Provincia de Cádiz

Nacido para estafar

  • La desfachatez de Carlos Javier, el autoproclamado hijo de Satán, no tiene límites: al sargento que le detuvo, intentó venderle una tele para tener pasta en la cárcel · Su novia, paraguaya 'sin papeles', tenía que haber sido expulsada hace un año del país

Su historia es como de película sudamericana de tercera, para no parar de reír, si no fuera por la tragedia que subyace de fondo, la esclavitud a la que sometió a sus víctimas, aún aterrorizadas pese a que está ya a buen recaudo, entre rejas en una celda de la prisión de Puerto 2. La cuenta, la historia, el sargento Marín, del cuartel de la Guardia Civil de Chiclana. Él fue quien detuvo al autoproclamado hijo de Satán, al peculiar sujeto de San Fernando que, con su novia y con la ayuda de los cuatro compinches que tenía para gestionar su auténtico 'negocio', la venta de automóviles importados desde Alemania con el cuentakilómetros trucado, ha dado un increíble salto en su abultada carrera delictiva montándose una suerte de secta satánica en un chalé de Chiclana.

Hablamos de Carlos Javier R.L., 34 años, sin duda nacido para estafar. Con una labia increíble para engatusar, dicen policías que lo conocen desde hace años, y con una desfachatez sin límites. "Lo detuve en la calle, cuando iba montado en un coche. Me identifiqué, paró el motor y tranquilamente, sin oponer resistencia ninguna, se bajó. Y me dijo que como iba a ir a la cárcel y necesitaría allí dinero, me vendía una televisión que tenía, que costaba 600 euros, por 300". El sargento Marín lo rememora aún incrédulo. Con su apresamiento, llegaba a su fin la operación Creador que la Policía Judicial del cuartel de la Benemérita de Chiclana emprendía tras un mes y medio intenso de investigaciones.

Carlos Javier, consciente de que podían pisarle ya los talones, había empezado a gestionar la mudanza. Buscaba ya otra casa, "parece ser que en Chiclana, pero podía ser en otro municipio de la provincia, o incluso, fuera del país". Porque su pareja, la mujer de 24 años con la que convivía desde hace tiempo, Marisa, es paraguaya, Y por increíble que parezca, hacía un año que contra ella había dictada una orden de expulsión del país, al hallarse en situación irregular, que todavía no se había ejecutado.

Así que la Guardia Civil pisó el acelerador. Con indicios ya más que suficientes de que en ese chalé de la calle Buitre, en Las Rapaces, cerca de la urbanización de Los Gallos, sacrificaban de modo cruel a animales, esclavizaban a adeptos a una supuesta secta satánica con ingredientes de chirigota, a los que habían despojado de todos sus bienes tras someterlos a todo tipo de vejaciones, los agentes actuaron. Sobre la pista les puso una de las víctimas, una sevillana afincada en Chiclana, a la que habían tenido un tiempo esclavizada, trabajando para ellos en la casa, con la amenaza de que si no, Satán, como a todos, iba a matarla a ella después de acabar con toda su familia, y a la que, tras haberle sacado "hasta los higadillos", la marginaron. Hasta que le dijeron que llevara a la casa a su hijo. La mujer, pese al terror que le infundía la extraña pareja, se decidió a denunciar.

Y la Guardia Civil entró en la casa. Y se toparon con un lamentable espectáculo. Paredes pintadas de color negro y rojo, los colores atribuidos al diablo, y letras metálicas colgando de las paredes con el lema: "Satán, mi Dios".

La sorpresa fue mayúscula al acceder a una de las dependencias, en la que supuestamente Carlos Javier y la paraguaya hacían los ritos, por los que sacaban a sus víctimas más de 3.000 euros. Se trataba de una habitación pintada entera de negro, hasta el techo, con una suerte de altar en la que el presunto líder tenía colocada una figura como de un obispo. Cómo no , pintada de negro.

"Les mandaba entrar dentro, a rezar ante el obispo negro", sigue relatando el sargento. Después, llegaba lo de desangrar hasta la muerte a los animales clavándoles una daga. Pollos, gallinas y hasta un cabrito, cuyos cadáveres enterraban luego en el jardín de la casa. "La ceremonia era como una misa católica, pero al contrario. Explotando el lado oscuro de las cosas, con fotografías satánicas y velas encendidas".

Para las ceremonias, Carlos Javier, encima de una túnica, se ponía una capa "como de Drácula". Negra por fuera, roja por dentro. Un sombrero negro y un bastón con siete calaveras talladas. Marisa, "un traje porno", un body con canesú plagado de encajes.

Y luego, llegaban los "baños". Aunque las víctimas lo niegan, los investigadores sospechan que también había exigencias sexuales. "A ti te toca a las cuatro baño", dijeron a una chica. Y a esa hora, la pareja cogía a la joven, a la que se dirigían como "mujer de Satán", la desnudaban y empezaban a untarla de aceite. "Dicen que entraban en trance", cuenta el guardia civil. Tanto es así que los agentes no descartan que Carlos Javier empleara algún tipo de droga. Por eso todas las pócimas, ungüentos y "polvos enérgicos contra enemigos" que han sido requisados han sido enviados a analizar para determinar si, en su composición, hay algún tipo de estupefaciente. Al 'verdadero hijo de Satán', como se autoproclamaba en sus espeluznantes rituales, le sería imputado otro delito más, contra la salud pública.

Todo ello, siempre para conseguir dinero y más dinero para seguir comprando más coches para trucarlos y revenderlos como si fueran nuevos. Cuando ya no había otra cosa, se 'conformaban' con cualquier cosa de oro. Para ello, Carlos Javier tenía un sistema 'infalible': a los que no había captado aún, pero que solicitaban los servicios que ofrecía como santero y brujo a través de anuncios en prensa y en Internet, para lograr que atrajeran a la persona que les gustaba, les pedía que le trajeran un corazón de vaca. Cogía la víscera del animal, la abría, metía dentro la foto de la persona que uno quería atraer, "y algo de oro, unos pendientes, una alianza, lo que fuera", desvela el sargento Marín. Y después, a enterrarlo. "Decía que para eso, era muy bueno un bosque en Sancti Petri, donde se jactaba de haber enterrado muchos corazones", agrega Marín.

Eran tal para cual. La falta de escrúpulos de la que hacían gala ambos es aterradora: Marisa llegó a engañar a su familia, pidiéndole dinero tras asegurar que Carlos Javier la había secuestrado . "Puso hasta una denuncia en la Policía", detalla el sargento. ¿Por qué? Porque él la culpaba del extravío de 6.000 euros cobrados "por un trabajito". "Le dijo que ella tenía la culpa. Que tenía que darle 3.000 euros un día. Y los otros 3.000 a la semana siguiente". Sin inmutarse, extorsionó a su propia familia.

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