"Me gustaría tener un barquito para ir a pescar, sí, eso es lo que yo quiero"
La decisión del Supremo de revisar su caso no ha cambiado aún nada: Ricardi tiene que venir hoy a Cádiz a firmar como un preso más; el error judicial, 13 años y un mes después, sigue sin subsanarse
Ha cogido peso y sobre todo desenvoltura. "Estás mucho más suelto". Él asiente y se ríe, con una risa franca, que le sale de dentro, de un pecho que suena a metálico, a ronquera mal curada, secuela de la bronquitis crónica que padecía de niño y que los años en prisión han transformado en algo más serio.
Ya no tiene ese aspecto de pájaro enjaulado que tenía cuando fue excarcelado, a finales de julio, tras requerir la Fiscalía de Cádiz su puesta en libertad, reconociendo el error judicial cometido.
Hoy, 13 años y un mes después de haber ingresado en la cárcel por una violación que no cometió, en noviembre de 1995, el error sigue sin subsanarse. Y hoy mismo, va a tener que desplazarse desde su ciudad natal, El Puerto, hasta Cádiz, para firmar. Porque la decisión que acaba de tomar el Tribunal Supremo de revisar su caso no cambia nada de momento.
Su abogada ya le ha dicho que lo suyo va para largo. Y cuando se acuerda, se desespera. Pero al rato mira a su alrededor y ya no ve los barrotes, esas rejas que durante interminables días, por no mentar las noches, le mantenían alejado de los suyos, y vuelve a sonreír.
Por lo menos ahora, hasta las once de la noche en que tiene que estar en su casa (el toque de queda de los presos de tercer grado), y descontando los dos días al mes que tiene que firmar, puede hacer lo que quiera. Y sin sentirse de prestado porque ya vive solo. Hace dos meses que se instaló en un pequeño piso en la Ribera del Río, desde cuyo balcón ve su parque Calderón del alma. Su rincón favorito, donde vivió bajo un puente, cuando estaba enganchado a las drogas y donde fue detenido y encarcelado como autor de una violación que habían cometido dos jerezanos, y donde ahora pasea soñando el día en que será definitivamente libre.
Ha recogido la casa para recibir a este Diario. Aunque sin adornos, el salón es acogedor. "Si lo hubieras visto antes", dice. Ayudado por su hermano Miguel, que vive al lado, ha trabajado muy duro para poner la casa en condiciones. Los anteriores inquilinos habían destrozado las puertas y hasta el suelo. Una nueva solería que imita el mármol y un cálido color verde claro en las paredes acarician sus sueños de poder rehacer una vida, más de la mitad de la cual "me han robado", suelta con convicción.
Sobre la estantería de la cocina hay un jamón. "Las cosas te van ya mejor, ¿no?". "Es de mi hermano, porque está pintando en su casa. Yo no tengo ni para tabaco". El alquiler se lleva la mitad de su paro carcelario, que asciende a 400 euros. Y la paga que tenía antaño, la que le quitaron cuando entró en la cárcel, le dicen que verán si se la pueden volver a dar , pero cuando se le acaben los 18 meses de ayuda que se dan a los presos en tercer grado.
Ha dejado la puerta abierta y por el dintel asoman dos de sus sobrinas, Arancha y Sandra. También se dejan caer su hermano y su cuñada, Carmen. Le miran con cariño. Se siente arropado y se arranca,
Se pone la mano en el corazón y dice que aún no puede contar todo. Que no está preparado. "Voy a esperar a ser libre, pero ha habido cosas muy terribles". Tan terribles como, cuando tocó fondo y se intentó quitar la vida, hace nueve años, en la cárcel de Topas. "Cogí una sábana y la enganché a los barrotes de la ventana del chabolo. Se despertó el compañero de celda y me cogió. Ese es uno de los buenos amigos que hice en la cárcel", un 'moro' que estaba en la cárcel por traficar con hachís. "Lo veía todo muy negro, día tras día, noche tras noche".
Con todo, lo peor fue "cuando me dieron la paliza y me echaron la manta por lo alto". Cuatro presos. No recuerda si fue en la antigua cárcel de Jerez o en la de El Dueso, en Santander, donde también estuvo una temporada. Lo que sí recuerda con precisión es que en esas dos prisiones "sufrí malos tratos".
Además del alma, los años en prisión le han marcado el cuerpo. Padece bronquitis ya asmática, se recupera de una operación de vesícula tras ser excarcelado y tiene hepatitis C, "que cogí en Topas". La misma cárcel en la que, hasta más de dos años después, no le dijeron que había muerto un hermano suyo ahogado en el río, y a la que fueron a verle policías, "prometiéndome que me quitarían años si decía que era culpable".
De su primer abogado, el letrado que lo defendió de oficio, Miguel Fernández-Melero, no tiene buen recuerdo. "En el juicio yo esperaba que dijera algo, pero nada". Tampoco hasta este año ha sabido que en el 2000 el Instituto Nacional de Toxicología descartó que su ADN fuera el existente en la gasa con la que se limpió la joven violada, como no se había excluido en el 95.
La indemnización que tendrá que recibir si el Supremo anula su condena sólo le ayudará a sobrellevar mejor las enormes secuelas que padece. "Esto no está pagado con nada. Aunque, si es así, que me den lo máximo posible, ya que me han hecho mucho daño". Un daño que aún le escuece porque, por increíble que parezca, "nadie me ha pedido disculpas todavía".
Ahora, se prepara para vivir la Nochebuena "así como me ves, con los míos". Aunque eso sí, sin adornos navideños en toda la casa, "que me acuerdo de la cárcel". Y mientras, a seguir esperando que se haga justicia y pueda al fin rehacer su vida y cumplir su sueño: "Tener un barquito para ir de pesca. Sí, eso es lo que yo quiero".
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