Seis clases de baile, seis lecciones magistrales de teatro
La segunda representación de la temporada de otoño vuelve a llenar el Teatro Moderno
Llenazo. Absoluto, claro. Porque lo otro es lleno. O sea, más o menos, y ya está bien.
Se preveía, pues la obra convocó en el teatro por igual a los seguidores de la Herrera y a quienes, sin más, acuden regularmente al teatro. Y de todo hubo: Lola Herrera, por supuesto, y teatro, mucho teatro. Porque estas "Seis clases de baile..." (que eran seis lecciones y seis maneras distintas de moverse) fueron, además, seis lecciones magistrales de teatro.
El argumento y su cómo, estupendos ambos y elevados exponencialmente por una interpretación brillante y sin desfallecimientos, donde igual cabía -como en botica o en la vida misma- la risa, el llanto, el dolor, la alegría,... y el baile. Derribadas así las fronteras entre comedia y drama, banda sonora incluida. Como la vida, ya decimos.
Lecciones magistrales que demuestran que pueden ser participativas sin jugar a la interactividad calculada. Lecciones magistrales que ya esperábamos -y que por tercera vez imparte Lola Herrera en el Moderno- de ella. Pero estupenda lección también -¡y sorprendente para tantos!- de Juanjo Artero, desde hace ya bastante, mucho más que una promesa. Adecuadísimo partenaire de Lola Herrera, con quien llegó a hablarse de tú a tú sobre las tablas. También de tú a tú en la relación ficticia, esa que ellos sembraban durante las tardes de baile y que se prolongaba y crecía en la ausencia y en la noche, y en los sueños proyectados. Una vez más como en la vida, el nosotros construyéndose también en la distancia.
El público, que sabía a lo que iba, agradeció sin embargo la sorpresa que superó con creces sus expectativas. Ovación.
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