprendernos con utensilios veraniegos, de la barbacoa al chiringuito, y prostituir ritmos étnicos en beneficio de equinoccios sin rosca y desposorios rurales. Una prueba sería que Georgie Dann tiene una merecida voz en la enciclopedia del ramo, la frikipedia, y Paolo Salvatore no.

No puedo estar más en desacuerdo. Paolo Salvatore, sin ser un especialista, cuenta en su haber con la obra maestra del género, El tomavistas. Examinemos la copla: "Mi mamá no quiere ir a las playas de nudistas, pero yo sí quiero ir con sombrero y tomavistas". Observen, ya desde el principio, este componente de lucha generacional en un tema tan espinoso como éste. Continúa: "Yo nací sin pantalón, sin vergüenza y sin vestido.Y en la playa quiero estar como un recién nacido. Ay mamá déjame ir a gozar del panorama. El varón sin bañador y sin bañador las damas". Pese a esa diferencia generacional, el protagonista de la copla no pierde de vista la autoridad materna, a la que pide permiso para su ejercicio de voyeurismo. Al fin y al cabo, él quiere grabar con su tomavistas -un guiño a los viejos tiempos, a los orígenes-, entendemos que para su posterior uso doméstico, esa estampa, ese PANORAMA, en el que están sin bañador los varones y las damas. Es interesante el uso de vocablos como varón y dama, no chicos y chicas ni nada de eso, con lo que reviste de elegancia y respeto la actividad nudista. De lo que se trata es, inferimos, de un adolescente ardiente grabando a señoras desnudas. Y terminamos: "Cómo quema el bañador, cómo quema la toalla. Cómo quema la cuestión con la arena de la playa". ¡El doble sentido! Aquí es donde el alumno le pega un revolcón al maestro. Una de las bases de las canciones de Georgie Dann, de lo que podríamos llamar su humor, grueso, pero humor, es el doble sentido. Llamar al miembro masculino CUESTIÓN es ir verdaderamente muhy lejos, máxime cuando la canción terminará posteriormente con otra bromita: "y las olas van refrescando... (enfatizando los puntos suspensivos) mis pestañas". ¿Qué son mis pestañas? Una metonimia. Lo sabemos perfectamente, amigos, a pesar de que las pestañas no tengan nada que ver con lo que él está diciendo. Concluimos que lo que realmente refrescan las olas es la cuestión. La frase queda así: "las olas refrescan la cuestión". Y eso es casi poesía de vanguardia.

Elijamos ahora una cancioncilla de Gerogie Dann, lo que es difícil porque en su página web aparecen más de 60 singles. Delante de mí tengo uno, editado por Discophon, en el que la cara A tiene una portada Tchang-tchu-yo, en la que el artista aparece vestido de chino entre rubias vestidas de chinas, y la cara B, Bola va, cuenta con su propia portada en la que Georgie Dann aparece ahora con otra rubia en minifalda. La productividad de este hombre era extenuante. En fin, El chiringuito, que es contemporánea de El tomavistas. Para empezar, la elección del tema ya muestra menor tendencia a lo polémico. Pero veamos su lírica: "Yo tengo un chiringuito a orilla de la playa. Lo tengo muy bonitoy espero que tú vayas". Es una presentación clásica del argumento. El personaje es un empresario hostelero a la busca de clientela. ¿Con qué estrategia? Observemos: "Las chicas en verano no guisan ni cocinan. Se ponen como locas si prueban mi sardina". ¡El doble sentido! La sardina. Podría no ser un doble sentido, por supuesto, pero en el natural rijoso del género es el receptor el que otorga ese doble sentido a la palabra sardina. Nadie llama sardina a la cuestión. Ni siquiera Leonardo Dantés lo cita en su célebre tratado etimológico de diferentes términos de la cuestión, pero Georgie Dann habla de sardina y todos sabemos a qué sardina se refiere. Subliminalmente sabemos de lo que está hablando. Si Umberto Tozzi habla de una sardina, pensamos en una sardina, si Georgie Dann dice sardina no pensamos en una sardina. ¿Y qué me dicen de cómo deja caer que las chicas en verano no cocinan ni guisan, dando a entender que se supone que es lo que tienen que hacer el resto del año? Este es otro rasgo, el machismo chistoso, del género. Pero no nos desvíemos porque ahora viene lo mejor, por si teníamos dudas acerca del doble sentido de la palabra 'sardina': "Está el menú del día: Conejo a la francesa, pechuga a la española y almejas a la inglesa". Conejo, pechuga y almejas, una selección sospechosa, no me dirán que no. Como Paolo Salvatore viene de la canción romántica prefiere el elegante término 'cuestión' o el extravagante 'pestañas' para referirse a lo que se está refiriendo. Pero Georgie Dann tiene un periplo vital muy distinto. El empezó su carrera musical como profesor de primaria inventando canciones para niños de siete y ocho años en un colegio de París. En esas mañanas de escuela Georgie Dann usaba a menudo animales como protagonistas de sus letras para que los niños le entendieran mejor. En el chiringuito regresa a esa fórmulaque tanto éxito le dio entre sus alumnos para comunicarse: sardina, conejo, pechuga y almejas. Georgie Dann es muy didáctico, pero Paolo Salvatore es un poeta. Ahí estriba mi favoritismo por Paolo Salvatore, que en realidad no era italiano, aunque nacido en Italia, sino chileno, los aristócaratas del cono sur. En Georgie Dann aparecen aún reprimidos aquellos años en los que su padre le obligaba a estudiar en el conservatorio de París el clarinete. Largas horas con el clarinete hasta que Georgie Dann pudo ser él mismo. En Salvatore esa libertad de amante latino le fluía en sus canciones, en ese momento cumbre: cómo quema la cuestión con la arena de la playa".

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