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Francisco Vázquez | Catedrático de Filosofía de la Universidad de Cádiz

“La política se ha convertido en un pensamiento prefabricado”

  • Impulsor de la candidatura de Kichi a la Alcaldía en 2015, este profesor de la UCA comparte su visión de las ideas, de la política y de la función social de la filosofía

El catedrático de Filosofía Francisco Vázquez posa en el patio 'Juan López' de la Facultad de Filosofía y Letras.

El catedrático de Filosofía Francisco Vázquez posa en el patio 'Juan López' de la Facultad de Filosofía y Letras. / Lourdes de Vicente

Nacido en Sevilla en 1961, Francisco Vázquez llegó a Cádiz en enero de 1985 tras el rastro de uno de sus maestros en Filosofía, Mariano Peñalver, aunque también su madre, ya jubilada, fue profesora de la misma materia en la Universidad de Sevilla. Catedrático en la Facultad de Filosofía y Letras, autor de un buen número de libros sobre la sexualidad y la identidad de género, Vázquez aporta una conversación diáfana y plural, una lectura del mundo y de la política, en la que ha participado como intelectual, a tener en cuenta, y una visión del saber muy de pisar la tierra.

–¿Se siente heredero de Mariano Peñalver y su cátedra?

–Sí, fue una referencia para mí. Igual que otro maestro mío fue Jacobo Muñoz, de la Complutense de Madrid. Hombre, Mariano siempre se implicó mucho en la ciudad, a la que llegó con una cierta edad, con artículos en el Diario, en tertulias, de jurado en el Carnaval... Creo que es un valor, una referencia en la Universidad de Cádiz donde el código ético lleva su nombre. Uno de sus grandes temas en la filosofía era el del otro, el de la alteridad, el de la comunicación con el otro. En eso sigue siendo un referente que quizás deberíamos pregonar más, lo que vale en general para otros nombres universitarios. Esta universidad va teniendo unos años y debe ir poniendo en valor a sus símbolos.

–¿El filósofo puede ser una persona que piensa por los demás?

–Yo creo que el filósofo piensa con los demás. Digamos que intenta en la relación con los demás provocar en ellos el ejercicio crítico del pensamiento. Pensar es siempre pensar contra, contras las ideas recibidas, contra los tópicos, contra lo común... El filósofo no es que piense por las personas; intenta, y Sócrates siempre es el modelo que viene aquí, estar en el mundo, estar con las personas, y a través de la comunicación con las personas promoverles cierto desconcierto con las creencias recibidas, y eso es lo que significa hacerles pensar.

–Pero sí parece que un filósofo se plantea cosas distintas al común de los mortales. Un compañero de BUP que hoy es filósofo me decía con 16 años: “López, tú te has dado cuenta que la familia no la elegimos”. Yo estaba en otras cosas.

–Claro, digamos que la posibilidad del pensamiento, del pensamiento crítico, está en todo el mundo. El filósofo lo que tiene es una preparación más técnica, y la historia de la filosofía lo que sirve es para suministrar herramientas para ese pensamiento crítico educado, cultivado. Eso es un poco lo que distingue al filósofo.En la filosofía yo veo una doble función, una más técnica, de la filosofía más académica, y luego una función mundana, pública, que es la más importante, que es esto de incitar a la gente a pensar por sí misma y a desconcertarlas. Hemos cultivado especialmente esa función del pensamiento crítico, pero es algo que tienen todos los mortales, todos somos filósofos potenciales. Y a veces, el vicio de la filosofía académica es que está encerrada en su torre de marfil, en un lenguaje muy técnico, elevado, por eso es muy importante la función en los medios del filósofo y del científico en general.

–¿Existe la filosofía de la calle?

–Existe la filosofía mundana, claro. Es una filosofía que no está elevada a un lenguaje especializado, técnico, pero que existe. Y una de las tareas de la filosofía precisamente es mirar alrededor y ver en qué medida el pensamiento está en las prácticas y en los discursos cotidianos de la gente. Yo entiendo la filosofía, sobre todo, como un ejercicio de qué nos pasa, intentar diagnosticar nuestro tiempo. Nosotros somos históricos, como decía Ortega, y la cuestión de la filosofía es ver de qué manera lo que nos está pasando está sufriendo una transformación, en qué medida estamos pasando a una nueva era, se trata de atisbar el acontecimiento. Y esa nueva manera de pensar está en las instituciones pero está también en la gente de la calle.

–¿Las ideas se pervierten?

–Las ideas, perfectamente, se pueden pervertir, tenemos ejemplos en las grandes ideologías del siglo XX. Y antes, cómo el cristianismo convierte de un credo que predica la igualdad y desestabilizar la estructura jerárquica de la sociedad romana, a componerse con las instituciones y se acaba convirtiendo en una ideología que legitima el orden establecido. O el marxismo, que es un sistema teórico que invita a la emancipación de la especie humana y que acaba convirtiéndose en la legitimación de dictaduras totalitarias como la soviética. Esto es una dinámica corriente en la historia.

–¿Tiene que ver más con la evolución del pensamiento o con los actos que se hacen?

–Hombre, a veces me pregunto que la cuestión no es en qué medida, por ejemplo, Robespierre pervirtió el pensamiento de Rousseau, sino qué hay en el pensamiento de Rousseau que puede hacer posible ese uso de Robespierre. Y no cómo la Inquisición pervierte el cristianismo, sino qué componente hay en la tradición cristiana, que es muy larga, que lo permite. Lo mismo con el marxismo, qué potencialidades puede haber en el marxismo que lo haga susceptible de ser utilizado por un sistema tan destructivo como el estanilismo.

–Ahora bien, casi todo ocurre cuando se alcanza el poder.

