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  • Jornadas de trabajo menos definidas, la dependencia de las pantallas y un grado de exigencia cada vez mayor alimentan un nivel de estrés también en aumento

No tengo tiempo: el increíble caso de las horas menguantes

Horas extras, desplazamientos o teletrabajo contribuyen a que la jornada laboral pierda su definición. Horas extras, desplazamientos o teletrabajo contribuyen a que la jornada laboral pierda su definición.

Horas extras, desplazamientos o teletrabajo contribuyen a que la jornada laboral pierda su definición. / Efe

Escrito por

· Pilar Vera

Redactora

¿Qué ha pasado con nuestro tiempo? ¿Dónde está, por qué no está? ¿No se supone que avanzamos socialmente? ¿Qué pasa con todas estas cosas que me ahorran tiempo, por qué no funcionan? ¿Por qué no me puedo teletransportar? Preguntas, preguntas.

Una diferencia que solemos pasar por alto cuando pensamos que vivimos más estresados que el abuelo es... la abuela. Y las tías. Y/o (con suerte) las muchachas. La ingente cantidad de tiempo y esfuerzo invisibles que aportaba (y aporta) el trabajo femenino entre bambalinas es una cuestión que aún hoy no hemos resuelto. Aun así, el abuelo, digamos, trabajaba ya en una jornada establecida de ocho horas (en España, regulada por ley desde hace más de un siglo, desde 1919). Ocurre que los tiempos modernos, pero aún no contemporáneos, han visto que las ocho horas de reloj perdían su definición, como el cinturón de frío polar. O, ¿no es el tiempo que perdemos en el trayecto al trabajo algo que contabilizar? El teletrabajo, puesto sobre la mesa (y en el BOE) pandemia mediante, sirve de parche a muchos casos de conciliación, pero tiene una excepcional cualidad permeable.

Por no hablar de las horas extras. Hablemos de las horas extras. Un estudio realizado desde UGT revelaba que, aunque en 2020 los hombres hicieron más horas extras semanales que las mujeres (un 58% frente a un 42%), el inicio de la pandemia marcó una subida del 34,1% en el tiempo extraordinario que dedicaron las mujeres al trabajo respecto al año anterior. En el caso de las horas no pagadas, el porcentaje se eleva al 42,1%. “Todo esto –explica el sindicato– se debe al aumento desproporcionado de las horas extras en actividades altamente feminizadas como la educación, las actividades sanitarias y de servicios sociales o las actividades de los hogares, y a que las mujeres acaparan tres cuartas partes del empleo a tiempo parcial. Han aumentado, en fin, allí donde la pandemia no ha impedido seguir trabajando”.

De las 320 millones de horas extras que se realizaron en 2020 en nuestro país, no se pagaron casi la mitad. En total, casi un 8% de la población asalariada prolonga su jornada habitual y no recibe compensación por ello. A principios de 2019, según señalaba CCOO a partir de datos de la EPA, la provincia gaditana era la segunda en Andalucía en el cómputo de horas extras: un esfuerzo que hubiera supuesto la creación de 1.943 empleos semanales a tiempo completo, 558 contando las no remuneradas.

En el último trimestre de 2021, según marca el INE, también hemos vivido un crecimiento de las horas extras en general (6.267) –y femeninas, en particular, llegando a las 2.734: el pico más alto, el del segundo trimestre de 2020, registró 2.978 horas–. El final del año pasado marcó en España 3.425 horas extra pagadas y 2.852, no remuneradas. En fin, esperemos que las cosas chulísimas que decía Yolanda Díaz lleguen pronto.

Paula Igartua: "Hay mucha tecnología, pero menos apoyos y muchas más tareas"

“Desde luego, antes los horarios eran otros –comenta la psicóloga Paula Igartua–. El padre normalmente era el que iba a trabajar, pero le daba más tiempo porque se anulaba más. Nadie se ha parado en serio al calibrar el ritmo que llevamos, tirando de extraescolares como recurso. Hay menos apoyos y tenemos mucha más tareas, aunque haya mucha tecnología. Y hay cosas que no va a sustituirte una aplicación, como contarle un cuento a tu hijo o quedarte con él si tiene miedo. Normal que, al final de la yincana, todos reivindiquemos nuestro encefalograma plano”.

Así que, si quieren empezar a señalar a un ladrón de tiempo, la pérdida de definición de lo laboral es un buen sitio por donde empezar, con la generalización de la jornada continuada (también en comercios) y la semana de 40 horas como entelequias. La pandemia no ha cambiado aún nada de esto, aunque en Estados Unidos se esté viviendo lo que llaman The Big Quit (la gran renuncia). Un escenario que tiene “motivaciones económicas pero, sobre todo, el recordatorio que hemos vivido, como sociedad, de que nuestro tiempo es limitado. No sólo ha muerto mucha gente, sino que el confinamiento ha puesto delante de nosotros, urgente, la pregunta de qué queremos hacer con nuestra vida, ya que el presente no es para siempre”. Oliver Bukerman es escritor y periodista. Antes de vivir su propia epifanía, escribía semanalmente en The Guardian una columna mensual sobre productividad. Que lo que conocemos como “gestión de tiempo” ha fracasado estrepitosamente es algo que Bukerman no deja de subrayar, después de decirle adiós a todo eso, en su libro Cuatro mil semanas, editado por Planeta.

