La familia que atraca unida

Retrato de la banda detenida en Jerez y que asaltó más de una decena de bancos en tres meses

Pedro Ingelmo

24 de enero 2010 - 05:01

Antonio, el patriarca de los Carmona, empezó de joven como El Vaquilla y El Torete y llegó a la madurez con un 'negocio' familiar como el de Kate 'Ma' Barker, la legendaria delincuente americana que todo lo hacía por los de su sangre, incluido, naturalmente, el atraco. La semana pasada la policía de Cádiz dio con la banda que les traía de cabeza desde el pasado octubre, dejando una estela de 19 atracos, más de una decena a entidades bancarias. ¿Y qué se encontró? Un padre, de 46 años, liado con su hijastra, de 26 y sus tres hijos, dos chicos y una chica, dos de ellos menores.

Cuando la policía entró en el chalé de la calle Malta de Jerez, que era la guarida de la banda, el vecindario respiró. Como escondite, Carmona había escogido una urbanización de clase media alta, poblada por médicos, abogados y profesores, que mira a un campo de golf. Había dado instrucciones a sus hijos de que había que pasar desapercibidos, pero en el vecindario cuentan que no pasaban desapercibidos. Los tres perros doberman de la banda no entendían de setos separadores y el propio patriarca montaba unos célebres guirigays. En el sereno y silencioso lugar residencial los Carmona no pasaron desapercibidos, no señor. Para nada. "A mí me sonaba a algo raro, pero la verdad -dice un vecino- me inclinaba a pensar que era algo más bien relacionado con drogas, aunque no es que hubiera mucho trasiego en la casa".

La policía no descarta la existencia de malos tratos en el seno familiar, pero hay que conocer la historia del jefe de la banda para situarnos mejor en el origen de los sopapos que soltaba a su parentela. El Carmona se crió en Jaén y formaba parte de una raza de delincuentes juveniles de los ochenta desarraigados y sin miedo a nada, pero con códigos de honor bárbaros y estrictos, entre los que se encontraba el respeto a los viejos y la mano dura. Lo que se llamó el cine 'quinqui' nos habla de ellos. El Carmona no llegó a la categoría de leyenda urbana que alcanzaron otros como El Vaquilla, pero regó las provincias de Jaén, Córdoba y Badajoz de sus 'hazañas'. Era escurridizo y cayó en la trena, como no podía ser de otra manera y tras múltiples detenciones menores, ya mayorcito, cuando había traspasado la treintena, dejando a una mujer en Jaén, otra novia en Puerto Real y varios hijos en la calle en ambos sitios.

Pasó doce años en la cárcel de Jaén, donde enviudó, y allí tuvo tiempo de pensar. Cuando salió, el mundo y él, del que la Policía tenía todavía en su ficha la foto de jovenzuelo con la pelusilla del bigote, habían cambiado mucho. Hizo un intento de vivir dentro de la ley. Reunió a la familia y montó en Jaén un negociete mitad colmao mitad bar que nunca acabó de marchar bien.

Las deudas se acumulaban y seguía teniendo la obsesión de conocer a una hija pequeña que había dejado en Puerto Real. Cerró el negocio, cogió a los hijos y marchó a Cádiz. Su ex novia había rehecho su vida, su hija había crecido y se había convertido en una guapa chiquilla y, además, tenía una hermanastra, algo mayor que ella. A esa hermanastra la convirtió en su nueva novia. Ya estaban todos juntos e iban a hacer lo que él sabía hacer: atracar. Eso sí, dejó claro algo: no volveré a pisar la cárcel.

Su estrategia cambió mucho respecto a sus correrías juveniles. Estudiaba el terreno, para lo que mandaba a las dos mujeres de la familia a que inspeccionaran las sucursales. Una vez que entraba a robar, ellas se quedaban fuera con el coche en marcha para iniciar la huida. Atracaba con pistolas de fogueo y nunca esperaba a que se abriera la caja fuerte. Si la cosa se complicaba, fuera y a otra cosa. Así sucedió en un intento de atraco. Entró con uno de sus hijos, con la pistola y el pasamontañas en la mano, observó que había demasiados clientes y le dijo a su chiquillo ya nos estamos largando de aquí. Deamasiados espectadores. Lo que le daba el cajero era lo que valía, lo que explica botines nada espectaculares, pero muy continuos en los tres meses que la banda estuvo en activo. Es por ese motivo que se enfadaba especialmente con sus dos hijos cuando actuaban por libre para acometer chapuzas como el robo a una clínica dental en Puerto Real. Una víctima del atraco relata cómo abrió la puerta a un chaval que iba correctamente vestido y que, nada más abrir, se protegió con un paraguas, se colocó un pasamontañas y la encañonó con la pistola de fogueo. "Dame todo el dinero que haya en la caja o te mato". "Es una clínica dental, aquí la gente suele pagar con tarjeta..." Durante un segundo el chaval se quedó paralizado, cavilando su metedura de pata. Ordenó a las recepcionistas que se metieran en un cuarto y durante diez minutos estuvo registrando cajones mientras gritaba que iba a matar a todo el mundo. En la caja sólo había veinte euros. Ni siquiera los cogió. Se largó de vacío. Una muestra de un trabajo mal hecho y otro sopapo del Carmona.

El patriarca no era muy generoso con sus hijos. De cada golpe solía soltarles unos 50 euros, no mucho más, aparte de lo que les daba para ropa y para sus caprichos, como algo de droga, por los indicios de consumo que se hallaron en la calle Malta. El calor familiar se puede deducir por sus robos. Sabemos que decidieron pasar la Navidad en la tierra, en su origen. Es lo mejor para esas entrañables fechas. ¿Por qué lo sabemos? Porque cometieron tres atracos en Jaén entre Nochebuena y Reyes y, de hecho, la vísperade Reyes lograron su mayor botín. Se llevaron 30.000 euros de una sucursal de Cajasol y hubo reyes para todos.

La Policía empezó a situarse a principios de enero. Lo que en un principio tenía que ser una banda de fuera, quizá de Sevilla, que trabajaba y se iba, se convirtió en otra cosa cuando un policía local de Puerto Real tomó la filiación del 'padrone' Carmona y avisó a la central de la policía nacional de Cádiz de que contaba con un historial a seguir. Y los siguieron. Su último golpe fue en un banco de El Puerto. Fue un desastre. La familia entró y una de las clientas, pensando que era una broma, le quitó el pasamontañas a uno de los chavales. Le reventaron el tímpano con un tiro de fogueo. Con la adrenalina en el cuerpo llegaron a la guarida y se encontraron a la Policía. Habían perdido. El mediano rompió a llorar, que por eso le llamaban el llorón, las mujeres adoptaron un absoluto murtismo y el Carmona, con su abogado delante, ejerció de profesional. Plenamente consciente de la situación, sabiendo que unos están a un lado y otros a otro, felicitó al rival. "Lo habéis hecho muy bien. No me di cuenta de que estábais detrás de mí". El pequeño, de 17 años, es otra cosa. Un policía lo resume así: "Ese tipo tiene 'madera', lo lleva en la sangre. Cuando salga de la cárcel, tendremos noticias de él".

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