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Cultura

Lolo Pavón, por siempre Lolo Pavón

A Lolo Pavón lo conocía todo el mundo; los del Arte, los de la calle, los sabios, los pobres, los advertidos, los listillos y hasta los listos. Y tanto lo querían que, incluso hasta los del Arte creían en su obra. Lolo Pavón era un niño grande, un zangolotino feliz para el que todo estaba bien, para quien lo artístico no era nada más que eso, una cosa más; algo que él sabía hacer de distinta forma a los demás y que, a pesar de eso, no molestaba. Era Lolo Pavón y las cosas de Lolo Pavón. En este mundo de mucha mentira y de muchos mentirosos, donde casi todo resulta a medias porque nadie acepta que hay gente entera, Lolo Pavón era una rara especie. Todos querían a Lolo y a todos les gustaba lo de Lolo -por lo menos nadie se atrevía a decir lo contrario-. Eso es definitivo. Si entre tanta zancadilla alguien avanzaba sin dificultad, sin tropiezo alguno y sonriendo a derecha y a izquierda, es porque nadie puede negar la evidencia. Estábamos ante alguien distinto, ante una personalidad diferente y ante un hombre sin reveses. Lolo era así, un hombre bueno, un eterno niño grande, era Lolo, sin más.

A Lolo lo conocíamos todos; todos sabemos muchas cosas de Lolo; todos nos hemos reído mucho con Lolo y todos hemos querido a Lolo por lo que era; por ser esa persona grande a quien todo parecía bien y para quien lo menos era siempre mucho.

Como artista, Lolo Pavón también era Lolo Pavón. Su obra dejaba entrever las diferentes circunstancias del que sabía, sentía, quería y hacía las cosas distintas. Su lenguaje era personal e intransferible. Desde un principio, su pintura nunca dejó indiferente. Marcó distancias, señaló rutas, abrió caminos y dejó diáfano una vía para que la verdad artística se adueñara de unas instancias donde existía muy poca claridad. Su obra plástica, que gozó de muchos registros, planteaba con esa dicción jocosa, tan de Lolo, un concepto muy personal del arte. Sus personajes, sus paisajes, sus lunas, sus historias de imposibles, también sus colores, aquellos colores únicos de Lolo, sus rojos, sus amarillos, sus azules únicos, manifestaban un desarrollo artístico totalmente a contracorriente. Y es que Lolo, siempre iba por un camino paralelo a los demás; también su obra se regía por unas señas de identidad ajenas a lo habitual. ¿Quién, nada más que Lolo, se iba a atrever a realizar un cartel protagonizado por un perro cagando? El cartel más importante que se ha hecho en los últimos años para anunciar un acontecimiento de trascendencia como fue aquella Aduana por todos recordada.

Pero… Lolo se ha ido. Su cuerpo no ha podido más. Desde ahora para siempre nos va a quedar su eterno recuerdo de hombre bueno, de artista genial. Nos va a quedar su pintura llena del eterno colorido de Lolo, de las formas imposibles de Lolo, del lenguaje callado de Lolo. En nuestras retinas va a quedar la obra de Lolo, en nuestra alma va a quedar para siempre Lolo Pavón, aquel eterno niño grande, zangolotino genial, que nos enseñó a todos a ser un poco Lolo Pavón.

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