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Cultura

Noche caótica de risas y críticas

  • El público se vuelca en el estreno de la obra 'La Gran Final' · Las parodias de Teatro Satarino y las coplas de Martínez Ares se llevan grandes aplausos

El público estaba expectante. Palmas al compás, saludo a las ninfas... ambiente festivo en el Gran Teatro Falla. Cuando sonó el último aviso, todos aplaudían deseosos de que comenzara ya la función. Era el estreno de La Gran Final. Una final de carnaval, sin ser carnaval.

El coliseo gaditano vivió la noche del martes (y también la del miércoles) la final más corta de la historia: sólo dos horas de duración, en las que la particular forma de interpretar de Teatro Satarino -"teatro clásico cómico idiota", como lo denominan ellos- se fue alternando con las coplas de Martínez Ares escritas expresamente para la ocasión. Y el público, que prácticamente llenaba el teatro, se volcó.

Una peculiar familia sentada en sillas de la playa, en primera fila del patio de butacas, arrancaba las carcajadas de los presentes cada vez que hablaba. La madre, buscando entre el público a Pepa, una amiga suya "mu gorda pero mu limpia", cuyo hijo cantaba en una comparsa; el padre que no paraba de salir del teatro para fumar y el niño que se hacía pipí... También había otro familiar, un tal Miguel Satarino, condenado a siete años de cárcel porque su agrupación había cantado el popurrí. Y es que en La Gran Final, las bases del concurso habían sufrido cambios un año más.

Cada parodia fue agradecida con grandes risas por parte del público. Sobre todo, cuando se encontraron dos amigas súperfashion en el patio de butacas. Ambas habían ido a ver a su novio comparsista, que cantaba "en la punta" de la agrupación. Uno se llamaba Chano y el otro Sebastián, y tenían los mismos gustos y aficiones... ¡menos mal que había dos puntas!

Las críticas al concurso no faltaron, ni por parte del maestro de ceremonias ni por parte de las agrupaciones. El público aplaudía cada vez que se insinuaba que el concurso estaba amañado y que el jurado estaba comprado.

Las coplas gustaron al respetable. El coro ganador, 'Los mimo de siempre', se llevó grandes aplausos, así como la agrupación formada por los nietos del Rey encabezados por su tío Pipe. Las travesuras de Froilán arrancaron grandes carcajadas. Pero la gran ovación se la llevó la comparsa 'Los volaores'. "¡Qué cosa más bonita, Antonio!", "¡serás el mejor cada vez que quieras!", "¡vuelve!", eran algunas de las frases que gritaba el público durante la actuación. Pero esta agrupación se autodescalificó al cantar una cuarteta del popurrí, que dedicó al jurado y a los gaditanos, que a pesar de todos los problemas "sólo piensan en carnaval, ¡qué felicidad!"

El momento más surrealista de la noche fue la entrega del Antifaz de Oro, con baile de dos antifaces humanos al estilo de las burbujas de Freixenet..., difícil de explicar con palabras.

Y el espectáculo no terminó al bajar el telón. Continuó en la calle, con más coplas en las escaleras de la Facultad de Medicina. Parece que los gaditanos tienen ganas de carnaval, pues a medida que salían del teatro, corrían hacia donde sonaba la música.

Fue una noche caótica, con sorpresas, con música, críticas y muchas risas, como cualquier noche de final de carnaval.

En la ciudad de Cádiz

Désirée Ortega Cerpa. En la ciudad de Cádiz casi todo es posible, de lo más sublime a lo más bajuno, en una suerte de carnaval en sesión continua -maldición y bendición a un tiempo- donde no pululan no personas, sino grotescos personajes. No se podría decir si la fiesta es reflejo de la idiosincrasia, o si es don Carnal quien nos ha concedido nuestras señas de identidad. Así, se nos presenta un nuevo intento de aprehender lo que se intuye como un filón y todavía no se ha dado con la tecla de cómo explotarlo sin matar a la gallina de los huevos de oro. Este espectáculo escénico, más que obra de teatro, se configura como un repertorio musical, casi una rapsodia, ensartado por una sucesión de entremeses protagonizados por una galería de figuras al estilo sainetesco de González del Castillo o del retablo de la Tía Norica. Todas las modalidades -excepto el cuarteto, aunque presente en el tratamiento de ciertos caracteres- aparecen representadas, con su estilo particular. Hay lugar, incluso, para los que realmente enarbolan la cara más irreverente, los "ilegales", tanto en el epílogo final en la calle, como con la irrupción en el patio de butacas de la spin-off de La familia bien, gracias. Bajo dirección de su Alteza Real -no Majestad- don Felipe, con la patulea de niños y sobrinos en una nueva versión del clan Trapp, nos ofreció, entre otras perlas, una letra decente -por fin- para el himno de España. No faltan, en este conjunto entretenido y dinámico, con momentos más o menos brillantes, que muestra el habla popular y nuestro particular humor y/o visión del mundo, momentos también entrañables, como el homenaje a los técnicos o a los fantasmas del teatro. Sin embargo, se desprende un cierto regusto amargo que puede ir en contra del espectáculo, pues parece estar creado desde el resentimiento, tanto en la dinámica general como en ese maestro de ceremonias que juega constantemente con la ambigüedad -en todos los sentidos- a modo de alter ego de alguno de los autores. Es cierto que se vuelcan muchas verdades y como tales, pueden ofender, pero en el carnaval, o por lo menos en la final, además de "cajonazos" hay "pelotazos". Porque, como se le dijo a la Reina, cuando el cantaor Chiquito de Cai la llamó Sofía Loren, "Majestad, esto es Cádiz, para lo bueno y para lo malo".

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