Eduardo Mendoza sitúa en La Pedrera 'El secreto de la modelo extraviada'
"No sé si tenemos los gobernantes que merecemos, pero sí tenemos los delincuentes que merecemos", dice el escritor catalán
"No sé si tenemos los gobernantes que merecemos, pero sí tenemos los delincuentes que merecemos", dijo ayer el escritor barcelonés Eduardo Mendoza en la presentación de su última novela, El secreto de la modelo extraviada, quinta entrega del detective loco de El misterio de la cripta embrujada.
En esta novela, el escritor hace mover a su personaje en dos planos temporales, "una Barcelona preolímpica situada en un año impreciso, y la ciudad actual".
La presentación de El secreto de la modelo extraviada (Seix Barral) tuvo lugar en La Pedrera, un edificio que también sale en la novela, aunque con unas galas menos estupendas.
En ese marco, ayer lleno de turistas, que en la novela aparece como refugio de unos personajes que encuentran en su terraza un sitio en el que nadie les pueda ver y oír -"era entonces un edificio abandonado, de cierto deterioro físico, con un bingo y un bareto"-, Mendoza afiló su ironía al decir de políticos y empresarios corruptos: "En vez de ingeniería financiera, hacen lampistería financiera".
Para recuperar a su detective y hacerlo en su plenitud de facultades, Mendoza recupera "un viejo asunto feo" que había vivido el personaje, el asesinato de una modelo en los años ochenta y del que le culpaban a él.
El personaje, añade Mendoza, se mueve con la perplejidad de siempre entre estos dos momentos: "Barcelona ha pasado de ser una ciudad por donde atravesaban los automóviles camino de las playas del sur a ser el destino turístico por excelencia en todo el mundo".
Sin embargo, el autor barcelonés no ha querido mostrar una mirada nostálgica ni hacer un balance ni hacer comparaciones. "No hay guiños ni segundas intenciones, sino primeras intenciones y entendidos: Aparte de sus bellezas turísticas, uno de los factores que forman la ciudad es su corrupción, es como el clima de la ciudad. A veces llueve, hay corrupción, algunos van a la cárcel".
A vueltas con la ironía, Mendoza no ve que el cambio en la ciudad haya sido tan malo: "No ha pasado nada malo, no ha habido un terremoto, ni un incendio ni una epidemia de tifus, es un buen balance, hay ciudades que no pueden decir lo mismo".
Para Mendoza, "el personaje central de la novela es la señorita Westinghouse, alguien que es sucesivamente guardia civil, travesti y defensor de la patria fascistoide, un personaje bastante simbólico de todos nosotros porque baila al son que tocan".
Niega Mendoza que haya retratos ni caricaturas específicos, pero la burguesía planea por su novela, "esa burguesía que está siempre ahí y es la que pone el disco de la música que hará bailar a los demás; y además lo hace con esta cosa que a mí tanto me enfada, que encima no tienen ni gracia".
Preguntado por una hipotética futura capital de una Cataluña independiente, Mendoza señala que no puede imaginar a su detective en ese marco porque "yo voy a rastras, los novelistas vamos a rastras de la realidad".
Respecto a la inexistencia de nombre de su detective, recuerda Mendoza que "ya nació con voluntad mía de que no tuviera nombre y muchas veces alude a esto y es parte de su condición de no tener nada", y añade que una de las cosas que más le divierte de esta novela es que "consigue hacer casi todo, viajar, comprar, comer, dormir, sin dinero, sin teléfono, sin nada".
En la primera mitad de la novela el hilo conductor es que va haciendo footing, mientras que en la segunda, en época actual, ha de entregar a domicilio la comida de un restaurante chino.
Aunque la parte final del libro se pueda interpretar de manera agridulce, Mendoza asegura que no se siente desencantado, acaso sus personajes, porque "la ciudad me ha brindado una nueva ocasión para ejercer mi profesión y escribir un nuevo libro".
El humor, una constante en las novelas de Mendoza, es un reto para su autor, que confiesa se divierte "pensando las tonterías" que luego va a escribir, pero plasmarlas en el papel supone un esfuerzo, ya que "el humor escrito ha de funcionar como una máquina muy exacta".
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