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Cultura

Napoleón derrotado

Decía Napoleón que un general cuando prepara una batalla debe hacerse a sí mismo muchas preguntas sobre lo que está haciendo, y si no sabe responderlas actuar en consecuencia. El gran Truffaut definió a su vez el oficio de director de cine como el de una persona que contesta muchas cuestiones que le hace todo el mundo. Y es que preparar un rodaje, muchas veces, es como planificar el desembarco de Normandía, con los equipos de producción haciendo de estados mayores de los generales con megáfono.

Hubo una vez, a fines de los 60, en que pareció que este nexo de unión entre cine y milicia podía llegar a la perfección. Entonces Stanley Kubrick, un joven cineasta que acababa de presentar un enigmático film llamado '2001, una odisea espacial', creyó que tenía el suficiente poder industrial para llevar a cabo un viejo sueño: hacer una película sobre Napoleón Bonaparte. Kubrick era misántropo, introvertido, maniático y algo perverso. El Gran Corso que cambió la historia de Europa para siempre era brillante, sociable, grandilocuente y despótico. Pero a ambos les unía una desmesurada ambición en lo suyo, el desafío de ser originales y de no tener rivales a su sombra. Napoleón extendió la Revolución Francesa por el viejo continente y acabó solo en Santa Elena. Kubrick donó a la Historia del Arte una serie de influyentes obras maestras y acabó muriendo en su autoexilio inglés. Ante el genio, la ingratitud es la norma corriente.

El frustrado Napoleón de Stanley Kubrick se ha convertido en la película nunca hecha que más nostalgia ha levantado entre los cinéfilos, pues el maridaje entre ambos talentos hace pensar que hubiese sido una obra maestra sin parangón. El tema era muy para el cineasta, que hizo el centro de su obra las reflexiones sobre el poder y la pasmosa habilidad que tiene el ser humano para crearse sistemas que acaban dominándolo en vez de ser al revés. Napoleón acabó destronado por sus propios mariscales a los que había promocionado y derrotado por esa Europa a la que contribuyó a unir con el odio hacía su persona. Kubrick se tomaba cada rodaje como Bonaparte sus campañas, planificándolo todo al detalle, gustoso de dar sorpresas e imponiendo el perfeccionismo. Prueba de ello es que el cineasta coleccionó unos 18.000 libros sobre el tema a lo largo de su vida. Con vistas al rodaje, hizo 15.000 fotografías de posibles localizaciones, reunió un comité de expertos en el tema, encabezados por un profesor de Oxford, incluso habló con Rumania, donde iba a rodarse la película. Ceacescu, entonces de luna de miel con los países occidentales, estaba dispuesto a ceder hasta 50.000 de sus soldados para las escenas de batalla. Jack Nicholson, entonces un joven actor que despuntaba, se iba a meter en la piel del emperador.

Pero el presupuesto de este ambicioso film iba disparatándose casa vez más, ante la aprensión de la Metro y la United Artists, que iban a producir el film. Entonces surgió una milagrosa excusa. En 1970 se estrenaba la magnífica 'Waterloo', del director soviético -ahora ucraniano- Sergei Bondarchurk-, que incomprendida en su momento fue un estrepitoso fracaso de taquilla. Se decidió que Napoleón era veneno para los espectadores y el proyecto se archivó para siempre. Kubrick se consoló rodando uno de sus mayores y más controvertidos éxitos, La naranja mecánica basado en la novela de Anthony Burgess, que curiosamente publicaría años después de todo esto una obra sobre Napoleón. De algún modo, Barry Lyndon, una de sus grandes películas, fue un premio de consolación, donde mucho de lo que había estudiado sobre la época napoleónica encontró acomodo como las batallas dieciochescas o la tenebrista iluminación.

Pero a veces la vida da extrañas vueltas y las películas que nunca se hicieron resucitan de forma indirecta. Lo veremos en algún momento de esta serie con El embrujo de Shangai de Erice, pero recientemente la editorial Taschen ha publicado la summa del frustrado proyecto de Kubrick. Un libraco con pintas de Necronomicón que recoge lo hecho por el director. Sus apuntes, los borradores del guión, las recopilaciones de vestuario y fotos, junto con algunos artículos, dan idea de lo que podía haber sido y nunca fue. Es como ver restos arqueológicos que nos dan la pista de lo grande que fue el palacio al que pertenecieron. En realidad, acceder a este material es hasta doloroso, pues se da cuenta uno de la gran obra maestra que se perdió el cine.

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