El crimen del Museo de Cera
Galería del Crimen. Capítulo 24
Así se inmortalizó el asalto al vagón correo del Expreso de Andalucía, una de las mayores chapuzas de la historia delictiva de nuestro país

En el museo de cera de Madame Tussaud de Londres se exhibe la figura yacente de una dama conocida como Sleeping Beauty. Tiene incorporado un mecanismo que imita una respiración. Su pecho sube y baja. Es, dicen, la escultura de cera más antigua que se conserva. Fue modelada por el cirujano Philippe Curtius en algún momento de la década de los 70 del siglo XVIII y representaría a Madame Du Barry, la cortesana que fue amante oficial de Luis XV y cuya cabeza rodó por el suelo de París en 1793.
La Sleeping Beauty, en realidad, no es la figura tallada por Curtius, pero sí una réplica muy antigua de una de las figuras con las que obtuvo un enorme éxito en la época girando por toda Francia. En su espectáculo incluía la Cueva de los Grandes Ladrones, ya que lo que más gustaba al público era la exhibición de famosos malhechores.
Marie Tussaud, nacida como Marie Grosholtz, vivió casi 90 años y fue tremendamente popular. No conoció a su padre, un oficial alemán que había muerto en la guerra de los Siete Años. Su madre viuda se trasladó a Berna y encontró trabajo como ama de llaves de Curtius. Y allí Marie se convirtió en la alumna aventajada de aquel hombre de ciencia obsesionado con la anatomía humana.
Fue detenida en París durante el reinado del Terror, se salvó de la muerte por poco y los revolucionarios aprovecharon su talento para que elaborara las máscaras mortuorias de los guillotinados. Y así fue como llegó a modelar las máscaras de los propios revolucionarios que en su día la detuvieron. Las de Marat y Robespierre son obra suya.
Cuando Curtius murió, Marie heredó la colección de su mentor. Casó con un ingeniero que le dio su apellido y huyó a Londres. En 1835 instaló en Baker Street la primera exposición permanente de figuras. Había nacido el primer museo de cera. Hoy hay 25 museos Madame Tussaud por todo el mundo.
El escritor británico Edward Carey, que trabajó de joven en el museo de Baker Street, publicó en 2021 Little, lo más parecido a la biografía de Marie Tussaud. Para él, “su vida es casi un cuento de hadas, y uno de los clásicos, macabro. Ella es algo así como el Baba Yagá, la Dama Blanca de la Muerte de la Revolución Francesa. Murió antes de que se inventase la fotografía, pero nos legó la Historia en tecnicolor”.
En el museo de Londres se montó la primera Cámara de los Horrores, heredera de la cueva de los grandes ladrones de Curtius. En ella la guillotina sigue siendo la protagonista. De hecho, esa cámara, en un principio, sólo era una sucesión de cabezas cortadas, con el aliciente de que eran rostros cuyo modelo había sido el propio decapitado. Un envenenador, Antoine-Francois Desrues, tuvo el honor de ser el primero en acompañar a las cabezas con el cuerpo entero. Sus crímenes -mató a una mujer y a su hijo- fueron anteriores a la Revolución, pero hizo historia por su forma de ser ejecutado: mutilado y quemado vivo. Aquello abrió un debate entre los ilustrados, que consideraron que el Antiguo Régimen debía humanizar los ajusticiamientos. Entonces apareció por allí Guillotine con su invento. ¿Qué más compasivo que aquella cuchilla? Zas y a otra cosa. Ahora con aquellos ilustres compañeros se codean las figuras de Hitler, Charles Manson y todos los criminales que han conseguido pasar a la inmortalidad por su perversidad.
