Yo parí a Juan Carlos Aragón

Yo que tú no lo haría, forastero

  • Un palo. El día después del cajonazo la depre me tuvo en la cama hasta por la tarde, que llegaron a mi casa el Yuyu y El Libi, que también se habían quedado fuera de la final, con media botella de anís

Siempre he tenido la consigna de que, para que un tipo tenga éxito -especialmente en chirigotas- debe representar personajes con los que el mayor número posible de personas se sienta de algún modo identificado, por obra u omisión. Y si se hace evocando los grandes mitos de la infancia, mejor. Y eso es lo que me propuse cuando diseñé el tipo de 'Kadi City, Ciudad sin Ley'. Los duros pistoleros de los clásicos westerns han formado parte de la memoria cinematográfica de casi todo el mundo. Y yo tenía especial predilección por el más duro, noble y legendario de todos: Wyatt Earp. En un principio, como se trataba de una chirigota, pensé en orientar el tipo en la dirección del duro cómico de las versiones "spaghetti", a lo Terence Hill o Bud Spencer, y la titulé 'Le disían Trinidad'. Pero como estos personajes eran excesivamente mamarrachos y ya parodiaban a los legendarios, entendí que tendría más efecto parodiar a los propiamente legendarios; y así, el contraste entre el tipo implacable y duro y su versión chirigotera podía resultar más interesante, más si tenemos en cuenta que la mayoría de los miembros de aquel grupo solían llevar siempre tal cara de carajo que daba hasta miedo. Y eso hice y así salió de bien.

Aunque a todo el grupo le gustaba mucho la caracterización del tipo y lo que fui trayendo de repertorio, la verdad es que, hasta bien poco antes del concurso, no estábamos muy animados, precisamente. Una noche, llegó al ensayo por sorpresa una caterva de entendíos, encabezada por El Melli, que nos había grabado el año anterior. La chirigota, en vez de intimidar a los entendíos como Wyatt Earp, se sintió intimidada por los entendíos, y cantó sin confianza. Entonces, los entendíos aconsejaron a El Melli que no nos ofreciera más de dos pesetas por grabar, "que esto no era Los Guiris". No hubo acuerdo, y nos quedamos con la cara un poco rota. Creo que El Melli se arrepintió más que nosotros de no haber hecho la grabación, y que, a partir de ese año, cambió a su Delegación Carnavalesca de Entendíos.

Pero otra noche, llegaron las cámaras de Canal Sur, con Barragán y Casal, para realizar una previa de la retransmisión de las semifinales. Y se rieron tanto que hasta nos lo creímos (falta nos hacía, la verdad). Entre eso y el pelotazo que dimos en el ensayo general del Club Náutico, que era el termómetro de la parrilla de salida durante aquellos años, llegamos al Falla con la confianza suficiente y necesaria en estos casos.

El pasacalles hacia el Teatro ya olía muy bien. Y solamente con aquella presentación, el público se nos entregó por completo y ya no nos abandonó durante todo el año. El éxito iba siendo tan rotundo que prácticamente nadie dudaba de nuestra presencia en la final, como mínimo. Pero yo, para bien o para mal, siempre he tenido gatitos en la barriga. Y cuando, la noche de los cuchillos largos de aquel 1997, llegamos a la escalera de la Facultad para escuchar los que pasaban a la final, le dije al colega que llevaba el coche que siguiera un poquito más pa'llá, que no nos quedáramos ahí, que no quería que la gente nos viera llorar. Y menos mal. Cuando el jurado dio su veredicto se nos paralizó el cuerpo y alma. No dijimos nada. Ni siquiera el lógico suputamadre. Nos fuimos. Me acosté. Confieso que derramé lágrimas de impotencia, sobre todo porque a mi Wyatt Earp gaditano le había cogido un especial cariño.

El día después fue el primero en que falté al trabajo. La depre me tuvo en la cama hasta bien entrada la tarde, que llegaron a mi casa el Yuyu y el Libi, con media botella de anís y mejor ánimo que yo. Ellos también se habían quedado fuera con 'De plaza en plaza' y 'Sevilla tuvo que ser'. Como los dos son dos tíos con bastante humor y podía compartir con ellos el desconsuelo, me fui tomando el palo de otra forma. Eso no evitó que mis declaraciones a la prensa aquella tarde fueran explosivas, especialmente contra El Bambi, el mismo que dejó fuera a 'Los tintos'. Con el tiempo comprendí que debía controlar ese tipo de declaraciones porque, aunque fueran sinceras, no son políticamente correctas ni carnavalescamente convenientes. Hay que fingir indiferencia para que tus rivales y enemigos no celebren tu derrota más aún.

Ni que decir tiene que el éxito en la calle curó por completo mi herida. Recuerdo el lunes de carnaval que, subiendo Javier de Burgos en dirección Torre Tavira, me dijo Lali: "Quillo, mira patrás". Nos seguía una marea humana que ni las primeras manifestaciones de Astilleros. Dicen que los premios que te da la calle valen más que los que te dan en el Falla. Yo puedo asegurar que eso es cierto. Pero no debe enterarse nadie, porque si un año el jurado tiene dudas, puede agarrarse a esta confesión y decidir así: "Po entonces, yo le doy el premio a esta gente y la calle que te lo dé a ti, picha". Y tampoco es eso, que el reconocimiento oficial de la academia también lo queremos todos.

Ese verano fue el primero que nos tiramos de gira casi por entero. Lo pasábamos igual de bien con el éxito de nuestras actuaciones como con el cahondeíto del autobús. Y cuando llegábamos a Cádiz a las tantas de la madrugá, nos íbamos al Telescopio a hartarnos de alitas de pollo y a tomarnos dos o tres vasos más, con lo cual empecé a plantearme que si mi afición al carnaval era real o si mi afición real era más bien escaquearme de mi parienta el mayor tiempo posible.

El único gran parche de aquella temporada fue el final del grupo, aunque me resultó tan chungo que no sé si sacarlo a la luz. Mejor me lo pienso y, si acaso, lo cuento mañana.

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