Opinión

Las razones del éxito de un proyecto fallido

La bahía de Cádiz es una encrucijada histórica en muchos sentidos, y uno de ellos es el de las profundas transformaciones acontecidas con motivo de reconversión de la industria naval durante la Transición. La reconversión que se inició en los setenta (1978) y recrudeció en los ochenta (1982, 1984, 1987), primero en Cádiz y luego en Puerto Real, significaba un desafío a la historia reciente de la Bahía de Cádiz y los enclaves obreros en San Fernando, Cádiz o Puerto Real. Esta actividad había aterrizado en la Bahía a finales del siglo XVIII, pero durante el desarrollismo franquista recibió un impulso que reforzó la identificación de la actividad industrial con el territorio y la historia gaditana. En los astilleros, existía una cultura del trabajo basada en la personalización de las relaciones socio-laborales, en la solidaridad entre trabajadores, en la transmisión directa de saberes. La cruda lucha social de los años ochenta fue la de trabajadores cuya experiencia vital gravitaba en torno a la fábrica. Los astilleros tenían un modelo social y territorial basado en entornos urbanos muy especializados en la construcción naval, de la que dependía un buen número de actividades auxiliares. La reconversión no era exclusivamente el desmantelamiento de un sector económico en crisis, era la desaparición de ese modo de vida, mediante el que se organizaba el trabajo en la fábrica, pero también la biografía de los trabajadores y sus familias (un conjunto de lazos económicos, sociales, morales y de poder). Un sistema gremialista, de carácter asistencial, en el que las familias de obreros y técnicos, podían acceder, además de al trabajo, a la vivienda, a la formación, e incluso a algunos servicios básicos. La reconversión expresaba el tránsito del modelo industrial al posindustrial, de la organización científica del trabajo a la gestión tecnológica y flexible de las cadenas de producción, trasladada parcialmente a otros territorios.

Pero había más cosas en juego. Las luchas sindicales de los ochenta tuvieron lugar en el contexto transicional del modelo proteccionista a la economía progresivamente liberalizada a la que las empresas españolas se vieron abocadas con la integración en Europa. Sindicalistas curtidos en el tardofranquismo y trabajadores aspiraban el perfume de lucha legítima para garantizar derechos laborales, donde el anti-franquismo podía amalgamarse fácilmente con el anti-capitalismo que representaban los nuevos rumbos de la economía. ¿Cómo explicar el éxito de aquel movimiento social? La arena sindical estuvo muy disputada. Tras los buenos resultados logrados en la reconversión de 1978, la división entre distintas organizaciones se hizo visible en los años ochenta: frente al modelo autogestionario y asambleario que representó fundamentalmente la CNT, las organizaciones del Comité de Empresa, a la postre burocratizadas: CC.OO. y UGT, además del Colectivo Autónomo de Trabajadores. A pesar de sus diferencias, aprovecharon el contexto de oportunidad (la reconversión y las posibilidades de expresión social del nuevo régimen), y sobre todo fueron capaces de crear un relato, construir un ideario, a partir de los valores que se habían ido construyendo en los años de convivencia en las fábricas y en los barrios. Ese discurso tuvo la capacidad de amalgamar a los activistas. Como los testimonios de algunos de sus protagonistas pusieron en evidencia, una de sus estrategias fue "armarse de razones", trasladar sus reivindicaciones a las asociaciones de vecinos, a las asociaciones de padres, hasta conseguir que 100.000 personas se manifestasen en Cádiz a favor del mantenimiento de la actividad laboral en los astilleros. La continua presencia del conflicto en el Carnaval ha sido testigo de cómo ha traspasado el relato y las aspiraciones de los trabajadores de astilleros los poros de la ciudadanía. Los activistas sindicales -en particular, la CNT-, trasladaron las asambleas a la plaza de Jesús puertorealeña, donde alcanzaron protagonismo las mujeres. Como las ondas expansivas de una piedra en el agua, las reclamaciones laborales se convirtieron en comunitarias: el desmantelamiento industrial favoreció la reinvención de la comunidad, que se rearmó en la crisis, aunque no lograra sostenerse en el tiempo.

Ahora bien, desde el oteadero del presente, podemos afirmar que aquel proyecto resultó fallido: porque en el marco político se apostaba ya por un pactismo auspiciado, dentro y fuera de España, por poderes económicos, partidos políticos y la mayor parte de tejido sindical. Y porque el marco económico ya se había orientado hacia el escenario de una economía terciarizada y fofa. Las acciones de resistencia de aquellos activistas habían prendido con facilidad entre los jirones de un horizonte de liberación política, pero se desharían ante lo informe del nuevo panorama económico, por mucho que sus biografías se hubiesen pergeñado en la experiencia común de la fábrica y los barrios obreros.

(Este texto reúne apuntes de los trabajos académicos de Beltrán Roca, José Luis Gutiérrez Molina y el propio autor).

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