El museo de madrid
El Museo de Cera de Madrid se inauguró en los bajos de las torres de de Jerez, en la plaza de Colón, en febrero de 1972. Costó cien millones de pesetas y se montó en menos de un año gracias a la participación de 150 técnicos de la industria del cine de medio mundo. Su promotor fue el empresario José María Izquierdo, que tenía claro que el crimen tendría un hueco en su proyecto: “Será una gran sala que los transportará a la memoria de películas y pesadillas turbulentas (…) Los efectos especiales cautivarán a no pocos sedientos de emociones”. Aquel espacio, con sus rudimentarios efectos especiales, acabó llamándose Galería del Crimen y nosotros lo homenajeamos bautizando así esta serie de artículos.
Izquierdo le estuvo dando vueltas a qué crimen podría ser la estrella de su galería. El Tussaud tenía aquellas máscaras mortuorias y el Grevin de París el asesinato de Marat con los objetos auténticos que protagonizaron aquel suceso: el cuchillo y la bañera. Para el de Madrid se realizó la recreación del cuadro de Goya de los fusilamientos del 3 de mayo. Pero Izquierdo no lo veía en su Galería del Crimen.
Enrique Alarcón, uno de los grandes escenógrafos del cine español que tenía en su currículum películas tan queridas como El Cochecito o Tristana y que trabajó para Samuel Bronston cuando el millonario quiso traerse Hollywood a un descampado de Madrid, sugirió a Izquierdo un antiguo crimen que en su día impactó a la sociedad española que acababa de estrenar dictadura, la de Primo de Rivera. Hablaba del asalto al Expreso de Andalucía, una de las mayores chapuzas de la historia criminal y que acabó con dos operarios de correos asesinados, un suicidado y tres ajusticiados a garrote.
La propuesta de Alarcón era muy cinematográfica. Consistía en reproducir cinco escenas a través de las que fuera posible contar lo sucedido en aquellos días de la primavera de 1924.
En el primer cuadro se puede ver a la banda reunida en el salón de la pensión de la calle Infantas de Madrid donde se urdió el plan. Está el ideólogo, Sánchez Navarrete, un treintañero pusilánime que aún vive con sus padres. Es hijo de un alto mando de la Guardia Civil. Ha trabajado en el servicio de correo, del que ha sido expulsado por contrabandear con tabaco. Ahora se dedica al juego con poca pericia. Sus deudas no paran de multiplicarse. Fantasea con asaltar el Expreso que hace el recorrido entre Madrid y Cádiz, un trayecto que dura unas 17 horas con decenas de paradas. En ese tren van las pagas para los soldados destinados en África. Un auténtico dineral.
A su lado, su amante, José Donday, apodado el Pildoritas por su afición a las drogas, principalmente cocaína, un signo de distinción de las clases altas. El Pildoritas procede de una familia cubana. Domina varios idiomas y es tan dandi como cobarde. Su afición es la química y está seguro de poder crear un somnífero que, mezclado en el coñá, dormirá a los dos operarios de Correos del Expreso. Será un golpe limpio. Entrar en el vagón del correo en la estación de Aranjuez, dormir a los trabajadores y bajar con las sacas cien kilómetros después, en Alcázar de San Juan.
El cerebro de la banda preside la reunión. Se trata de Honorio Sánchez Molina, el propietario de la pensión, un avaricioso crupier venido a menos. Él va a poner en contacto a los dos señoritos con los bajos fondos. Y así tenemos en la escena a Antonio Teruel y Paco el Fonda. Ambos tienen aspecto delincuencial. Teruel malvive de lo que gana su mujer planchando para la calle y de las jaulas de pájaros que él mismo construye y vende en el Rastro. Es violento y algo retardado. Es el que ha propuesto que Paco el Fondas entre en el grupo para equilibrar fuerzas con los señoritos, de los que no se fía. Paco el Fonda es un tahúr de los arrabales con numerosos delitos a sus espaldas que proyecta huir a Colombia e iniciar una nueva vida. Ese golpe le puede dar el pasaporte.
El segundo cuadro de Alarcón es su verdadera obra maestra. Reproduce el interior del vagón detalle a detalle. Estamos en el escenario de los hechos. Aquí vamos a ver el asesinato. Cuando pudo contemplarse por primera vez en 1974 se convirtió de inmediato en la gran atracción del Museo de Cera. Recuerdo quedarme absorto de niño durante muchos minutos observando cada elemento, por pequeño que fuera, de la escena. Era espeluznante.
