Los últimos del Cerro del Moro
Este barrio de extramuros sigue a la espera de ver su remodelación completada. El edificio de la séptima fase está abandonado y el de la octava no está en buenas condiciones.
Las paredes hablan en el Cerro del Moro. Con el sambenito de barrio deprimido y degradado, su imagen comenzó a dar un vuelco en los años 90. Aunque nunca terminó de quitarse sus problemas de encima, sus vecinos se esperanzaron con la remodelación de sus edificios. Una transformación integral que iba a darle una nueva vida. Pero un día, los planes se paralizaron. La rehabilitación se quedó estancada en su sexta fase y esta zona de extramuros se quedó a medias. Las heridas de sus muros siguen abiertas, en una imagen que debía haber quedado erradicada hace ya una década.
Son dos los símbolos de la paralización de la remodelación del Cerro del Moro: la séptima y la octava fase. La primera de ellas abarca a los números 12 de la calle Sor Cristina García López y 1 y 3 de la calle Alcalá del Valle. La segunda la compone el Grupo San Fermín, un edificio de 70 viviendas con siete portales entre las calles Batalla del Callao y Trafalgar que data de 1956, tal y como figura en la placa con la simbología franquista que preside una de sus fachadas. Dos inmuebles con dos vidas diferentes: el primero se mantiene en pie a duras penas, tapiado y desalojado, mientras que en el segundo los vecinos esperan en sus casas a que algún día llegue una buena nueva. En ambos inmuebles, aunque en distinto grado, el aspecto es desalentador.
Una simple visual por la zona sirve para situarse en tiempos que parecían olvidados. Los vecinos que vivían en la séptima fase se salvaron de la infravivienda. 29 de ellos se marcharon a la sexta fase del Cerro del Moro, justo en el edificio de enfrente. Los 18 restantes fueron realojados en viviendas del AVRA para poder clausurar la finca. De estos, aún quedan algunos que todavía tienen que regularizar su situación por problemas con embargos, hipotecas o herencias, tal y como señalaron desde la Delegación Territorial de Fomento y Vivienda de la Junta de Andalucía.
Este inmueble es un foco para las pintadas y para las palomas, que campan a sus anchas por los balcones. En las paredes, sus mensajes relatan el sentir de algunos de los vecinos, pasando de textos obscenos a otros reivindicativos. "Esto no es un fumadero. Yonkis no", dice uno de ellos alertando de uno de los problemas que siempre se ha asociado al Cerro del Moro. En uno de los balcones, que aparece con un boquete entre su muro de ladrillos, una frase de auxilio alerta de la necesidad de vivienda.
El problema de la séptima fase arrastra a los vecinos de la octava. En junio de 2011, el por entonces delegado territorial de Obras Públicas y Vivienda, Pablo Lorenzo, se reunía que los 70 vecinos del Grupo San Fermín. Un encuentro en el que se sentaban las bases del fin de la remodelación del Cerro del Moro. Sobre la mesa se ponía la opción de la permuta de sus viviendas por otra en la finca de la séptima fase al ser propietarios. Un cambio que permitiría que se acabase con la transformación del barrio. Pero el tema comenzó a alargarse y dejó de ser una prioridad. Los años pasan y las ilusiones se desvanecen. La vida sigue en el Grupo San Fermín. Son los últimos del Cerro del Moro.
En un bajo del número 6 de la calle Batalla del Callao vive Francisca Picazos. Tiene 81 años y bajo su techo da cobijo a su hija, su yerno y sus dos nietos. Incluso, de vez en cuando tiene un sexto inquilino con otro nieto suyo. Comparten una casa que apenas llega a los 60 metros cuadrados y cuenta con tres habitaciones. Un espacio minúsculo que se encuentra cuidado en su interior, un aspecto algo diferente a las zonas comunes.
Cuenta Francisca que lleva viviendo en esta casa desde hace 48 años. "Yo vivía en La Ponderosa y me tocó un piso en la barriada de La Paz. Como no podía pagarlo, se lo cambié a una señora. No tenía ni para comer. Fue una miseria lo que tuve que pagar", relata.
Sobre la remodelación del Cerro del Moro, Francisca es clara: "Así llevamos 20 años". De hecho, asegura que lo más probable es que los pisos nuevos no los vaya a ver. "No tengo ninguna ilusión de que vayan a hacer nada. La Junta no tiene dinero. Las casas están muy viejas ya y hay que tirarlas. Esto es muy chico para vivir".
Entre los problemas de la finca, comenta que con lo poco que pagan de comunidad se van "tapando parches", se puede pintar la escalera, la casapuerta y algún pequeño arreglo. Sin embargo, el mayor inconveniente es la aparición de ratas. "Son como gatos y aparecen por los boquetes de la puerta. En el cuarto de baño se pueden escuchar. A una vecina de arriba le salió una por el váter hace unos cuatro o cinco meses y por el techo del portal también han caído".
En una conversación a pie de casapuerta, varios vecinos se quejan del estado del inmueble. Entre los desperfectos, hablan de techos rajados o que las gavillas de hierro de la estructura están visibles. Si se mira al patio interior, el aspecto es desolador. El espacio común cuenta con un suelo de tierra y bancos de piedra, paredes degradadas y hierbas que crecen en cualquier punto.
"Por el patio también aparecen ratones", apunta Agustín Castro, también vecino del mismo portal que Francisca. Pescador de oficio, tiene 71 años. Compró esta casa en 1975 y vive solo en ella, aunque de vez en cuando tiene la compañía de un sobrino.
Agustín corrobora la versión de Francisca sobre las ratas. "Está todo infestado. Cuando se abre un boquete, salen hacia arriba o por el váter". De hecho, señala un bache de la calle para explicar el problema. "Tiene que haber un tubo partido. Tienen que levantar la calle y cambiar el bajante que viene desde la casapuerta", afirma.
La gran dificultad para los vecinos es que no pueden hacer frente al arreglo del inmueble. En un barrio humilde azotada por el desempleo y con una buena parte de la población pensionista, los recursos son escasos. De fondo, quedaron las promesas de un Cerro del Moro revitalizado. Sin embargo, vive a dos velocidades a la espera de avanzar.
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