Mosquitos: vampiros del arrozal
El Poblado de Valerio, en Vejer, donde el virus de El Nilo se cobró una de sus ocho víctimas en el año 2020, es el lugar idóneo para procrear el ser vivo más letal de la fauna: el mosquito
Dengue, malaria, chikuguña, zika, virus del Nilo… Todas estas enfermedades tienen un elemento común: el mosquito, que es como llamamos a 3.500 especies distintas que se agrupan en cuatro grandes tipos, clasificados por el virus que son capaces de transmitir. La página científica Science Alert elaboró en 2018 un ranking sobre los animales más letales del planeta para el ser humano. Los cuatro primeros puestos están copados por los perros, causantes de 35.000 muertes al año, las serpientes (100.000) los propios humanos (475.000) y, a la cabeza de todo el mundo animal, en la cumbre de la cadena trófica, su majestad el mosquito (750.000 muertes al año).
El informe de la Organización Mundial de la Salud del pasado año ya alertó de que el mosquito aedes aegypti, que se encarga de transportar el dengue, devastador en el reciente verano austral argentino, ya está presente en el sur de Europa. Aunque el dengue no existe en España -sólo 14 casos autóctonos (ninguno en Andalucía) desde 2018-, un informe del Ministerio de Sanidad alertaba de que hay que estar preparados porque España tiene todas las condiciones para entrar en país de riesgo como una consecuencia directa del cambio climático.
Pero a quien sí tenemos aquí y muy bien establecido no es al aedes aegypti, sino a su primo, el aedes albopictus, más conocido como mosquito tigre y que llegó en barco a Barcelona en 2004 a bordo de neumáticos procedentes de Asia convenientemente húmedos. Ahora ya está en todas partes. “Aedes albopictus, vector del dengue, chikungunya y zika, está establecido en gran parte del territorio español y se dan las condiciones climáticas adecuadas para que se produzca el ciclo biológico del virus en caso de introducción”, decía el informe.
La evolución del mundo mosquito en la zona está monitorizada semana a semana desde el Observatorio de Mosquitos del Guadalquivir, establecido en la Estación Biológica de Doñana. Desde allí se capturan cada semana miles y miles de mosquitos para su estudio. Así sabemos que en Andalucía se mueven 60 distintas especies de mosquito que, mayoritariamente, no están interesadas en la sangre humana y que, por tanto, no tienen relevancia para la salud pública.
Pero el mosquito tigre, y más exactamente la mosquito tigre, sí tiene esa preferencia. Este mosquito urbano ha encontrado en el clima de Andalucía su paraíso. Es un vampiro que disfruta del día y es el culpable de que digamos eso de “cada vez hay mosquitos” o “ahora los mosquitos pican de día”. Encuentran magníficos centros de reproducción en los desagües, los platos que colocamos debajo de las macetas y en los floreros de los cementerios.
La italiana Martina Ferraguti, investigadora de la Estación Biológica de Doñana, ha rebajado la alarma. Estudia modelos epidemiológicos aplicados a patógenos transmitidos por mosquitos, como el virus del Nilo Occidental o la malaria aviar. Su trabajo es saber de qué sangre se alimenta cada tipo de mosquito y su información es de alta utilidad para los ayuntamientos a la hora de decidir cómo acometer sus campañas antiplagas de cada primavera.
La presencia del mosquito tigre, vector de la malaria o la fiebre amarilla, no significa que, como cuando viajamos a países tropicales, nos tengamos que vacunar contra esas enfermedades “porque existe el vector, el mosquito, pero no el patógeno. La malaria humana, por ejemplo, fue erradicada en España en 1963”. La molestia de este mosquito es su longevidad, unos 20 días, su resistencia al frío y su actividad diurna.
Culex peresiguus
Pero no es este mosquito el que centra la atención de este Observatorio, sino otro que es vector de un patógeno que sí se encuentra entre nosotros, el Virus del Nilo. Es el culex perexiguus, de costumbres muy distintas. Procedente de África y documentado por primera vez en 1930, su presencia en Andalucía data de una fecha relativamente reciente, primero en Doñana en 2004 y luego en Puebla del Río en 2006. Su hábitat favorito es el arrozal, por lo que las principales zonas de riesgo se encuentran en el bajo Guadalquivir y La Janda, donde hay una mayor extensión de este cultivo. Su época de principal actividad se desarrolla entre julio y octubre. Es decir, ahora.
