Teatro en El Puerto: Lolita Flores canta sin música

La obra dirigida por Luis Luque cerró la temporada escénica del teatro Pedro Muñoz Seca

Crítica de teatro en El Puerto: Almas rotas de América

Lolita Flores, en una escena de la obra 'Poncia'.
Lolita Flores, en una escena de la obra 'Poncia'.
Ángel Mendoza

09 de diciembre 2024 - 13:56

Cuántas veces habremos deseado saber qué pasa después de las buenas películas, cómo se prolongarían los argumentos que se apagan una vez terminadas las novelas, o qué destinos correrán los protagonistas de los cuentos, sentenciado el colorín colorado. Somos conscientes de la condición irreal de esas vidas, de que se trata de entes bidimensionales cuya única razón de ser es la ficción, pero en la medida en que han rozado la mágica dimensión de personas de verdad nos comen las preguntas por seguir conociendo sus futuros imposibles. Hace casi noventa años, el poeta Federico García Lorca dio a conocer La casa de Bernarda Alba, que sería su última obra antes del triste final que sufrió, una tragedia monumental ese texto lorquiano atravesado por un río de personajes a quienes oímos respirar y sentimos padecer solo con rozar sus páginas, y cuyo aciago desenlace es el cadáver bamboleante de una muchacha de apenas dieciséis años, víctima de la moral severísima de una madre que tras el óbito decreta el más riguroso de los silencios.

Romper ese duro silencio ha sido el ambicioso reto de Luis Luque, quien ha escrito y dirigido Poncia, la obra que el pasado domingo, 8 de diciembre, cerró el abono teatral de la temporada otoñal del Pedro Muñoz Seca portuense. La empresa no era cualquier cosa, considerando la obra de la que se parte; hablamos, nada más y nada menos, que de continuar donde termina la tragedia, trazando un afluente que no disonara del potente caudal desde el que nace. “Me calle. Nos callamos. Hasta hoy”, murmura al principio de la pieza la ronca garganta de Poncia, voz que ha asumido el después del impactante suicidio. Ella de nuevo ahí, principal criada de la casa, alma de la casa, puente entre la servidumbre y el poder de la casa. Lorca la nombró como al personaje bíblico quizá por cómo asumió su humillante desentendimiento cobarde en el desarrollo de los hechos, por eso tiene sentido que desate ahora su lengua, eleve el murmullo de los humildes y ajuste cuentas pasados ya demasiados inviernos.

La dramaturgia está escrita con pulso de maestro, mezclando bien, desde el monólogo con ribetes dialogados, los diferentes planos con los que podría enfocarse una deriva argumental de este calibre, o lo que en lenguaje audiovisual se llama spin off. De una parte está el reproche a la matrona implacable, invencible, e incoherente en tantos comportamientos, que cierne sobre sus hijas una moral de hierro sin el más mínimo resquicio para el aire. Hay reproche también a su entorno familiar por su docilidad cómplice, y un homenaje a Adela, la finada, a cuyas cenizas se habla con rabia y ternura, porque si bien es cierto que no se puede volver de la muerte, también lo es el posible carácter sacrificial de ese voluntario adiós, la utilidad de su zarpazo sombrío para abrir territorios de libertad. Y encontramos un viaje a los adentros de la propia criada, estampas de su lejana juventud, briznas de su escasa felicidad recordada y un canto al futuro desde la vejez. La potencia del texto se acompaña con una escenografía prodigiosa, original y llena de hallazgos. Es un acierto grande haber evitado la tentación de una puesta en escena realista, ruralista y añeja, y haber optado por una singular propuesta poética, sencilla, pero siempre hermosa, subrayada por una atinada iluminación que con sus fundidos en negro y su emotiva gradación crea la atmósfera perfecta para cada escena.

Y la protagonista indiscutible de la obra es, cómo no, Lolita Flores, portento escénico que nació, está claro, para la interpretación antes que para cualquier otro registro artístico, y nos regala a pulso más de una hora de buen teatro sin desfallecimiento alguno en intensidad y calidad. El único pero de la función no estuvo sobre las tablas, sino enfrente, entre ese público que no se entera de que los dispositivos electrónicos deben callar cuando habla el teatro. Lo dijo la propia actriz en su agradecido epílogo con la educación que no tuvieron quienes no están a la altura de según qué propuestas culturales.

stats