Els Joglars y Cádiz
Teatro
El regreso a Cádiz de Els Joglars activa la memoria de un grupo de gaditanos que descubrieron a la compañía cuando eran adolescentes y cuya admiración se tornó en amistad con Ramon Fontserè
Treinta y siete años no justifican ninguna efeméride, salvo para los que intentan reconciliarse permanentemente con la vida y constantemente renuevan su afán por amplificar los ecos de la risa de una cada vez más lejana adolescencia.
Hace ya treinta y siete años que Juani, Pili y José, tres adolescentes gaditanos estudiantes de bachillerato, pisaron por primera vez un teatro. La obra que eligieron, ávidos como estaban de sumergirse en la polémica intelectual a la que todo adolescente está genéticamente predispuesto, fue Teledeum, de la compañía Els Joglars, que dirigía ya de forma consolidada el maestro Albert Boadella. Aquellos juglares canallas, amenazados, boicoteados y al borde de la excomunión, llenaban un teatro con un público entregado que asistía divertido a una obra elegante e irreverente que había indignado a la España más conservadora y devota.
Impelidos por la fidelidad a Boadella, el bufón mayor del reino, y a su grupo, ganadas la lealtad y la pasión por la sátira para la posteridad en la gloriosa adolescencia, tras haberse infectado convenientemente con el virus de la comedia, volvieron una vez más al Gran Teatro Falla hace unos días a reencontrarse con Els Joglars. En la representación de ¡Que salga Aristófanes!
No solo estaban ellos: Carmen, Desiré, Lola… y otros adolescentes encanecidos y seguidores de la compañía de la época se distribuían por el patio de butacas celebrando el rito de la vuelta al escenario de los catalanes. Els Joglars están dirigidos en la actualidad por el inconmensurable discípulo de Boadella, Ramon Fontserè, autor asimismo de la obra representada junto con los otros integrantes de la compañía, una figura destacada del olimpo actorial español, cuya hilarante representación de un integrista católico italiano en aquel inolvidable Teledeum marcaría para siempre a aquellos jóvenes gaditanos tan natural y geográficamente dispuestos a la risa.
La semilla germinaría y la relación entre la compañía y la ciudad acabaría siendo recíproca y se consolidaría con el tiempo. Ya en 2004 el Ayuntamiento homenajearía durante el Festival Iberoamericano de Teatro con la proyección de un documental realizado por uno de aquellos adolescentes a la compañía de teatro en activo más antigua de Europa y probablemente del mundo (título por el que creen rivalizar con una compañía colombiana con la que coincidieron un año en el FIT). Els Joglars acabarían reconociendo encontrar siempre aquí un saludable respiro en sus giras, en su cíclico regreso a las tablas gaditanas.
Relata Pilar Sáez, la prima donna de la compañía, la recurrente sensación de bienestar que le produce redescubrir la media luna de los palcos del Falla cuando se encienden las luces tras la representación, la calidez de unas palmas tantas veces percutidas a compás, la cercanía del público a pesar del amplio foso que separa la platea del escenario.
Y relata Ramon que entre sus primeros recuerdos en el Cádiz de sus veinte años destaca la grata impresión que le causaron las gaditanas, aunque su corazón finalmente se lo agenciara la perpetua sonrisa de su paisana Dolors Tuneu, quien, jubilados ya el resto de actores, es por edad la tercera componente del núcleo fundacional que mantiene en activo a la compañía tal y como hoy la conocemos.
Y también le viene a la cabeza a Ramon que en Cádiz los retuvieron una vez ¡por contrabandistas!
La jugosa anécdota merece detenernos en ella: remite a los tiempos de los aparatos de vídeo y contestadores automáticos que se vendían mucho más baratos cuando Canarias era puerto franco. Tras una gira por las islas, Els Joglars desembarcaron en Cádiz con encargos de todo tipo convencidos por un tranquilos, no pasa nada, en Cádiz ni os van a parar el camión… Pero se toparon con un aplicado guardia civil que les hizo vaciar los dos camiones. Al día siguiente El País daba cuenta en titulares de que Els Joglars habían sido acusados de contrabando. El disgusto de Boadella fue monumental, y se tradujo en una bronca igualmente descomunal por parte del director de una compañía que ya empezaba a ser reconocida internacionalmente.
Ramon averiguó el domicilio en Cádiz del periodista que firmaba la noticia y allí se presentó. Baja hombre, soy de Els Joglars, que vengo a traerte de regalo una cosita que a la Guardia Civil se le pasó por alto decomisar. Bajó el pobre periodista en batín a recibir su regalo y a disculparse ante Ramon: entienda que es mi trabajo, tengo mujer e hijos… Recibió de Els Joglars una cámara de broma, de aquellas de plástico que hacía saltar del objetivo un resorte con la cara de un payaso cuando se pretendía tomar una foto.
Como en toda relación, las reciprocidades se afianzan trufándose de luces y de sombras que con el tiempo quedan almibaradas y elevadas a sabrosas anécdotas de sobremesa. Porque Els Joglars ya tienen desde hace tiempo en Cádiz quienes los esperan, quienes los guían por los rincones desconocidos, quienes les abren las puertas de sus casas. No podía ser de otra forma.
Y así, en esta última visita, se internaron en las entrañas del Gadir fenicio, se asomaron al cielo de la plaza de España desde la torre vigía de la casa de Pilar, vieron bailar a las pupilas de la Briceño, repitieron entusiasmados almuerzo en la Peña la Estrella, disfrutaron de una guía por el Cádiz de la madrugada de la mano de Ana-Sofía... ¡Hasta descubrieron en esta ocasión que Cádiz tenía una ciudad adosada llamada Puerta Tierra con una playa magnífica, un estadio mutante y un paseo de palmeras a la orilla de una bahía espectacular!
Els Joglars nunca habían salido del casco antiguo en sus visitas a Cádiz. No se les puede pedir una lealtad más sentida. Y como la lealtad es correspondida, en la cena de la penúltima despedida a la compañía se reunieron en una vivienda de la calle Virgili, gaditanísima calle de nombre catalán, con aquellos adolescentes, hoy canónicos anfitriones de sus referentes teatrales, que siguen presentando los síntomas persistentes de una enfermedad provocada por un virus que los infectó en los ochenta y que les provoca una adicción irremediable a la compañía que los imantó a la platea del Falla ad aeternum.
Y allí, con vino de la tierra blanca, se renovaron los votos y los abrazos, y se juró fidelidad a la polémica y a la controversia, a la incorrección y a la disidencia, conscientes los comensales de que los dedos que Els Joglars nos meten en las llagas no son sino el método más efectivo para comprobar que no vivimos aletargados.
El pasado sábado en el Falla hubo bravos, palmas por derecho de espectadores en pie y también brazos cruzados al bajar el telón. Por ellos, por los que se entusiasmaron y por los que se indignaron, treinta y siete años después, seguimos celebrando que nos visitan, y convencidos brindamos por Els Joglars, por el teatro, por la vida. Y los esperaremos de nuevo con las calles abiertas, en esta ciudad cuna de la libertad y la irreverencia.
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