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Cultura

Ponce se reinventa, pone sintonía a su toreo y triunfa en su retorno

  • Embriaga a la plaza de El Puerto e indulta un toro en contraste con una mala tarde de Morante

Enrique Ponce, que reaparecía tras una grave lesión sufrida en marzo, embriagó al público de El Puerto con su toreo aromatizado por los sones de la banda, hasta el punto de indultar al cuarto de la suelta.Un torero que lleva viniendo a la Plaza Real desde principios de los años noventa del siglo pasado y que fue recibido con una gran ovación en una tarde de música.

Primero la Marcha Real, tras el desfile de cuadrillas con la plaza en pie como corresponde y las cuadrillas desmonteradas mirando el lábaro que preside la puerta grande.

Luego con Ponce, que toreó su primera faena con la banda sonora de “La Misión” y su segunda con el “Aranjuez” que popularizaron voces como Aznavour y Anthony. Luego con el sexto, que toreó Manzanares al son del “Orobroi” con el que hizo furor el programa “Toros para todos” de Canal Sur, interpretada con piano y palmeros. Y musica a un monterazo que en El Puerto, ya se sabe, cortas una oreja y no hay música pero sí para un monterazo. Hasta música de viento hubo para Morante, abroncado en su segundo, y el limpio aviso de los pulcros y ortodoxos clarines de El Puerto para Ponce, en su faena de indulto.

Cuestión de gustos, para unos será arte y sentimiento al nivel del Cirque du Soleil y para otros un insulto a la fiesta comparándolo con el circo de la cabra. A la plaza le encantó y ya se sabe, voz del pueblo, voz del cielo. Es como discutir entre la dulce y portentosa ópera flamenca de Pepe Pinto y Marchena o el rajo rancio de Donday. Elija el lector.

Ponce, como si fuera su primera vez en El Puerto, porque ganas le puso. Mucho empujó a su primero, de frágil encornadura con las puntas deshechas. El torero buscaba el acontecimiento y el toro tal vez buscara otra cosa por el lado izquierdo, por donde se maliciaba un peligro sordo.Pero el torero tiene habilidad, recursos y eso que se llama oficio, y ligaba por la derecha sorteando la maliciosa codicia que mostraba el toro por su lado malo.Tanto oficio que superó el trámite por la zurda con solvencia pero falló feamente a espadas y la cosa quedó en ovación.

Lo gordo, la apoteosis, vino en su segundo. El torero literalmente encandiló a la Plaza Real. Paró a pies junto a un toro que embistió al caballo por el pecho en un puyazo bajo enmendado que no vaticinaba ningún indulto.

Pero fue un toro que hizo y lució Ponce. Con nobleza y fondo para tragarse los pases que eslabonaba el valenciano con el temple del que es dueño. La creatividad del ambiente y sobre todo el torero, dibujando el toreo al natural, cincelando los cambios de mano y firmando rotundo los pases de pecho hicieron de aquello una obra grande con el público levantándose de los asientos. Un acontecimiento con el remate de las poncinas y el público en pie, entregado y más que mayoritario, pidiendo el indulto. Y la apoteosis poncista. Alta dimensión.

A Morante le gustan los filetes muy hechos y a su primero lo majó tocándole los costados. Luego le dijo al picador que se lo pasara bien en la plancha. Aquello ya era la suela de un zapato pero tuvo fondo de casta para buscar la muleta y Morante le sacó alguna pincelada que el público recibió como agua de mayo.Su segundo fue un manso que huyó cuatro veces del caballo al sentir el hierro. Morante apartó el plato y pidió la cuenta entre la bronca del público.

Manzanares acompañó a Ponce por la puerta grande. En ambos toros de su lote utilizó el arma del toreo por la derecha citando de largo para planchar la muleta con la mano baja extenuando la embestida. A su primero no lo pudo redondear al natural porque el toro se impuso por ese lado. Con su segundo, al son del innovador acompañamiento musical, tampoco, pero el deslumbrado público encontró el estrambote del soneto con una fenomenal estocada recibiendo. Ser un cañón con la espada es digno de todo elogio y cobró la oreja.

Una tarde de esas que se dice que sale el público toreando. Perdón, también tarareando.

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