Su picadura es en la mayor parte de los casos inocua. El mosquito infectado puede inocular el virus y un 80% de las veces la víctima tendrá el virus, pero no habrá ningún síntoma. Si el virus se desarrolla entonces se generará una infección que provocará primero dolores abdominales, luego fiebre, dolor de garganta y falta de apetito y, posteriormente, náuseas, diarrea y dolor muscular. En el estadio final se producirá una inflamación en el cerebro, una meningoencefalitis. Entonces puede ser mortal.
Este año el virus ya se ha cobrado dos víctimas, una mujer de 71 años en Dos Hermanas y otra de 86 en Puebla del Río, ambas con patologías previas, por lo que la Consejería de Salud decretó la emergencia en los pueblos colindantes a los arrozales del Guadalquivir. El año pasado fue una mujer de 84 años de Arroyomolinos de León (Huelva), también con patologías previas, la víctima del virus. En 2021 hubo otra, en Coria del Río, una mujer de 73 años. Pero el peor año fue el 2020, el año del covid, en el que ocho personas fallecieron y otras 36 resultaron gravemente afectadas. Se comprobó que el virus, es decir, el mosquito, había saltado de los arrozales sevillanos a las provincias de Badajoz y de Cádiz, donde hubo dos casos mortales, en Puerto Real y Vejer. Entre 2010 y 2016 la Junta desoyó las alertas que le llegaban desde la Estación Biológica de Doñana pidiendo fumigaciones preventivas ante la presencia de este mosquito vector del virus.
El poblado
La víctima del virus de Vejer se llamaba Manuel López Domínguez. Tenía 59 años y vivía en el Poblado Varelo. El Poblado Varelo es una colonia que se levantó en 1965 dentro del límite de la finca de Las Lomas, uno de los mayores latifundios de Andalucía, en un vértice entre los términos de Vejer, Medina y Barbate. Su función era acoger a nuevos trabajadores de la inmensa explotación. Se trata de 81 casas de dos plantas, todas exactamente iguales, agrupadas en torno a una plaza. Está situado en un cerro desde donde se observa toda la vega y lo que fue la laguna de La Janda, en su día uno de los mayores humedales del sur de Europa. Observo desde los límites del poblado la vista que se extiende hasta el mar. En este paraje, dicen los últimos estudios historiográficos, se desarrolló la conocida como batalla del Guadalete del año 711 que significó la entrada de los musulmanes en la península.
Diego lleva aquí casi toda la vida. Lo encuentro en el porche de su casa, la número 48, intentando deshacerse de los mosquitos a mediodía. “Están aquí a todas horas. Mira”. Pisa el césped con fuerza y salen ejércitos de mosquitos en todos direcciones sorprendidos en el letargo matinal. Diego me cuenta que llegó al Poblado de niño desde Alcalá de los Gazules con sus padres, que trabajaban para “los señores de Las Lomas” y él mismo se puso a trabajar en el campo a los diez años. Hasta los 14 años lo compaginaba con ir a la escuela que la mujer del propietario, Ramón Mora-Figueroa, levantó en el poblado interior de Las Lomas. “Aquella señora dijo que , por encima de las tareas del campo, los niños tenían que ir a la escuela y aprender a leer. Hasta entonces los niños de Las Lomas no iban a la escuela. En cuanto levantaban dos palmos se ponían a trabajar en el campo”.
Se acaba de jubilar, dice orgulloso, “con 48 años cotizados”. Ahora se dedica a su pequeño huerto, aunque lamenta que la sequía apenas ha dado tregua y aunque ha sacado unas cuantas fresas, los tomates, que se ven tristones, no han dado la cosecha esperada. Es cierto, el pequeño cauce de un arroyito que surcaba el huerto está completamente seco. Dentro del huerto Diego tiene su lugar favorito, un chamizo con su butacón, su radio y un kit de productos antimosquitos donde no falta el Aután, el Raid y una fórmula casera que dice que funciona mejor que el spray industrial. Aunque apenas hay agua, en los restos húmedos de algunos bidones se pueden ver mosquitos muertos. Seguramente ese fondo del bidón esté repleto de larvas.