“Sigo en contacto con mis antiguos jefes, han sido muy indulgentes al respecto”, afirma el propio Oliver Bukerman, apuntando que no hubiera sido posible hablar con propiedad, ni haber escrito ese libro, sin la existencia de esas entregas semanales: “De hecho, muchas de esas columnas fueron el inicio de todo esto”.

El escritor contextualiza lo relativo de nuestro concepto de “tiempo”: “Un campesino medieval, por poner un ejemplo, probablemente no se paraba a resoplar y quejarse de la cantidad de cosas que tenía hacer. Esto ha sido así durante la mayor parte de nuestra historia, y probablemente siga siéndolo en algunos lugares, en sistemas que los antropólogos definen como orientados a tareas –explica–. Las razones de tu día a día salen de lo que tienes que hacer. En el mundo agrícola, por ejemplo, esto lo marca el mundo natural y el plan no cambia grandiosamente. Tampoco hay un fin. En el trabajo de hoy día, lo mismo puedes pensar en una gran tarea, pero en el mundo natural es más fluido: te adaptas al trabajo. Creo que el pasado era terrible en muchos aspectos pero esta forma actual de luchar contra el tiempo viene desde el momento en el que lo cuantificamos e hicimos de él mercancía”.

Oliver Bukerman: "Nuestros problemas con el tiempo vienen desde que lo cuantificamos e hicimos de él mercancía"

David Jiménez comenta en El mal dormir (Libros del Asteroide) que gran parte de la angustia de los insomnes irredentos viene de este concepto de estar malgastando el tiempo y no listos para lo que se espera de nosotros: “El que deberíamos tener un rato al día para dedicarlo a cosas que no sean el trabajo o labores familiares es históricamente novedoso –comenta–. Pero el manejo del sueño y del tiempo es importante porque, en nuestra época, el imperativo del tiempo es que lo tienes que estar utilizando para algo: en concreto, recargar bien las pilas para rendir mejor. Y en este contexto, no dormir bien es my angustioso: no estás haciendo nada y, encima, la nada la estás haciendo mal. Ese ansia sí es muy actual”.

Toda la tecnología ha llegado, en principio, para ahorrarnos tiempo y hacer nuestra vida más tranquila. Estoy más que convencida de que fueron muchas abuelas y bisabuelas las que lloraron la primera vez que vieron un programa de lavadora completo. No se engañen: esto es así en gran medida, del motor a reacción al procesador de texto. “Lo curioso es que todas estas tecnologías nos empujan a creer que estamos cada vez más cerca del momento en que dominemos el tiempo”, reflexiona Oliver Bukerman. Y esto nunca sucede, entre otras cosas, por la paradoja de la bandeja de entrada limpia, esa gesta de Sísifo: cuanto más al día intentes tener al día tu correo, más imposible te será, porque más te contestará la gente. “Igual que con la carga de trabajo –continúa Bukerman–. Si puedes hacer todo lo que te dan en la mitad de tiempo, tu jefe te dará más, porque no es tonto”.

“Las tecnologías no sólo han procurado un cambio en nuestro estilo de vida –prosigue Paula Igartua–, sino también un cambio cultural. La mujer se ha incorporado al mundo de las relaciones laborales, aunque las tareas domésticas sigan existiendo y sigan siendo, en gran medida, suyas, a pesar del robot de cocina y de la Roomba. Aun así, dos personas trabajando dentro y fuera de casa tiene muchísimo impacto. Para colmo, el mundo de las redes nos muestra sólo la parte idílica de la vida”. Y el estar “más cableados” nos da tanto más herramientas como más contenidos: “Y eso hace que cada vez queramos hacer más cosas, o sintamos que tenemos que ser más cosas, porque la sociedad consumista nos pide que lo hagamos todo: perfectos en el trabajo, idiomas, físicamente, mucha presión a nivel estético porque, para colmo, vivimos de cara a la galería. Cada minuto tenemos que aprovecharlo proactivamente cuando, muy a menudo, estamos tan abrumados que la reacción lógica es procrastinar, pero hacerlo con lo que tenemos a mano, el móvil”.

Incluso nuestros hobbies se han convertido algo que monetizar o de lo que obtener rédito emocional en público

“Vivimos tan estresados que consideramos que el epítome de la paz y tranquilidad debe ser estar una semana aislado en la montaña, cuando realmente vivir en los Himalayas, por decir, debe ser bastante estresante”, añade Oliver Bukerman, que pone el ejemplo de lo que hemos hecho con nuestros hobbies: a las primeras de cambio, convertirlos en algo que monetizar o de lo que obtener rédito emocional en público. Cuando el hobby estupendo, que nos relaja porque de él no esperamos nada, debería tener su punto infamante.

