Hijos del desencanto: el auge de Vox entre los jóvenes
El apoyo del sector más joven del electorado al partido de Abascal sorprende a todo aquel que viva de espaldas a la realidad socieconómica y al discurso dominante en redes
Las mujeres andaluzas muestran más querencia por el PSOE y menos por Vox
Uno de cada cuatro jóvenes, estimaba la última encuesta del CIS, tienen pensado votar a Vox. La cifra, por mucho que queramos ponerle paños calientes, no sé si sorprende, pero mueve desde luego al rincón de pensar. ¿Se han vuelto locos todos los chavales? –se pregunta el adulto medio, crecido en el dulce acunamiento del bipartidismo y del Bien y el Mal marca ACME–. ¿Se les ha caído el cerebro? ¿Es este un nuevo episodio de la invasión de los ultracuerpos? ¿Es verdad que ser de extrema derecha es el nuevo punk?
La contestación a casi todas esas preguntas es negativa. El escenario que vemos se ha ido cociendo en los últimos años y viene a ser la respuesta a un sistema que no responde. No sólo no responde, sino que toma el pelo. Y no responde a la sociedad en general, y a los jóvenes en particular. La economía española va como un cohete pero la moda de los sueldos es calcada al sueldo mínimo (que es una risión) y la cesta de la compra ha subido un 60% en unos pocos años. El autoidentificado Gobierno más progresista del multiverso cacareaba esta semana una vez más que España lidera el crecimiento europeo con una “política social, transformadora y fiscalmente responsable”; mientras, sabemos que casi un quinto de la población vive en exclusión social y el precio de la vivienda marcaba un récord histórico en el tercer trimestre. Es en ese espacio entre realidad y discurso donde nacen los monstruos.
“La implantación de un pensamiento de extrema derecha y las simpatías hacia Vox es algo muy relacionado con el crecimiento que hay de las desigualdades y de la precariedad laboral –desarrolla Ricardo Iglesias-Pascual, profesor del programa de doctorado de Educación, Cambio y Cohesión Social de la UPO–. Antes se decía que el voto a estos grupos era el de los perdedores de la globalización: pero lo cierto es que la primera mordida de Vox llegó de barrios de mucho dinero. Sin embargo, ya hay estudios de crecimiento de voto a Vox en barrios vulnerables e incluso en muchos hogares unipersonales”. ¿Aunque el 80 % sean mujeres? “Justo –afirma Iglesias-Pascual–, vivir solo conlleva inseguridad y miedo, y se ha demostrado que son dos factores que mueven a este voto”.
También desde la UPO, el catedrático Rafael Rodríguez Prieto, especializado en Filosofía del Derecho y Política, señala que la situación actual es consecuencia de haber pasado más de una década sin hacer la tarea: “El 15M planteó un movimiento muy transversal, al menos al principio. Se ponían sobre la mesa cuestiones como la vivienda, la precariedad laboral, la representación política... Nada de esto ha tenido respuesta alguna por parte de las instituciones ni de los políticos. Luego, de repente, surge el movimiento separatista, todos los focos van ahí y parece que esas reivindicaciones se olvidan... Ahora tenemos esos problemas corregidos y aumentados, en un contexto mucho más difícil, con el avance del populismo a nivel global y nacional”.
EL ABANDONO DE LA IZQUIERDA
Y el relato no puede sostener más los números. Desde la izquierda actual, explica Rodríguez Prieto, se han metido en el brete de “defender políticas sociales desde lo macro, cuando la gente ve que la cesta de la compra cada vez es más cara, que se aniquilan la sanidad y la educación, que los hijos no tienen expectativas laborales decentes... Están usando los mismos instrumentos que los gobiernos ultraneoliberales. ¿Entonces, qué? Para mí la pregunta, más que por qué la gente vota a VOX, sería por qué la gente vota al PSOE (o a Bildu, diría yo) con la de promesas incumplidas que arrastra”.
“Los partidos de izquierda –prosigue– en vez de enfocarse en cuestiones que implican la reivindicación de la clase social, de lo común y lo compartido, se han encerrado en debates identitarios que favorecen a la derecha. Han abandonado todas las banderas que los han hecho fuertes, y deberían hacer una profunda autocrítica. Por no hablar de que, en gran medida, en cuestiones como la inmigración o el feminismo, hablan a su electorado como a retrasados mentales o como a niños”.
“La izquierda –añade– se ha encerrado en una deriva esencialista que lo que busca es dividir el gran granero que es la cuestión de clase, y que alimenta a la izquierda. Y no es algo que diga yo:es algo que se planteó en Estados Unidos en los años 80, y que dijo abiertamente Pat Buchanan”.
En este sentido, Vox viene aquí a seguir los pasos que siguió Trump en el último periodo electoral: “Aunque luego no haga nada, habla de cosas que la gente conoce: ahí han bordado lo de dirigirse a un electorado potencialmente hostil. En Europa está pasando lo mismo, porque la izquierda se desentiende de su electorado”.
