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Exposición

La artista Marina Anaya reafirma su compromiso con la felicidad en Benot

  • Expone sus últimos trabajos de obra gráfica y pintura inspirados en un viaje por las islas de ‘Okinawa’

  • Se trata de una veintena de piezas que reflejan lugares y momentos idílicos

Marina Anaya posa ante su obra en la galería Benot

Marina Anaya posa ante su obra en la galería Benot / Lourdes de Vicente

El arte puede remover conciencias, denunciar situaciones injustas pero también alberga una parte fundamental que es la que reivindica la alegría. Y en esas anda la obra de Marina Anaya, que lo anuncia orgullosa, “mi arte es un compromiso serio con la parte positiva de la vida, un compromiso serio con la felicidad”. Y lo ha vuelto a demostrar, porque mirar las obras de su último trabajo en la galería Benot, Okinawa, es precisamente eso, deleitarse en pequeños momentos de felicidad, los que le brindaron un viaje a estas idílicas islas del sur de Japón.

El resultado es una colorida, evocadora y dulce exposición en la que la artista palentina exhibe “una recopilación de mis últimos trabajos de obra gráfica, sobre todo, pero también algo de pintura, inspiradas en aquel viaje”.

De aquella experiencia se trajo toda una serie de evocadoras sensaciones que materializó de nuevo en sus grandes iconos artísticos de corte naif: el amor, las parejas, el abrazo, los momentos cálidos de la vida, así como abundante naturaleza, pájaros, árboles y todo tipo de vegetación enmarcada en el paisaje idílico que aporta el mar y el horizonte de fondo. Así como en el color alegre y tan vitalista que desprenden.

Porque de eso se trata, de subrayar la importancia de contar “la parte bonita de la vida que todos tenemos y vivimos en mayor o menor medida, y con lo que también hay que estar comprometida”, afirma de sus bellas creaciones, de las que también ha querido remarcar su similitud con Cádiz, donde tiene casa y viene cuando puede.

Cádiz es para mí muy importante a la hora de crear, con todas esas playas maravillosas y puestas de sol tan bonitas, desde Torregorda hasta que el sol se mete por la Catedral, que es por donde vivo”. Playas y lenguas de arenas finas “que aunque son distintas, se asemejan en ese sentido a las de Okinawa”, y con las que guarda el nexo común del horizonte, tan propio de las islas y lugares costeros.

Lugares distantes pero comunes que, desde su incondicional galería Benot, de los que alaba el trato y su elegancia expositiva, nos permite transportarnos hasta las islas de Okinawa, o su particular viaje a la felicidad.

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