A toda esta agenda neurótica, hay que añadir la velocidad a la que hemos regurgitado nuestra capacidad de frustración, si es que alguna vez estuvo ahí: antes nos parecía genial esperar tres días para que nos llegara una carta. “Y de repente, parece que dos minutos en el microondas es mucho tiempo. Se ha calculado, por ejemplo, que Amazon perdería millones si su web tardara en cargar un segundo más de lo que lo hace”, apunta Bukerman.

Urracas bien dispuestas, ahora estamos rodeados de cositas brillantes y fagocitadoras. Quién dice que no. “Aburrirnos es necesario y, si no nos dejan aburrirnos porque siempre hay tal variedad de cosas que nunca te vas a aburrir, pues a la mínima de cambio nos frustraremos –apunta Paula Igartua–. Además del tema de los objetivos inalcanzables que hablábamos, con ese tener que apuntarse un montón de tantos… Muchos problemas de ira, de no saber gestionar nuestras emociones, tienen que ver con todo este sistema”.

Cristalitos. Soma. En 2019, la media de tiempo que pasamos bicheando en Internet fue de tres horas y media al día. En enero de 2021, confinamiento y susto pandémico mediante, usábamos las redes un 13% de lo que lo hacíamos en el mismo mes de 2020, y este último año el aumento ha sido de un 10,1%. El informe Digital 2021 señala que, en nuestro país, el acceso a internet tiene ya una penetración social del 91%. El 80% de los españoles utiliza, también, algún tipo de red social, plataformas a las que dedicamos una media de dos horas y 25 minutos cada día (los más jóvenes, de 16 a 29 años, unas tres horas diarias; una hora y 39 minutos aquellos de entre 45 y 54 años). Quizá no sean los responsables absolutos del latrocinio de nuestro tiempo, pero se están relamiendo el hocico con un buen pedazo.

Los españoles dedicamos a las redes sociales unas dos horas y media al día

“Las tácticas de evitación son unas defensas que tiene el cuerpo y que siempre han estado ahí –prosigue Paula Igartua–, las más evidentes, el alcohol y las drogas, pero la adicción al móvil funciona de la misma manera a nivel cerebral. A corto plazo, es algo que produce placer, me coloca fuera de donde estoy y me da la sensación de poder con todo… Esa sensación tan poderosa la colocan las redes al alcance de la mano, desde muy temprano y, además, como algo aceptado y normalizado. Para colmo, es algo que no podemos evitar, porque no podemos hacer de la tecnología algo ajeno: si no estás en la plataforma de tus amigos, por ejemplo, es muy fácil verse descolgado”.

Luego está el sueño. Se calcula que entre un 20 y un 48% de la población adulta sufre dificultades para mantener el sueño. En 2019, el número de españoles que admitían esto era del 58%, en una tendencia que ha ido en aumento, a nivel mundial. Parece que el brillo de pantallas, tabletas y ordenadores inhibe la secreción de la hormona del sueño, la melatonina, y por tanto afecta negativamente a nuestra capacidad de dormirnos. Lo mismo ocurre con la estimulación que supone la conectividad constante. “Aunque, quienes ya éramos nocturnos antes de la marea digital, sabemos que los problemas de sueño, o los cronotipos, no son del todo responsabilidad directa de las pantallas”, dice Jiménez.

Cuatro mil semanas. Eso es todo lo que tenemos. Bueno, eso es todo lo que tenemos en total: que cada cual se asuste a gusto. Y aquí estamos, corriendo como pollos sin cabeza. El análisis de Oliver Bukerman es una apuesta por establecer prioridades: “Ocurre que nos gusta mantener todas las opciones abiertas, por si nos equivocamos de idea, algo que es aplicable a relaciones, carreras, lugares... Todo. Huimos de la ansiedad que nos produce el preguntarnos si vamos por buen camino. Nos repugna la idea de que esto es lo que hay, que la vida es breve y que nuestra limitada capacidad de acción es todo lo que tenemos –prosigue el autor–. Ocurre que una vez tienes una sola dirección hacia la que ir te sientes liberado, hayas escogido lo mejor o no”.

Todos los sabemos. Uno puede redefinir lo que quiere en su vida, pausar el reloj y estar dispuesto a dejar de lado lo urgente, como suele decirse, por lo importante. Pero hay unos señores en el banco que no se muestran muy comprensivos: “Lo primero que siempre digo es que siempre hay más opciones de las que uno cree –indica Bukerman–. Pero si no, y tienes que hacer lo que sea para poner comida en la mesa, lo que quiera que tengas que hacer se llena de significado. Es muy peligroso esto, porque parece que lo que digo es que has de trabajar en algo que te coma el alma para que tus hijos tengan un techo. Pero si miras las opciones que se abren, y no hay mucho más, de repente hay otro significado y una forma de llegar a tus objetivos. O pagar esa hipoteca te importa lo suficiente como para hacer algo que no te gusta, pero que te lo permite; o hacer algo que te gusta te importa lo suficiente como para vivir de forma que no tengas que pagar esa hipoteca”.

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