LOS JÓVENES, "OBJETOS DE CONSUMO DE FASCISMO"
Igual que ocurrió con los totalitarismos de los años 30 del siglo pasado, el lecho en el que crecen este tipo de discursos se nutre de la inseguridad y el miedo. A Fran Quintana, psicólogo especializado en tratar con gente joven, le interesan especialmente los mecanismos emocionales y mentales que los mueven. Para él, los jóvenes son “objetos de consumo del fascismo –afirma–. El fascismo actúa en modo devorador y los jóvenes son un sector muy goloso. La suya es, por definición, la edad del miedo y la inseguridad. Si alguien les plantea un discurso total, con soluciones simples, donde nada se cuestiona, es muy fácil que lo compren. No necesitas reflexionar, ni tirar de empatía: ya sabes quiénes son los buenos y los malos. Además, esa identidad automática resulta una fuerza muy llamativa para los jóvenes en búsqueda”.
“La situación económica es desesperanzadora, y se buscan elementos que te den seguridad en épocas de incertidumbre –recalca Ricardo Iglesias-Pascual–. El último trabajo de Rosalía no es casual, detrás hay un trabajo de marketing brutal que le ha dicho: por aquí”. Aunque la aceptación de ideas extremistas es cada vez mayor entre las chicas, son los jóvenes los que se han inclinado tradicionalmente por estas opciones. Muy influenciados, añade Iglesias-Pascual, “por una deriva en la que, como diría Marc Giró, le han quitado el trono al varón hetero, y empiezan a poner en duda las políticas de violencia de género, por ejemplo”. En esta línea, señala, cosas como el acceso indiscriminado al porno han influido muchísimo: la cosificación rampante de las mujeres es así más fácil, "y de eso a pensar que te están discriminando, que te están quitando tu lugar, hay sólo un paso. Es un discurso facilón que viene muy bien”.
PLUTOCRACIA Y CADENA TRÓFICA
Para Quintana, el auge de la advocación a la extrema derecha “no es una moda, más bien es una forma de vida, porque te toca emociones intensas y las resuelve”. El especialista apunta también a la frustración y la rabia como emociones motor: “Los jóvenes ven que no hay oportunidades para ellos, y es muy fácil convertir esa frustración en odio y, después, sólo hace falta un movimiento: señalar con el dedo a quién debes odiar, las mujeres, el inmigrante, el pensionista...”
De acuerdo. Pero el fin último del mensaje de Vox –que tiene unas propuestas económicas inconsistentes, aunque de marcado corte liberal– está encaminado a reforzar la plutocracia. No tiene nada que ver contigo, José Manuel.
“Ocurre que todos los mensajes sociales han sido papel mojado. Lo que estamos viviendo es un enorme fracaso del sistema del bienestar. Los chavales ven que, a estas alturas de la película, los adultos seguimos intentando sobrevivir, cuando deberíamos estar ya más allá de todo eso –reflexiona Fran Quintana–. Así que no puedo creer en todo ese rollo que me venden, y hay quien me dice que el problema son los de abajo, mientras a los de arriba los contemplamos con reverencia. Trepar y ser rico es la única esperanza. Lo que no saben es que el fascismo no va a querer saber nada de ti, porque estás en lo más bajo de la cadena trófica”.
“Todos estamos llenos de contradicciones –prosigue–, y una cosa es nuestro desarrollo interno, y otra, nuestra ideología. Ir a la contra es lo rupturista, lo punk: ser el malote es lo que me da poder. En este sentido, además, la extrema derecha ha ganado el discurso por goleada. Se ha apropiado del término libertad, o del concepto revolucionario”.
LA MARAÑA DE LAS REDES
No hay nada nuevo. Goebbels sostuvo (y puso en práctica con éxito) que repetir mensajes simples constantemente era la clave para conseguir llevarse el gato al agua, siendo los gatos tradicionalmente reticentes al líquido elemento. Qué cosa más tonta, ¿no? Excepto que el discurso neofascista está poniendo en práctica en redes la misma táctica que el régimen nazi empleó con la radio. Goebbels le haría sangre a TikTok.
“Las redes sociales han sido usadas muy bien por la ultraderecha –comenta al respecto Fran Quintana–. Todo es relativo, incluso la ciencia y la ley. Esa opinión que tú puedes tener se otorga como lo absoluto, envuelta además en sentimentalismo”.
“Yo me preguntaría –continúa Quintana–, cuántos adultos hemos apoyado, por omisión, esto mismo. Llegamos agotados y asociamos también el no hacer nada, el mínimo esfuerzo, con la recompensa: series mil, scroll infinito... El modelo de lo deseable es descansar y no pensar. Además de nuestra desafección con el tema de las redes. Al final, termina enseñándoles todo la pantalla, que son los seis tipos en el mundo que hacen de maestros de marionetas”.
A Quintana le cuesta llama ideología al neofacismo. De los tres estados de comportamiento, invoca dice al más elemental, al instinto –reptilianos existen–. “Se parece más a una adicción y se alimenta del enfrentamiento, así que no vas a ganar nada enfrentándote a él: es como darle agua a un gremlin. Psicológicamente, el fascismo se desactiva cuando tienes trabajo, vivienda accesible y seguridad, que los valores que te venden no sean papel mojado. Ahí pueden llegar los cantos de sirena que quieran llegar".