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La 'antítesis' de Sarkozy

  • Hombre de consenso, indeciso para sus detractores, todo indica que Hollande acabará el día como presidente.

Treinta y un años después de la victoria de François Mitterrand en las presidenciales francesas, nunca ningún candidato socialista ha estado tan cerca de reconquistar el Palacio del Elíseo como lo está François Hollande.

Hollande, que dirigió el Partido Socialista (PS) entre 1997 y 2008, no oculta su admiración por el único socialista que ha ganado las presidenciales desde que se desarrollan por sufragio universal.

Hace dos años que el candidato recorre el país, dos años que trabaja su imagen. Se considera la "persona que puede cambiar el país", una vieja democracia que cree "maltratada" por el ejercicio brutal del poder del presidente saliente, Nicolas Sarkozy, del que critica su "tendencia personalista" y "exhibición permanente".

Hollande afronta a sus 57 años el mayor desafío de su carrera, que ha transcurrido entre los pasillos de su partido y la política local en Corréze, una región rural del centro de Francia.

Nació en el seno de una familia burguesa en Ruán (noroeste) y estudió en la Escuela Nacional de Administración (ENA), prestigioso centro de altos estudios y vivero de la élite política francesa. Allí conoció a la que fue su compañera durante 25 años y madre de sus cuatro hijos, Ségolène Royal. Hollande ingresó joven en el PS y, en paralelo a su carrera en Corréze, colaboró con diversos ministerios de la mano de Jacques Delors y Lionel Jospin, pero nunca llegó a culminar su aspiración de ser ministro.

En 1997, cuando los socialistas lograron la victoria en las legislativas y formaron Gobierno, Jospin le encargó tomar el relevo al frente del PS. Muy preocupado por integrar a todas las corrientes socialistas, su mandato al frente del partido se saldó con victorias en elecciones locales y europeas pero con constantes derrotas en las legislativas y las presidenciales.

Tras el fracaso de Royal en las presidenciales de 2007 y su posterior separación, anunció que abandonaba el liderazgo del PS para preparar su candidatura al Elíseo, que hizo oficial en 2010 tras renovar su mandato en Corréze. Para afrontar esta tarea, en la que nadie apostaba por él, se sometió a una gran transformación física y personal. Perdió peso y cambió su carácter, el Hollande bromista e irónico dejó paso a un político más serio y reposado, más acorde con la idea de un presidente de Francia. Su voz y sus gestos también cambiaron, en los que muchos observadores ven una imitación de Mitterrand.

Representante del ala más centrista del PS, Hollande se alzó con la candidatura socialista en octubre de 2011 en unas primarias abiertas. Un triunfo en gran parte debido a los escándalos sexuales protagonizados por el ex presidente del FMI Dominique Strauss-Kahn, el gran favorito.

En esta aventura le acompaña la periodista Valérie Trierweiler, que pretende mantener su trabajo e independencia en caso de su pareja resulte vencedor y, quien dicen, está detrás de su transformación.

Después de aquellas primarias, Hollande ha conseguido colocar al PS en posición de fuerza. Ha planeado un programa que aúna rigor financiero y políticas de inversión que fomenten el crecimiento y ha prometido renegociar el tratado europeo de estabilidad fiscal para introducir más estímulos públicos.

A ello suma numerosos dardos envenenados al mundo de las finanzas, al que responsabiliza de la crisis. "Mi adversario de verdad no tiene nombre, ni rostro, ni partido, ni será candidato. Pero es quien gobierna. Es el mundo de las finanzas, que ha tomado el control de la economía, de la sociedad y de nuestras vidas", aseguró en su mitin de lanzamiento de campaña.

De Hollande destaca su apego al consenso, que sus detractores tachan de indecisión; de ahí su apodo de flanby (flan con caramelo), acuñado por sus compañeros.

Hollande, que asume el calificativo de antihéroe, podría se definido como la antítesis de Sarkozy: más allá de las divergencias políticas, todo opone al presidente saliente y al socialista, un hombre amable y consensual pero perseverante.

Pese a su falta de carisma, se ha mostrado constante y ha sabido ganar credibilidad, capitalizando el rechazo a Sarkozy: sigue sin hacer soñar a los franceses pero encarna una alternativa y la esperanza para la izquierda de volver al poder después de 20 años.

En el programa que puede llevarle al Elíseo figuran propuestas como gravar con un tipo del 75% a los contribuyentes que ganan más de un millón al año, crear 60.000 empleos en la Educación o regular el sector financiero.

Frente a la sintonía entre Sarkozy y la canciller alemana, Angela Merkel, que han hecho equipo en la defensa del equilibrio y los ajustes, Hollande, europeísta convencido, asegura que no puede haber recuperación económica sin medidas que apuesten por el crecimiento. Esa actitud le ha dado un protagonismo adicional, más allá de las fronteras francesas, asegurando que "jamás Francia, la izquierda y Europa se han jugado tanto" como en estas elecciones.

Y todo pese a su fama de bueno, blando y sin agallas.

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