Ni la luna se lo quiso perder. No tuvo ninguna duda, y nos acompañó, allá en lo alto, con su mejor talante. Y todo en una noche cargada de sentimientos y sensaciones. En escena, Javier Ruibal y su “Tremenda Banda” compuesta por jóvenes talentos. Así se puso de manifiesto. Sin duda alguna, Manu Sánchez al piano, Diego Villegas con los vientos (saxo, flauta y armónica), José Recacha (guitarras eléctricas, acústicas y bajo), Javi Ruibal (batería y percusión) y Pablo Domínguez (guitarra flamenca y percusión) pusieron el listón bien alto. La mezcla, bien sazonada, unió para siempre a dos generaciones. Y nos dimos cuenta que la más joven creció escuchando Pensión Triana. Así de sencillo. Una vez más, en un escenario singular, en una noche para recordar. Nos divertimos, compartimos y disfrutamos, que es de lo que se trata. ¡De qué manera!
Oyendo a Javier Ruibal, recuerdo aquella infancia en La Puntilla, donde su familia y la mía compartíamos espacio sobre la arena, entre casetas de rayas. Bajo los toldos, ahí en la arena de la playa de La Puntilla, en El Puerto; donde -a decir de Javier- todos nos conocíamos y donde se podía ser feliz con "una arropía o un polo de limón". Así es imposible que la mezcla ecléctica de flamenco y músicas étnicas con jazz e incluso rock -que se nos puso en bandeja-, no calase hasta la médula. Como debe ser.
De Ruibal, de ese rapsoda de la Grecia antigua, adiviné -en esa noche afuera y quieta-, sus andares. A pesar de celebrar el 30 aniversario de su Pensión Triana, ahondó en la búsqueda de un color nuevo, una expresión nueva, una proposición diferente. La generosidad de un soñador, a nuestro alcance, sin alambradas de por medio.
La otra noche, acompañado de esa "Tremenda Banda" -con mucho recorrido por delante-lo conocimos, por su transparencia, un poco más. A Ruibal lo delata, su trabajo musical constante, hatillo en mano; su inspiración que se instala en la bahía, entre retamas, pinos y la salada claridad de Alberti y su pasión en hacer un buen trabajo. Sin atajos. De permanecer y sentirse entendido. De dedicar toda su vida a su gente. De su tesón constante. De su humildad y su cercanía. De su buen humor. De amar, en este caso lo cercano, a través de la cadencia. De su manera de ser.
Después de dos horas de concierto, las palmeras en calma chicha, los cactus y la luna expectante ante lo que estaba sucediendo, todos nos sentimos un huéspedes de aquella Pensión Triana. De aquel espacio que nos cobijó. Que asumió -por derecho propio- ser la habitación, como aquella que pintó Van Gogh; con un corazón pintado en la ventana…
Mientras escribo esta crónica, la poesía de Javier me acompaña: "La Pensión Triana cae a la vuelta de una esquina/ Entre el arrabal de la memoria y el barrio de los sueños perdidos… /A la bendita Pensión Triana vuelvo una y otra vez para sentir un picor de franela y de pasión…/Que me dice que este viejo corazón aún no se ha rendido...".
Sin duda, pasión huella y sentimiento. Cálidos Susurros. Romero en rama.
Comentar
0 Comentarios
Más comentarios