Coronavirus | Prisiones

Un preso de Puerto 3 muerde a un funcionario

  • Crece la tensión en el centro penitenciario, donde ya hay diez reclusos en aislamiento por peleas y trifulcas

  • CSIF lo atribuye a la renuncia voluntaria a las horas de patio por miedo al coronavirus y a la nula disponibilidad de drogas tras la suspensión de los vis a vis

  • Los funcionarios siguen reclamando mascarillas, en prevención de contagios a los internos, que no llegan

Un muro pintado en Puerto 3.

Un muro pintado en Puerto 3. / Fito Carreto

Si el confinamiento al que está sometida toda la población en sus casas genera a veces pequeños roces, en los centros penitenciarios la tensión se está traduciendo en disputas, trifulcas y peleas. Sobre todo desde que se suspendieron las comunicaciones directas con familiares, los denominados vis a vis, como medida preventiva de entrada del coronavirus en las cárceles. Una medida que casi ha acabado con la entrada también de droga en los centros.

El ambiente se está volviendo cada vez más violento también en las cárceles desde que se cancelaron todas las actividades socioculturales. Y desde que los propios reclusos, por miedo a contraer la enfermedad, decidieron refugiarse en su celdas y renunciar a las ocho horas de patio -cuatro por la mañana y cuatro por la tarde- a las que tienen derecho, tal y como contó ayer este periódico.

Anoche, al cierre de esta información había en Puerto 3 una decena de reclusos en aislamiento como resultado de su participación en enfrentamientos violentos entre ellos en los módulos 1 y 3, informó a este periódico Ángel Luis Pereira, secretario provincial del sindicato CSIF-Prisiones.

El grado de tensión llegó a tal punto que un preso del módulo 6 llegó a morder a un funcionario. Le habían robado unos productos del economato y terminó enfrentándose muy agresivamente con quien intentaba calmarlo, que se vio obligado a pedir refuerzos, relató a este periódico la misma fuente.

A esta escalada de la tensión está contribuyendo el corte casi radical de la penetración de sustancias estupefacientes, que en un 90% entraba oculta en los cuerpos de quienes acudían a las comunicaciones directas con los reclusos, burlando los controles establecidos al efecto. El otro 10% lo meten los propios reclusos cuando vuelven de sus permisos, pese a los exhaustivos registros a los que son sometidos.

Entre los funcionarios crece también la preocupación porque el establecimiento de turnos ha dejado reducida a la mínima expresión las ya mermadas plantillas y porque no acaban de llegar las mascarillas, al menos a Puerto 3, donde sí que disponen de guantes y geles hidroalcohólicos. Como es lógico, el riesgo de contagio del covid-19 resulta más probable de funcionario a recluso que al contrario, una circunstancia que puede crispar todavía más los ánimos incluso cuando aún no se haya producido ningún caso de transmisión.

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