Las Lomas
“Aquí venía mucho Franco a cazar el corzo y el ciervo. Había en el poblado un almacén que era donde se quedaba la guardia que le acompañaba. Luego empezó a venir muy a menudo el rey, el rey viejo, digo. Mi hermano lo conoce mucho porque era su guía en las monterías”. El Rey emérito batió el récord de la finca en el año 2000 cuando abatió a un ciervo de 219,89 puntos, lo que se mide por el tamaño de las cuernas, por lo que aquel ciervo no debía tener menos de diez puntas.
En la finca Diego trabajó de todo, pero se muestra especialmente satisfecho de la etapa en la que fue nombrado encargado de la desmotadora de algodón, que era la joya de la corona de Las Lomas, “la más moderna de Europa”. Me enseña los cultivos desde el cerro. Allí el algodón, están probando con el aguacate, aquí pusieron almendros, pero no funcionó, así que van a poner olivos. “¿Y los arrozales?” “Los técnicos probaron un arroz de riego, no de inundación, pero no acabaron de verlo. Mira allí al fondo, eso que es un verde más pálido. Es La Jandilla. No pertenece a Las Lomas. Allí están los arrozales de ahora, llevarán unos veinte años o algo más. Esos trajeron los mosquitos. Que vaya, que mosquitos ha habido siempre, pero desde lo del arroz aquí es difícil vivir”.
Está hablando de las 2.800 hectáreas que Rafael Domecq plantó a mediados de los años 90 y que siempre ha defendido que suponía un modo de recuperar el humedal. Diego no sabe si un mosquito del arrozal fue el que infectó a su amigo Manuel, al que conocía desde niño, “pero era el año del covid y en los hospitales no querían saber nada de nadie, bastante tenían con lo que tenían y con lo de Manuel no sabían ni lo que era. Cuando lo ingresaron el hospital de Puerto Real ya era demasiado tarde. Se nos fue muy rápido”.
Hablo con Santi, sobrino de Manuel, junto al parque infantil de la única plaza del poblado. A esta hora no hay un solo niño en los columpios pese a estar en temporada vacacional. En realidad, el parque se usa poco. Entre las horas de calor y los mosquitos, hay poco tiempo para su uso. Los días son cortos en el poblado. Hay un momento, al atardecer, que al bullicio infantil le sigue el más completo silencio. Han llegado los mosquitos y los vecinos se refugian en sus casas protegidos por sus mosquiteras. Las 81 viviendas exactamente iguales tienen una fortaleza de mosquiteras exactamente iguales.
“A mi tío se lo llevó el arrozal, eso es un crimen. Mi tío me hablaba de que hubo un tiempo en que en el poblado no había mosquitos, pero eso yo no lo conocí. Yo he crecido entre mosquitos por culpa de ese arrozal que, además, apenas da trabajo y el poco que da se lo dan a cuatro enchufados”, me dice Santi, un hombre de unos treinta y pocos años enfadado con el mundo que se atreve a salir a la plaza con unas calzonas y unas zapatillas, a pecho descubierto. “Mi tío medía cerca de dos metros y era duro y fuerte como el pedernal. No había estado enfermo nunca. Cuando era pequeño me decía que le pellizcara y no había forma de lo prieto que estaba. Si el mosquito pudo llevarse a un hombre como mi tío, ese mosquito puede llevarse por delante a cualquiera”. Dice que su tío supo perfectamente cuándo había recibido la picadura, “fue cuando estaba trabajando en el cáñamo, sintió que no era una picadura como las demás y rápidamente se empezó a sentir mal, pero los médicos no sabían cómo tratarle. Cuando ya lo ingresaron estaba irreconocible, se le había hinchado la cabeza. Fue muy doloroso”.
La laguna seca
Beatriz está plantando unos cardos delante de su mosquitera. Su caso no es como el de los demás vecinos. Ella no creció en el poblado. Vive en Algeciras y pertenece a Agaden, una de las asociaciones integradas en Ecologistas en Acción. Cada año participaba en la marcha que realiza Ecologistas para la recuperación de la laguna. La comarca llegó a tener un sistema lagunar de 7.000 hectáreas. La laguna fue sentenciada por una ley de 1918, la ley Cambó, que autorizaba las desecaciones para su uso agrícola con una concesión de 99 años. Precisamente, esta ley se promulgó para evitar la proliferación de mosquitos, que propagaban entre la población cercana el paludismo.
