Me rajaron el cuello y aquí estoy
Káncer
El título 'Káncer', donde se cambia la 'c' por la 'k', da un nuevo significado a una palabra, una enfermedad, que hoy ya es posible vencer l El ginecólogo y sexólogo López Doña habla de la supervivencia al cáncer de tiroides en una entrega más de esta serie de artículos
Acababa de llegar a casa tras un día agotador. Me dedico al montaje industrial de tendidos eléctricos, esas torres enormes de hierro que sostienen los cables que transportan la electricidad por los campos andaluces hasta la bombilla de casa. Estoy pasando un mal momento pues un operario se ha caído accidentalmente al vacío perdiendo la vida.
Con estos pensamientos que me quitaban el sueño, estaba duchándome y al enjabonarme el cuello toqué una especie de bolindre poco más abajo y detrás de la oreja izquierda. No me lo había notado antes y tampoco me dolía. Pensé que era un quiste de grasa, pues a un amigo le habían operado uno en ese lugar hacía un par de meses.
A través de la mutua, acudí a un especialista en Jerez. Me examinó y sin perder el temple, con claridad meridiana y sin ninguna duda profesionalidad, me dijo: "Esto es un ganglio linfático… si tienes 2.000.000 de pesetas te lo opero la semana que viene". Chapeau!
Volvía de Jerez impresionado (por lo del ganglio y su precio) y tomando una cerveza con mi cuñado, que es médico, le conté la historia, al tiempo que, en la barra del bar me exploró el jodido bultito. Lo intentó desplazar y me dijo: "Evidentemente no se trata de un quiste sebáceo sino de una adenopatía y convendría hacerte unas pruebas antes de operarlo, vente mañana al hospital que lo vamos a estudiar".
Cuando llegué al hospital, ya me temía que se trataba de algo serio, así que no me cogió de sorpresa cuando de entrada me llevó al Servicio de Radiología para hacerme una punción biopsia del ganglio. Esperé poco tiempo para conocer el veredicto, se trataba de una metástasis de un cáncer de tiroides.
Ese mismo día me vio el doctor Costilla que me programó con celeridad el preoperatorio. Me comentó que haría una hemitiroidectomía, es decir, que me quitaría solo la mitad del tiroides, pues el daño parecía que sólo afectaba a esa parte. Y así fue. Me rajó medio cuello y a esperar resultados. Aquella misma noche me tuvieron que llevar de nuevo al quirófano urgentemente, pues tuve una hemorragia importante por la herida.
El resultado del laboratorio confirmo y precisó el diagnóstico: Cáncer medular de tiroides. Me faltó poco para conectarme a Internet y saber más de lo mismo, pues cuando te toca la china, crees que todos te mienten. "¡Joder!, hay cuatro tipos y el que me tocó no es el de la mayoría, que todos dicen que te curas sin problemas, sino el raro, el que afecta sólo del 5% al 10% del total de cánceres de tiroides". El único respiro fue que al menos no se trataba del tipo anaplásico, que es el que peor pronóstico tiene.
Se te cae el mundo encima; menos mal que tengo a mi Gloria que no se separó de mí en ningún momento. El cáncer medular de tiroides es el único cáncer de tiroides que puede ser diagnosticado por pruebas genéticas de las células sanguíneas. "En los familiares de una persona afectada una prueba positiva del 'protooncogen RET' puede permitir el diagnóstico temprano y en consecuencia indicar cirugía que resultará en su curación", me dijeron. Así que investigaron en mi familia y nadie lo tenía. No recordé si alguno de mis ancestros lo padeció.
A la semana me volvieron a operar el resto de tiroides que me quedaba, rebanándome la otra parte del cuello, a la manera que lo hacía la mafia con hoja de afeitar en una barbería del Chicago de los años 30. Y para no quedarse corto, el doctor Roquette se encargó de extirparme 16 ganglios de mi pobre cuello buscando mi salvación.
Muchos días han pasado pensando en silencio y tratando de sonreír cuando la familia y los amigos le querían quitar importancia al tema. Seis sesiones de quimioterapia que como es costumbre me dejaron calvo y un chorro de pastillas fueron los complementos.
Rigurosos controles me han hecho desde entonces. Diez TAC, que todo el mundo sabe lo que es y tres PET (Positron Emission Tomography), ojo avizor de la tecnología moderna que detecta cualquier actividad tiroidea que no debiera estar. No me pusieron el yodo radiactivo (se lo ponen a casi todos los pacientes) porque mi cáncer no fue papilar ni folicular. En estos casos suele ser muy eficaz. Hacen el seguimiento midiendo el nivel de tiroglobulina. Si es detectable aún cuando la hormona que fabrica el tiroides (TSH) debe estar suprimida por haber sido extirpado, significa que posiblemente existen todavía células cancerosas. Siempre hay que estar seguros de que no se trata de un resto de tiroides que quedó escondido, en cuyo caso, habrá que buscarlo.
Va pasando el tiempo y me voy acostumbrando. Lo malo es que ves la cicatriz cuando te afeitas. Pero con Gloria que me mima, 2.000.000 que me ahorré y buenas gambas con manzanilla, casi se me olvida.
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