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Patricio PRON

"Ciertos autores se creen revolucionarios pero son muy conservadores en lo estético"

  • El escritor propone una reflexión sobre los vínculos entre la literatura y la política en una novela ambiciosa y brillante, 'No derrames tus lágrimas por nadie que viva en estas calles'

No derrames tus lágrimas por nadie que viva en estas calles (Random House), la nueva novela de Patricio Pron (Rosario, Argentina, 1975), es una narración tan ambiciosa y evocadora como su título. Con un (ficticio) Congreso de Escritores Fascistas Europeos celebrado en 1945 como centro de un largo relato que abarca también otros períodos (la violenta situación política de la Italia de los 70 y el descontento de los últimos años, ya en el siglo XXI), el autor explora los vínculos entre la política y la literatura, la creación y la existencia. "¿No nos pasamos la vida fabricando libros como los boticarios fabrican recetas, limitándonos a echar cosas de una vasija en otra?", se cuestiona uno de los personajes de la obra, pero Pron presenta aquí un texto alejado de la fórmula: valiente, lleno de profundidad y no exento de humor pese a su capacidad de generar preguntas en los lectores.

-Se ve que ha disfrutado mucho planteando los disparates que hacían los futuristas, como robarle la pierna a un poeta cojo o promover un museo de arte malo, donde las piezas destacaran por la falta de calidad. Se echa de menos, en cierto modo, esa actitud descarada en la literatura de hoy.

-Sí. Los futuristas fueron la primera vanguardia, la que más lejos llegó en el proyecto vanguardista por excelencia, que es integrar arte y vida. En contra de un arte pomposo y anquilosado defendían el disparate y el ridículo, y presumieron de tener incluso un payaso entre sus filas. Me parece que esa inocencia casi criminal de los futuristas y su convencimiento de que había que revolverse contra un arte anticuado son actitudes pertinentes aquí y ahora. El arte hoy es, también, bastante pomposo y conservador. Siempre digo que No derrames tus lágrimas... es una suerte de atajo que me permitió escribir acerca del presente sin pasar por los peajes por los que uno tiene que pasar cuando escribe acerca del presente.

-Uno de los personajes que organiza ese congreso dice que sabían "que todo estaba perdido y que caeríamos en breve, pero queríamos caer con honor y siendo fieles a unas ideas". Esa sensación de fin de una etapa está muy presente en el encuentro.

-Y también la pregunta de qué salvar, qué merece ser salvado. Luca Borrello, el personaje central, parece haber entendido que si algo merece ser salvado son los textos, pero su actitud es vista como una traición por escritores que en sustancia eran profundamente vitalistas. Ahí está una de las muchas contradicciones de los vínculos entre literatura y arte, literatura y política, sujeto y literatura, que se apuntan en la novela. Pero efectivamente el congreso está presidido por la convicción de que están en el final de una época. Los futuristas temen que su literatura se volverá ilegible cuando irrumpan los valores de un tiempo distinto.

-Ezra Pound, cómo no, aparece en el libro. Era imposible eludirlo en una obra que habla de autores fascistas.

-Es alguien que como lector nos provoca una cierta perplejidad. Es un autor extraordinario, pero se sumó a ideas políticas que se encuentran en las antípodas de las ideas que uno puede tener en la actualidad. Con él se da como con otros una paradoja interesante: la de aquellos autores que son revolucionarios desde el punto de vista estético pero que son conservadores en su punto de vista político. Y al mismo tiempo, algunos autores que se dicen revolucionarios en el plano político son luego muy convencionales en lo estético. En realidad, esa contradicción puede entenderse como una invitación a que no leamos los textos en relación con la moral de sus autores, sino procurando encontrar en ellos belleza y sentido más allá de las ideas de sus creadores.

-Pero hay autores geniales, como Céline, que jamás podrán desprenderse de ciertas etiquetas en este sentido.

-Leerlos no significa olvidar cuáles fueron sus decisiones políticas. Hacerlo también supone hacerse una pregunta a la que no es fácil encontrar una respuesta. Si un autor racista puede escribir una obra que no lo sea, o si un tipo misógino puede hacer un texto que no sea misógino.

-En un momento del libro uno de los personajes define la obra de los escritores fascistas españoles como "un montón de basura". ¿Qué impresión tiene usted de ellos?

-Algunos son muy notables, son muy buenos; por ejemplo, creo que la obra de Eugenio d'Ors merece una revisión. Parte del placer que sentí al escribir esta novela, y que espero que se transmita al lector, consistió en que, si bien tenía cierta idea de la literatura fascista europea, con la escritura de este libro accedí a autores que merecían recuperarse. Y descubrí con cierto desconcierto que, en las intervenciones públicas, los tonos y los temas de los autores fascistas no distaban tanto de los antifascistas, como si unos y otros compartieran una serie de obsesiones, un espíritu de época del que no pudiesen separarse.

-El personaje de Pietro o Peter Linden, que protagoniza un tramo del libro ambientado en 1977 y que participa en una célula de activistas políticos, le sirve para preguntarse sobre la pertinencia de acciones radicales contra el Estado.

-Comprensiblemente me preguntaban mucho sobre este personaje en el País Vasco. Algunos periodistas, también en Madrid, esperaban de mí una toma de posesión con respecto a la violencia política. Pero más que hacer públicas mis convicciones, me parece más interesante que sea el propio lector el que se formule sus propias respuestas. La novela sirve como una caja de herramientas que facilitaría esas respuestas, pero yo no soy nadie para imponerlas al lector. Dicho esto, me parece singular que a algunos lectores les produzca desconcierto que se hable de violencia política; para ellos esta violencia se ve limitada a la experiencia de la guerrilla urbana, o de asociaciones que denominamos terroristas, pero pensarlo así supone soslayar las formas implícitas y quizás algo más sutiles en que se ejerce violencia en nuestra sociedad, y que conforman el campo de lo político. El tema es complejo: en lo económico la violencia es menos evidente, pero no para quien ha perdido su casa, por ejemplo.

-Cierra el libro con una manifestación en Milán en 2014, que el personaje recordará como "el comienzo de algo". ¿Usted piensa también que estamos ante una nueva etapa?

-Sí, yo creo que la represión creciente en Europa a todo tipo de disentimiento político, el endurecimiento de la ley antidisturbios, no sólo en España, también en Italia y Francia, pone de manifiesto que no será un nacimiento plácido. Pero creo que hay una nueva generación de activistas europeos que por fin han decidido dejar de ser meros testigos de su vida, de lo que están haciendo con ellos, para ser actores de su historia.

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