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Crónicas del retornado

Anarquía y Anarquismo

Sobre el Anarquismo en Chiclana es preciso consultar el excelente libro de José Luis Gutiérrez Molina: Diego Rodríguez Barbosa, obrero y escritor. A lo mejor este importante personaje, anarquista naturista, autor de libretos y de coplas de carnaval, trabajador del campo y de otros oficios, exiliado y, finalmente asesinado cruelmente por unos falangistas, no es suficientemente conocido por nuestros conciudadanos. Opino que bien merecería un recuerdo y un homenaje público. ¿No rememoramos a otros ilustres chiclaneros, como García Gutiérrez, Paquiro, Fernando Quiñones? Un poco de justicia histórica.

Pero no voy a meterme hoy en esas cuestiones, que ya han sido estudiadas por personas mucho más doctas y documentadas. Lo que me pregunto es cuánto espíritu anárquico pervive en Chiclana. No “anarquista”, sino “anárquico”, porque son dos cosas muy distintas. El anarquismo, como doctrina política, pretende organizar una sociedad sin Estado, libremente regida por los propios ciudadanos y carente de instrumentos coercitivos. En él se han registrado corrientes sociales, como el anarco-sindicalismo, por ejemplo, y otras de carácter individualista, preferentemente sustentadas por artistas y literatos, aunque también por personajes menos ilustrados.

Todo viene a cuento de una anécdota que me sucedió el pasado martes, cuando, de vuelta de la farmacia, topé con una pandilla de jovenzuelos (otro diría “niñatos”) circulando a toda gaita en bicicleta, sin mascarilla ni cosa semejante, por una calle principal. En la dirección única, contra ella, en zigzag, sobre la acera… Haciendo, en suma, lo que les salía de las narices sin respetar, no ya las normas de circulación, sino a los demás ciudadanos, automovilistas o peatones. Obviamente por allí no había sombra de policía municipal, ni de cualquier autoridad semejante. Cierto que la policía municipal bastante tarea tiene con controlar los desmanes de aquellos que se saltan a la torera las necesarias medidas de confinamiento. Trabajan mucho y bien, pero carecen del don divino de la omnipresencia. Claro que estos mozuelos no son anarquistas, sino simples capullos desmadrados.

La desagradable tendencia a actuar de una forma individualista o egoísta en nuestra Ciudad, también nos la encontramos en torno a los contenedores de basura. Cuando uno sale a deshacerse de su bolsa reglamentaria a las horas prescritas, no es raro encontrarse con un paisaje desolador: residuos de todo orden en torno a los recipientes indicados: muebles rotos, cartones, ropa en diversos grados de suciedad y deterioro. Se trata a todas luces de una enorme falta de respeto por los trabajadores de la basura y, en general, de todos los vecinos. Focos de infección precisamente en las circunstancias que más exigirían una conducta cuidadosa en materia de higiene. ¿Anarquistas? Ni hablar, guarros egoístas sin paliativos.

Las tendencias anárquicas se manifiestan en Chiclana en cuestiones tan básicas como es el urbanismo. El Ayuntamiento, los sucesivos Ayuntamientos, siempre han tenido que lidiar con la peculiar forma de construir de nuestros conciudadanos, que lo han hecho con unos criterios perfectamente disparatados. Lo que hoy llamamos “el diseminado” consiste en un caos urbanístico del todo incontrolable, que ocupa en metros cuadrados mucho más territorio que construcción y urbanización “normales”. Y escribí “lidiar” con una benevolencia muy excesiva, porque sin una tolerancia municipal inexplicable (o explicable, claro), no hubiera sido posible semejante batiburrillo urbanístico. Parece que ahora se está intentando regularizar toda esta irregularidad masiva, pero átame esa mosca por el rabo. Se da usted una vuelta por toda la periferia urbana y se encuentra con calles de un acceso casi imposible, iluminación arbitraria, higiene nula, por aquello de las fosas sépticas, y otros desagradables etcéteras difíciles de enumerar.

Desde el punto de vista de la arquitectura, hay muchísimas viviendas construidas a trompa talego, hijas, hay que decirlo, de la necesidad de un techo para familias escasas de recursos, sin capacidad para acceder al mercado “regular” de la vivienda, que aquí, como en otros lugares de España, ha sufrido los devastadores efectos de la especulación. Yo he estado en casa de algunos amigos, normalmente obreros cualificados, que se habían ido haciendo su casita con sus propias manos y con la ayuda de amigos y familiares “expertos” en distintas materias: albañilería, electricidad, fontanería… El resultado, una construcción pintoresca hasta lo aberrante, habitada no obstante con una extraordinaria ilusión por sus optimistas constructores y usuarios.

Poner en orden todo este follón requeriría bastante inversión económica, parte de la cual correspondería a los propietarios, renuentes a ello. La reticencia del español medio sobre el destino de sus aportaciones tributarias es proverbial y aquí se muestra de nuevo nuestra tendencia anarquizante. Raros personajes, como suecos, noruegos y otros, tributan sin reparos, porque son conscientes de que su contribución al erario público les será restituida en buenos servicios públicos. Parece ser que nosotros no lo tenemos tan claro.

Parece, pues, bastante claro, que la tendencia a lo anárquico individual pervive entre nosotros. Lástima que lo anarquista social parezca haber sido deglutido por el tiempo y la política neoliberal.

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