Porque el plan no sale como se pensó. Al vagón han subido Navarrete, Teruel y Paco el Fonda, mientras que el Pildoritas les espera con un coche en el Alcázar de San Juan. Los tres asaltantes han ofrecido el coñá a los dos operarios, que lo han bebido de buen grado por la vieja amistad con Navarrete, pero el mejunje de Pildoritas no funciona. En vez de un barbitúrico ha preparado una mezcla llamada Pantopón, un analgésico a base de morfina indicado para el dolor, pero no para provocar somnolencia. Los dos operarios no se duermen y Teruel pierde la paciencia. Con una tenaza le rompe la cabeza al oficial de Correos, Santos Lozano, de 45 años. Muere al instante. El otro trabajador, Ángel Ors, de 30 años, tiene la cabeza más dura y lucha por su vida. Entre Teruel y Paco el Fonda le golpean, le intentan estrangular y, definitivamente, acaban con él de un disparo. En El Alcázar se bajan con un pobre botín de 12.000 pesetas y unas cuantas joyas. Los cuerpos de Lozano y Ors no se descubrirán hasta horas después, cuando el Expreso llegue a Córdoba.
El tercer cuadro diseñado por Alarcón es el suicidio de Teruel de un tiro en la cabeza en su casa de la calle Toledo. Sabe que tarde o temprano lo cogerán. Pildoritas les ha esperado en Alcázar de San Juan con un coche, sí, pero ese coche era un taxi. Es absurdo fugarse del lugar de un crimen en taxi, pero eso es lo que hacen y, además, dejan vivo al taxista. Incluso le dan una propina por la carrera. Cuando regresan a Madrid son vistos por dos serenos. La descripción muestra lo extraño de la banda: dos señores bien vestidos y otros dos con andares patibularios.
El suicidio de Teruel va a ser decisivo para la resolución del caso. A la mujer de Teruel, la planchadora Carmen Atienza, le encuentran parte del botín escondido bajo una baldosa. Atienza ha sido testigo de una de las reuniones de la banda y los identifica a todos. Esa confesión es el cuarto cuadro de la galería que incluyó Alarcón en su obra.
El quinto y último cuadro es casi tan impactante como el del interior del vagón. Se trata de la ejecución a garrote de los tres condenados, Navarrete, Paco el Fonda y Honorio. El cuarto, el Pildoritas, ha huido a París, pero, al ser capturados sus compañeros, se ha entregado en la embajada española. En el juicio sumarísimo, que el propio Primo de Rivera decide que se celebre como un consejo de guerra como escarmiento, Pildoritas es sentenciado a 20 años de cárcel.
Si chapucero es el golpe, chapucera es la ejecución. Los dos verdugos no tienen su mejor día. Algo falla y los ajusticiados sufren lo indecible. El garrote es un mecanismo en el que el sujeto es atado a una silla y el cuello se apoya en un palo recto. A la altura de la nuca hay un tornillo de rosca ancha terminado en una bola que sale con un giro de manivela. Se trata de romper el cuello con un corte medular en la cervical. La muerte debe de ser instantánea. En este caso no es así. El tornillo no corre y el esfuerzo de los dos verdugos es la dolorosa agonía de los reos. Ese sufrimiento se refleja en la figura del museo. Se puede comprender que la guillotina que exhibe Madame Tussaud sea más ilustrada que nuestro bárbaro garrote.
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Hoy, la Galería del Crimen del Museo de Cera es una reliquia y la obra de Enrique Alarcón está arrinconada. Las sensaciones más fuertes están en lo que han llamado Horror Wax Experience, un túnel del terror animado con figuras de las películas norteamericanas más célebres del género. Con la violencia convertida hace tiempo en espectáculo digital, esa secuencia del vagón del Expreso con sus figuras de cera estáticas y su sangre de pintura transmite la candidez de la inocencia perdida.
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