Laurel y Rosas

Paquiro y el toreo: “Viva Chiclana”

En “Lances que cambiaron la fiesta” (Espasa, 2001), la historia del toreo “novelada” por Santi Ortiz Trixac, hay un personaje, Rabanales, que cada vez que escucha la palabra “paseíllo” grita “Viva Chiclana”. El propio personaje habla por sí mismo y lo explica: “¡Naturaca! Y como soy bien nacido, me vas a permitir que grite: ¡Viva Chiclana! Es costumbre mía hacerlo cada vez que se elogia el paseíllo en una conversación”. A lo que su interlocutor, Juan, responde: “¿Chiclana? Y qué tiene que ver...”. Rabanales zanja: “Muy sencillo: porque en Chiclana nació Paquiro y a él le debemos toda esta grandiosidad del desfile que abre corrida; precisamente ese es uno de los legados que nos dejó”. La escena la incluye Ortiz Trixac, cronista taurino que también fue matador, en un capítulo, precisamente, dedicado a “Las reglas de Paquiro”, aquella “Tauromaquia completa” (1836) con la que Francisco Montes Reina, Paquiro, inauguró el toreo moderno como ya lo había hecho también con el terno de los majos, el traje de torear, desde la montera a la que puso nombre hasta los machos.

“¿Paquiro? ¿Aquel a quien llamaban el “Napoleón de los toreros” y que mandó en la Fiesta allá por los años treinta y cuarenta del siglo XIX?”, pregunta Juan a Rabanales en el libro de Ortiz Trixac. “Er mesmo. El discípulo de su paisano Jerónimo José Cándido y de Pedro Romero; el que se llevó a Chiclana durante muchos años el cetro del toreo que antes habían gozado Ronda y Sevilla”. El mismo que es principio y final –no podría ser de otra manera– de la “Ruta tuarina por la ciudad de Chiclana” que han creado Paco Salvado y Isaac Galvín, Rocío Oliva y la Escuela Taurina Chiclanera Francisco Montes ‘Paquiro’. El recorrido arranca en la plazuela de Paquiro –aunque oficialmente aún no tiene nombre–, en donde hoy está el monumento al “rey de los toreros” –como le llamó José Sánchez de Neira–, obra del escultor Nacho Falgueras, y estuvo su casa, entre la plaza Mayor y el Santo Cristo. Aquella en la que el flamencólogo José Rosano contó que el maestro pagó con una falsa onza de oro a Curro Ortega, El Fillo, una noche de cante y aguardiente. Y que al día siguiente, el cantaor volvió de Cádiz a buscarlo a la taberna del Santero y pedirle explicaciones: “A esta monea le falta peso, a mi cante no le faltaba de ná”. Paquiro dijo no saber que aquella moneda era “pelucona” y, antes de echar otro día de fiesta, con una moneda cabal, como el cante del Fillo: “A los árboles blandeo,/ a un toro amanso/ y a ti gitana…¡no pueo!”.

“Francisco Montes es el torero de buen trapío: es la gloria de Chiclana y de todo el mundo tauromáquico, aunque les pese oírlo a sus muchos detractores. Pero ¿cuándo no los tuvo el verdadero mérito?”, escribió el dramaturgo Tomás Rodríguez Rubí en “Los españoles pintados por sí mismo” (1843-44). Y eso, la gloria, es lo que se ve en el Museo Municipal Francisco Montes ‘Paquiro’ que Pedro Leal Aragón creó y sigue mimando con sapiencia en la misma finca que debió ocupar una capilla a la Virgen del Carmen, y al que merece ir, entre otras joyas, aunque solo sea para ver el imponente retrato que el pintor romántico Antonio Cavanna le hizo al torero en 1836. Entre su domicilio y el museo –muy cerca, por cierto, de la que fue casa de las hermanas del matador, en la calle Carmen Picazo, y que compró su viuda ya casada con el picador Francisco Puerto– , Paquiro solo es salida y meta de un itinerario sobre esa Chiclana “tauromáquica”, que diría Rodríguez Rubí, que Paco Salvado ha concebido como un paseo por los hitos ya existentes en el espacio urbano, pero también en los capotazos dibujados en el aire de la historia. Desde el actual Museo de Chiclana, que fue casa también de otra referencia ineludible, José Redondo, El Chiclanero, y esa Plaza Mayor que fue escenario del “Toro con cuerda” que, sobre el todo en los siglos XVII y XVIII, corría de fiesta en fiesta Corredera abajo por las calles de la villa.

Lo que no hay en el itinerario es plaza de toros que en Chiclana siempre han sido de quita y pon, como la que hubo en Las Albinas y, más recientemente, en La Longuera. Demófilo, el padre de los Machado, recoge en uno de sus artículos en el periódico “El Averiguador Universal” (1881) la vida de Juan Quijada –“Quijaa el Florero”, es su título–, sevillano de Osuna, que cantaba un pregón que comenzaba nombrando cosos gaditanos y toreros de tronío: “Me voy ar Puerto/ me voy a Cái/ En Chiclana no hay…”. Y así sigue, pero sí hay una pródiga historia hasta nuestros días que la Escuela Taurina narra con rigor y pasión: Paquiro y Manuel Jiménez El Cano, Cándido y El Chiclanero, Pepe Gallardo y Pepín Jiménez, Emilio Oliva Fornell y su saga, Adolfo Ávila El Paquiro y otros tantos que siguen haciendo el paseíllo.

Otra manera, desde el mismísimo burladero, de conocer Chiclana y su toreo, Chiclana y su historia, Chiclana y su cultura.

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