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Un balón de paz

  • En la Navidad de 1914, en plena I Guerra Mundial, soldados de ambos bandos pactaron una improvisada tregua para jugar un partido de fútbol en la frontera franco-alemana

El 28 de junio de 1914, el nacionalista serbio Gavrilo Prinzip asesinaba en Sarajevo al archiduque Francisco Fernando de Habsburgo, heredero al trono austro-húngaro. La rivalidad por los Balcanes y un complejo sistema de alianzas involucró, en una especie de efecto dominó, a las grandes potencias. El 1 de agosto estallaba la I Guerra Mundial. Miles de soldados partieron hacia el frente cargados de fervor patriótico, confiados en que la contienda sería corta. Todos esperaban estar de vuelta antes de acabar el año.

Llega la Nochebuena en los campos de batalla. El entusiasmo inicial ha desaparecido. El conflicto se prevé largo y contabiliza ya un millón de muertos. El desánimo hace mella en ambos bandos. Cerca de Armentières, los ejércitos ocupan posiciones a lo largo de la frontera franco-germana. Unos soldados alemanes trepan de sus trincheras y llegan hasta la alambrada enemiga. Los británicos salen a recibirlos. Se encuentran. Deciden no dispararse entre ellos ("we not shoot, you not shoot"). Unos tragos de whisky, otros de cerveza y los inevitables cigarrillos hacen el resto. Acuerdan una tregua y enterrar, de forma conjunta, los cuerpos de los abatidos que yacen entre las dos líneas. Antes de separarse se desean "Merry Christmas".

A la mañana siguiente, armados nada más que con palas, salen de sus agujeros para cavar tumbas. En esa denominada No Man's Land -Tierra de Nadie-, sembrada de cadáveres, soldados de ambos bandos intercambian regalos (chocolate y queso por galletas y pudding). Luego cantan al unísono canciones de Navidad. Sobre las trincheras brillan las puntas de sus bayonetas, adornadas con velas. "Parecía la iluminación de un teatro", escribió un inglés a sus padres. Cesaron los combates, recuerda C. Gumbrecht: "No suena un disparo. Los pájaros volvían. A la tarde conté cincuenta gorriones y les di de comer". Durante ese 25 de diciembre una inesperada oleada de paz recorrió todo el frente. Se sucedieron escenas absurdas, como la que presenció un teniente: "Desde las fosas francesas aparece un quepi. 'Eh, camarade allemand, pas tirer, brout, des cigarretes'. Un mosquetero alemán salió enseguida y gritó: 'Bonjour, Monsieur'. Le tiró su pan negro y el francés sus cigarrillos".

Para aumentar la confraternidad, los hombres del subteniente R. D. Gillespie proponen jugar un partido de fútbol a los infantes del Kaiser. No resultó sorprendente. El balompié era la actividad preferida entre los ingleses cuando descansaban. Por ejemplo, el Footballers Battalion reunía a los mejores jugadores del Reino (ganaba todos sus choques contra otras tropas, hasta que las bajas lo fue diezmando). Cuando el suelo barroso estaba seco se disputaban partidos en serio, con árbitros y cambios de campo al descanso. Las porterías se improvisaban (un par de palos, gorros o cascos). Los balones de cuero eran un componente más del equipamiento de guerra: "Mandamos a uno con la bicicleta a nuestros puestos de retaguardia a buscar la pelota", contó H. Bryan a sus padres.

El 26 de diciembre, a las 13:30 horas, se disputa el excéntrico encuentro. En calzones largos de ropa interior y con botas militares, los futbolistas hacen frente a temperaturas de bajo cero. El terreno de juego escogido es una de las pocas zonas todavía sin cráteres, que se ha librado del impacto de los obuses. El piso, congelado, impide un fútbol preciso y hace difícil mantener el equilibrio. Cuando alguien cae, su oponente (en realidad, su enemigo), le ayuda a levantarse.

Duró una hora y, según varios testigos (capitán J. Niemann, capitán C. I. Stockwell, artillero H. Smith), el partido finalizó con victoria germana: los Fritzes ganaron a los Tommys por 3 a 2. Pero el tercer gol debió ser invalidado. El colegiado, reverendo Jolly, no vio que el tanto de la victoria fue conseguido en clara posición adelantada. Así lo reconoció el extremo izquierdo de los teutones, al finalizar el choque: había sido off-side.

La actuación de los altos mandos terminó con esa paz momentánea, la tregua que sus subordinados iniciaron sin solicitarles permiso. Un grupo de soldados habían decidido -por su cuenta y riesgo- declarar un alto el fuego para jugar un partido de fútbol. El hecho, estipulado como alta traición, debía ser duramente condenado. Muchos perdieron ascensos por ello. "La plana mayor del ejército -recuerda un belga- tenía miedo de que el ejemplo de la paz navideña hiciera escuela". En concreto, "la hermandad en el sentimiento compartido de que debíamos parar esta guerra. Los generales se enteraron después e hicieron todo lo posible para que algo así no volviera a ocurrir jamás", aclara Rickmer.

"Di órdenes para evitar que se volvieran a repetir una conducta semejante", manifestó Sir J. French. El Estado Mayor decretó "el cese de una actividad tan poco belicosa". La guerra no es un juego. El 30 de diciembre les prohibieron cualquier otro tipo de encuentros. "Gentlemen -informan los ingleses- nuestro coronel ha ordenado reiniciar el fuego a medianoche". Un año después, en Navidad, "jugamos al fútbol. Los alemanes nos imitaron. Pero cada uno jugó entre sí".

Hoy se calla esta extraordinaria historia de paz en el frente. Algunos historiadores la mencionan, pero sólo lo hacen de pasada, sin tratarla a fondo. No le conceden la importancia de excepcionalidad conmovedora que tuvo: un milagro en la frontera occidental. La primera Nochebuena, desde que estallara el conflicto, desató las emociones y entonó el villancico Noche de paz. Melodía popular en Alemania y Austria, el himno de la paz navideña en Flandes se hizo mundialmente famoso a raíz de esa noche de improvisado armisticio.

Para muchos, la historia a destacar no fue el partido de fútbol sino la paz. Contra la voluntad de sus superiores, los soldados de ambos bandos sellaron una espontánea tregua. Porque las órdenes de salir de las trincheras, para dejarse matar en tierra de nadie, no merecían la pena. Y el creciente descontento desencadenó todo tipo de indisciplinas, motines y deserciones.

El alemán Michael Jürgs, en su libro Der Kleine Frieden im Grossen Krieg (La Pequeña Paz en la Gran Guerra), reconstruye al detalle estos hechos gracias a las cartas que enviaron los combatientes a sus familiares. En el año 2009 se jugó otro emotivo partido. Coincidiendo con el 95 aniversario, descendientes de aquellos soldados, británicos y alemanes, lo celebraron en la frontera franco-germana; allí donde sus bisabuelos decidieron hacer un heroico alto el fuego por Navidad.

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