Cádiz

La reinvención de los cines de verano

  • Las instituciones públicas copan las proyecciones al aire libre en la provincia. Entre las iniciativas, los Jueves de Cine en Diputación o el ciclo de Cortos en Candelaria

Su estampa es ya, en mente de todos, memoria en sepia. Los cines de verano -de los cuales el Cine Brunete, desaparecido hace ahora seis años, fue el último superviviente en Cádiz- terminaron extinguiéndose arrasados por la necesidad de ladrillo. Adiós, en nombre de la nueva ordenación urbana, a todo aquello: a las sillas de hierro, al soundround crujiente, a los bocatas de tortilla y a las estrellas.

No deja de ser curioso que sean precisamente las instituciones públicas las que hayan terminado rescatando el formato de aire libre y gran pantalla. Aunque sin solares en los que crecer, el cine de verano (el cine a la fresca) se ha resistido a morir. Los Jueves de Cine, en el patio de la Diputación Provincial, los protagonizan este año los trabajos como director de Clint Eastwood -Million Dollar Baby, Banderas de nuestros padres y Cartas de Iwo Jima, los títulos aún por proyectar-.

Todos los lunes, entre el 3 de agosto y el 7 de septiembre, el Baluarte de Candelaria acoge, de forma previa al Festival de Alcances, el Ciclo de Cortos Españoles de Ficción. El Ayuntamiento gaditano desarrolla también, en el patio del colegio Felipe Neri, el ciclo Cine en familia, que en su segunda edición ha previsto títulos como Mamma Mía!, El increíble Hulk o El Príncipe Caspian.

En El Puerto, en el San Luis de Gonzaga, tienen lugar desde hace años proyecciones de películas en V.O.S. durante los meses estivales -la próxima, la brasileña Estómago, de Marcos Jorge, Espiga de Oro en 2008-. Sin olvidar las proyecciones de cine sobre la arena que son una constante en la playa Victoria -todos los sábados de julio y agosto- y en la de La Barrosa, en Chiclana - una cita que se inició este verano con la última entrega de Indiana Jones y que proyectará este sábado la comedia española Fuera de Carta-.

Todas ellas tienen en común ser iniciativas de naturaleza institucional. Pocas ganas -o poco espacio- queda para los proyectos privados. Uno de ellos era el del colectivo La Fábrika, que el verano anterior desarrolló en el IES Caleta el ciclo Cádiz en la pantalla. La asociación, sin embargo, no ha podido poner en marcha nada parecido este año: un desprendimiento en el local ha obligado a suspender las películas que iban a verse en la plaza de la Cruz Verde.

Aun así, el cine veraniego goza por estos rincones de más que buena salud. No estaba muerto -podrían decirnos-, que estaba de parranda. O estaba muerto y ha resucitado pero en una versión más aséptica: falto, en muchos casos, de la solera y canalla que tenía su versión anterior.

No hace falta decir que el cine de verano es una idea amable y gustosa. Tan suculenta que ha terminado convocando a numerosos novios. Y que crece, además, en un terreno propicio: en los buenos tiempos, la capital gaditana llegó a albergar hasta diez de estas salas.

El de los cines de verano es un caso parecido al de los discos de vinilo -que se las han ingeniado para sobrevivir, de mano en mano, hasta volver a trepar a las estanterías de las grandes firmas comerciales-, o las películas Polaroid -que seguirán fabricándose, aunque bajo otro nombre, gracias a un puñado de irredentos-. Resultan técnicamente imperfectos pero están rodeados de encanto. Y cuentan, ellos también, con toda una legión de románticos empecinados.

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