75 aniversario de la muerte de Manuel de Falla

Así suena Cádiz en la obra de Falla

  • Un repaso a las influencias gaditanas, entre ellas el flamenco, que inspiraron algunas de sus piezas

Placa que en la calle Rosario, 17 recuerda el primer concierto de Falla en el año 1899.

Placa que en la calle Rosario, 17 recuerda el primer concierto de Falla en el año 1899. / Jesús Marín

Cádiz siempre ha estado presente en la vida y obra de Manuel de Falla, pese a haber vivido fuera de la ciudad desde muy joven. Como bien sabemos, su familia tuvo que trasladarse a Madrid por motivos económicos antes que el compositor cumpliera la veintena, aunque él ya llevara allí un par de años, combinando sus estudios con largas estancias en su tierra natal. Volvió a Cádiz en 1926, para ser nombrado Hijo Predilecto de la ciudad, y en 1930 para dirigir un concierto en el Gran Teatro que hoy lleva su nombre, pero nunca dejó de mantener un contacto íntimo con sus amigos, su entorno, el paisaje de su infancia, los recuerdos y el desarrollo cultural gaditanos”.

Así resume José Ramón Ripoll la vinculación vital de Falla con su ciudad natal. Una relación y una influencia que se plasmaron también en su propia obra musical donde Cádiz está más que presente en muchas de sus partituras, en sus ritmos y sus evocaciones, en tantos momentos de inspiración.

Ripoll, musicólogo, nos ayuda a descubrir cuánto de Cádiz hay en la música de Falla, un trabajo que él mismo ha plasmado en la exposición abierta este mes en la Casa Pinillos y de cuyas claves nos recuerda las más ligadas a su tierra, como el flamenco: “Varias fueron las obras compuestas y estrenadas en Cádiz, aunque otras permanecieron inéditas, posiblemente porque el propio Falla las considerara pecados de juventud, pero no olvidemos la Melodía para violonchelo y piano, que el joven dedicara a Salvador Viniegra para tocarla con él en su salón, ni la Serenata Andaluza, que aún de sonoridades románticas, aparece en su desarrollo requiebros aflamencados, posiblemente como anticipo de todo cuanto estaba por venir. El papel de Ana La morilla, su niñera, procedente de las sierras de Ronda o Cádiz, jugó un papel fundamental en el interés del niño por el flamenco. Aquella le cantaba nanas, pregones y romances que, según las propias palabras del músico, fueron el germen fundamental de su obra”.

Una relación con el flamenco que Ripoll supone que se inició en Cádiz. “Muchas veces he fantaseado con la posibilidad remota de que Falla hubiese oído cantar a Enrique El Mellizo, otro de los grandes gaditanos, pero aunque fueron coetáneos, casi era imposible que un muchacho de clase media alta frecuentase en aquella época los ambientes flamencos. Pero lo que es cierto, y de eso me enteré hace poco a través de un recorte antiguo del Diario de Cádiz, es de que el joven Falla acudió con su padre a una sesión fonográfica organizada por el señor Hughes, propietario del fonógrafo, en la calle Ancha y posteriormente en la Casa Quirell, donde se pudieron escuchar, entre discursos de Castelar y preludios de Wagner, las malagueñas de El Mellizo –no se sabe si grabada por él mismo u por otro cantaor– y Joaquina Payans”.

En el texto del propio Ripoll que acompaña la exposición de Pinillos, el musicólogo hace un recorrido por los sones de Cádiz en la obra de Falla, como que el origen del El retablo de Maese Pedro y Atlándida fue “un teatrillo de títeres y una ciudad imaginaria que el niño músico situó en los confines gaditanos (...). No es casual que en el tejido tímbrico de El retablo parezca resonar un entramado de oboe, clarinete y fagot, propio de las cofradías de penitencia de la Semana Santa gaditana, o que en varios de sus pasajes retumbe una algarabía que bien podría provenir del acentuado ritmo del antiguo carnaval gaditano, del que Falla fue testigo y buen oidor”.

Su primera versión del Amor brujo, donde Cádiz “se manifiesta abiertamente”. O el oleaje que se siente en esta versión, la de 1915, de esta misma obra, y que también aparece, años más tarde, en el Concierto para clave y cinco instrumentos. Y cómo no, Atlántida, su inacabada obra: “Testamento de un hombre universal, dedicado personalmente a Cádiz en el pórtico de la partitura, como cierre de un círculo espiritual, estrechamente vinculado a su origen”.

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