En el caso de La Janda hay un complejo debate jurídico desde que en 1957 se estableció la concesión de la laguna desecada a la empresa Lagunas de Barbate, participada principalmente por los propietarios de Las Lomas. Los ecologistas defienden que se trata de un dominio público y así lo reconocía el Supremo en una sentencia de 1967 que entendía que no se había desecado como dictaban las normas. Aquella vieja sentencia no ha evitado que se siga desarrollando actividad agrícola al menos hasta que se cumpla el período de la concesión.
Y entonces allí iba Beatriz a reclamar ese humedal cuando se enteró de la existencia del poblado. Por entonces las 81 casas habían cambiado su situación desde los años en que los propietarios de Las Lomas lo construyeron en 1965. A principios de siglo la linde se había rentranqueado y la valla que delimitaba la finca se movió unos cien metros liberando al poblado de su pertenencia a Las Lomas. Las casas fueron entregadas a sus inquilinos, que sólo tuvieron que pagar la escritura. Eran propietarios. Por entonces ya no hacía falta tanta mano de obra en la finca, que había mecanizado buena parte de sus trabajos. De hecho, Las Lomas es posiblemente una de las fincas agrícolas más modernas y experimentales del país. Los años del paternalismo habían pasado a mejor vida. Los hijos de los antiguos trabajadores tenían otras aspiraciones ajenas al poblado y algunas de las 81 casas se pusieron en venta. Beatriz vio en ello una oportunidad. “Quería un lugar tranquilo alejado de los turistas y aquí estamos a dos pasos de la playa del Retín, que es uno de los pocos paraísos que quedan en la provincia. Y las casas eran baratas. Era el lugar ideal. Es verdad que no me dijeron lo de los mosquitos”.
Para Beatriz buena parte de la culpa de los mosquitos no está tanto en el arrozal, que también, sino en la pérdida de biodiversidad que supuso la desecación, desapareciendo un montón de aves que se alimentaban de esos mosquitos. Los propietarios del arrozal dicen que, precisamente, ellos están recuperando esa biodiversidad, que hay nutrias y han vuelto aves que hacía mucho que no se veían por estos contornos. En cualquier caso Beatriz también apunta a la dejadez de las administraciones. “Aquí hace años que montaron una depuradora que nunca entró en funcionamiento y tampoco se acometió la conducción de las aguas fecales. Si sumas sequía y que la aguas fecales se vierten a ese arroyo seco ahí tienes un elemento ideal para que las larvas de los mosquitos se desarrollen”.
Sigo el camino que me han indicado que rodea el pueblo, ya dentro de la finca. Es, efectivamente, el pequeño lecho de un arroyo totalmente seco. En determinado punto, entre la maleza, se escucha el agua. Es el agua que viene del poblado y que genera una pequeñísima corriente que crea el lodo ideal para la crianza de los mosquitos. ¿De qué lugar salió el culex perexiguus que picó e infectó a Manuel? Nunca lo sabremos. Sí conocemos ese informe de 2010 de la Estación Biológica de Doñana que alertaba de la presencia del vector y del patógeno. Pasaron diez años hasta que hubo que lamentarlo.
Tras aquel verano distópico del virus del Nilo que siguió a la primavera distópica del covid, los brotes se han ido controlando por las tareas de fumigación. La Diputación de Cádiz puso en marcha un servicio de Detección y Tratamiento de Mosquitos en la Comarca de La Janda y Barbate, por ejemplo, ha decidido contratar a su propios antiplagas, Anticimex, una empresa sueca nacida en 1934 cuando la gran plaga de chinches en Estocolmo que afectó a la mitad de la viviendas de la capital. Desde entonces sus más de 7.000 empleados son expertos en matar todo tipo de bichos en más de veinte países y ha creado Bubbble Kill, su propio matamosquitos, que incluye a los mosquitos tigre y al culex perexiguus. Anticimex lleva desde mayo actuando sobre los focos de larvas de todo el núcleo urbano. Los resultados los veremos estos meses.
Diego pertenece a un club de pesca. Han formado un buen grupo de jubilados del poblado que madruga y pesca en las playas cercanas. “Se ven mosquitos hasta en el paseo marítimo de Barbate, lo que yo no había visto nunca. De día, de noche. Hasta en invierno. No sé si será el cambio climático o lo que será, pero algo está pasando con los malditos mosquitos”.
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