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Yo parí a Juan Carlos Aragón

Con la ilusión de siempre...

  • Primeros pasos. Después de escuchar a 'Los mandingos' me di cuenta de que quería ser comparsista. Y en el año 1983 escribí mi primera comparsa juvenil, 'Los contrabandistas'

...comparsa. Con este verso -por llamarlo de algún modo- empezaba el primer pasodoble que escribí para la, también, primera comparsa que llevé al Falla.

Desde que escuché Los Mandingos me di cuenta que yo quería ser comparsista, para desgracia de mis padres, que eran gente de bien y no me enseñaban esas cosas. Pero igual que hay gente que quiere ser militar y defender a España de los moros malos, yo quería ser comparsista, tener el pelo largo, hacer posturitas en un escenario, ligar con pibas de barrio (que entonces eran las que más tragaban) y ganar mucho dinero. La vocación es la vocación.

En 1981, por mediación de mi tío Antonio y de Aurelio del Real, escribí por encargo un pasodoble dedicado a Félix Rodríguez de la Fuente, para la comparsa Gallos de Pelea. Pero me dijo mi tío que no escribiera más, que el letrista le había cambiado dos frases y lo había presentado como suyo. Yo lloré como lo que era, como un niño, como Pedrosa pero sin moto; y exclamé: "¡po dile al letrista ése, que cuando yo sea mayó le viá hasé unos cuplé que se va a enterá!". Aquel letrista resultó ser Joaquín Quiñones, y aunque lo de los cuplés parezca la venganza del Conde de Montecristo, la verdad es que fue sucediendo cada año por pura casualidad. No soy rencoroso. Y, además, en carnaval es muy normal que determinados autores firmen obras que hacen otros. Así que, desde antes de empezar, ya empecé a darme cuenta de cómo se movía esto.

Y corría el año 1983, cuando me lié la manta a la cabeza y escribí mi primera comparsa, juvenil por supuesto: Los contrabandistas (suscohoneahí). No era buena, pero sí graciosa. ¿No os habéis fijado nunca en algunas comparsas que vienen de vez en cuando de un pueblo de la sierra, y hay un tal Ambrocito que hace la letra, la música, la dirección, el contralto, va en el centro y se pega un solo en el popurrí? Po ahí estaba er tío, yo, el Ambrocito de Cai. Fue muy fuerte. No pasamos a la final, en el Falla sólo aplaudieron mis padres, no nos contrató nadie, no vendimos ni un libreto… pero me eché novia. Y, además, tuve el honor de debutar justo delante de Agua Clara, el día de la famosa descomposición de la célebre burra. Antonio Martín, que además de mi gran ídolo era amigo de mis padres, me vio nervioso y me animó diciéndome: "ánimo, pibe, igual que en un ensayo". Y eso fue lo malo, que lo hicimos igual que en un ensayo… y así salió. Pero vaya, de tó se aprende en esta vida. Lo mejor es que yo, en el colegio, tenía fama de empollón y nunca había sacado ningún cate. Y en esa evaluación saqué cinco de una tacá. Y digo "lo mejor" porque gracias a esa comparsa me quité la fama de empollón. Los buenos comparsistas no pueden ser empollones. Y yo quería ser comparsista, ea.

Lo del año siguiente fue peor. 1984. Comparsa juvenil Juerga. Bueno, lo de juvenil era como cuando en los mundiales sub'16, los chavales de Camerún vienen ya con los nietos y tó, po igual. Cambié a más de medio grupo (eso ya lo llevaba en la sangre desde chico), y creo que hice una de las peores comparsas juveniles de los años 80. No había por donde cogerla. Para colmo, Pepito Berenguer nos dio la ropa una hora antes de actuar, y al contralto lo arrestaron en la mili ese mismo día. Quedamos los últimos y fue la primera vez que insulté al jurado (encima, echando cojones). Lo de Los contrabandistas podía perdonárseme porque fue la novatada; pero en Juerga ya sabía algo del rollo, y no había perdón que valiese. Nunca comprenderé como hay autores que, ni con el tiempo, reconocen que también han sacado grandes mojones, así, con m. Se admite y no pasa nada, que no todo el mundo puede ser Julio Pardo.

Pero como no me quedé contento con estos dos añitos, me dije: "enga, Juan, que a la tercera va la vencida". Y, efectivamente, a la tercera… me di por vencido. Yo no admitía lo expuesto en el párrafo anterior. Pensaba que había sido mala suerte, que una mano negra nos perseguía, que si el jurado cabrón, que si la Reina Sofía y los muertos de Panini. Entonces, volví a cambiar de grupo y me hice de un personal que cantaba como los ángeles. El repertorio, esta vez sí, apuntaba alto. El Memi, que era uno de esos chavales, hoy aún recuerda y canta el pasodoble de aquellos Mercaderes de Venecia que nunca llegaron a salir. No se llevaban bien. Se pelearon entre ellos, se deshizo la comparsa y la mayoría se fue con Filibusteros, a la postre primer premio de aquel año.

Para rematar el gusanillo, decidí, con la gente del barrio, hacer una chirigotita, pero de adultos. 1985, Los Tartajas Tajarinas, que tenía feo hasta el nombre. Fue apoteósico. No nos abuchearon porque, por aquel entonces, cuando llegaba una chirigota como esa, te permitían irte al bar a fumar y a anestesiarte; si no, nos tiran algo. Evidentemente, no pasamos preselección y quedamos cuartos por la cola (no entiendo cómo hubo ese año tres chirigotas todavía peores).

Había perdido a mi novia. Había tirado el curso por la borda. Me habían expulsado una semana del colegio. Cuando hablaba de carnaval en mi casa, todo el mundo cambiaba de tema. Mis vecinos procuraban no coincidir en el ascensor conmigo. Llegué a cuestionar mi sexualidad, incluso. Una catástrofe descomunal en plena adolescencia. Menos mal que una tarde en la playa se me apareció San Juan Bosco y me dijo: "Juan, con lo que tú vales pa los estudios, ¿por qué no vuelves a coger los libros y deja de momento los libretos para el que los sepa hacer mejor que tú, en, picha? Mañana sigo.

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