–Claro, cuando deja de ser un pensamiento, es decir, un ejercicio crítico en relación con las instituciones y la autoridad y se convierte en una ideología legitimadora del orden institucional establecido.

–Antes se discutía en el ágora, después en los bares y ahora en las redes sociales...

–Sí, en las redes sociales el problema en el ejercicio del pensamiento es la velocidad y el espacio. El pensamiento necesita dilación en el tiempo, porque si no lo que nos vienen son los prejuicios, las pasiones, los afectos, no el ejercicio de la búsqueda de las causas y de la racionalidad, que es lo que define propiamente al pensamiento. Pero sí es verdad que permite, que es lo propio en el ejercicio de la democracia, que los diferentes se puedan encontrar, que pueda encontrarse la pluralidad y discutir entre sí.

–Otra cosa es la forma.

–Sí, hay una gran sofistería, un pensamiento sobre todo muy marcado por los afectos, por la pasión del momento, y entonces se confunden las categorías analíticas con las categorías emocionales. Hay conceptos que no me gustan demasiado utilizar, en el plano del trabajo intelectual, como por ejemplo fascismo, más allá de sus coordenadas históricas, o populismo, porque están muy cargados valorativamente. Populismo es un insulto y fascismo se ha convertido en un término que vale para todo. Incluso comunismo, y comunismo es todo aquel que simplemente defienda la igualdad.

–Al final, no sé si estamos en una sociedad que sigue marcada por los prejuicios y estereotipos.

–Sí, completamente. Hay una tendencia a pensar de forma precipitada por la propia celeridad de las formas de vida en las que habitamos y por el hecho de que el consumo nos exige la inmediatez, y esto es muy nocivo para el ejercicio intelectual. Pensar es pensar en contra de lo recibido, y lo inmediato es entonces el error, el prejuicio.

–¿Considera que la política actual es también reflejo de esta tendencia, de este guirigay?

–Sí. Y es que no se armoniza la manera en que se vive con lo que se está diciendo. Ese es el gran problema, problema que ya se planteaba Sócrates. El político siempre tiene que buscar una sintonía entre lo que dice y cómo está viviendo, y la política se ha convertido casi en un argumentario, en un pensamiento prefabricado; los políticos ya no piensan por sí mismos.

–Argumentario, así se llama el documento que reciben del partido cada mañana...

–Eso es, y es un pensamiento precocinado que es el que sueltan, y no se ve si eso que está diciendo se corresponde con la manera de vivir de esa persona. Tampoco es por ponerme nostálgico, pero me parece que en la época de la Transición..., pienso en un político como Gómez Llorente, del PSOE, que empezó con la movilización sindical del profesorado de instituto: ahí había una austeridad, una forma de vida, el viejo socialismo de la austeridad y el dominio de sí, que se correspondía con el discurso. Hoy, sin embargo, el discurso es algo no propio, no elaborado por el político, sino por máquinas de fabricar argumentarios, es un pensamiento de aparato. Y vemos continuamente los desajustes con la manera de vivir, que no se corresponde con los discursos.

Por otra parte, hay un elemento de pasionalidad y de primacía de los afectos, y no de la búsqueda de lo común en la política actual de partido, que hace que la crispación sea permanente. La democracia es cómo los diferentes, la pluralidad, pueden llegar a negociar para ponerse de acuerdo. Ahora, de entrada, no se busca el acuerdo. Uno representa intereses, no trata de buscar el bien común, se amolda a esos intereses y no busca llegar a acuerdos con el otro. Y la base de la política es el acuerdo con el diferente.

Esto genera una dinámica de hostilidad y odio permanente, en un ambiente que tiene un contexto claro: el desarrollo de la globalización liberal en un momento que se ha visto deslegitimada por la onda de la crisis de 2008, por la conciencia de la emergencia climática y por la pandemia. Esas políticas que han triunfado desde los años 80, de desregulación de los mercados, de privatización, de adelgazamiento del estado de bienestar, ahora mismo solo se pueden preservar apelando a valores identitarios de tipo nacionalista. De ahí surge el nacional populismo como Bolsonaro en Brasil o Trump en Estados Unidos. Esto fomenta una política del odio. Argumentar parece una debilidad, es ceder al buenismo, con un cierto culto de la fuerza y con un lenguaje casi testicular. Y esto se une a que los votantes de la clase trabajadora se han visto defraudados por las políticas de la izquierda.

–En 2015, usted formó parte de una plataforma universitaria de apoyo a la candidatura de quien hoy es alcalde de Cádiz.

–Yo, incluso, fui cerrando la lista de las municipales, algo simbólico...

–Ha llovido mucho desde entonces.

–Fue un periodo muy ilusionante. Parecía que el descrédito de las políticas neoliberales podía tener la salida en un replanteamiento en el marco europeo en el que confío, y se pensó que la izquierda iba a tener una posibilidad, una apelación a una nueva izquierda que en las bases buscaba en la participación frente a los aparatos de los partidos una forma de proyectarse y recoger las reivindicaciones de la sociedad. Visto desde 2015 para acá, lo que nos hemos dado cuenta es que esa quiebra de las políticas neoliberales no ha desembocado en una alternativa triunfante de las izquierdas, sino en estas derechas nacional populistas que en cierta forma son las que han acogido el descontento de mucha gente ante las secuelas, la precariedad, la atomización, la desafiliación social producida por esas políticas neoliberales, buscando los vínculos en la apelación a la nación, la religión, a ese tipo de valores comunitaristas. Yo creo que esto es muy preocupante, estamos viendo que las extremas derechas están crecientes en todo el mundo. Es muy importante que Europa sepa volver a ilusionar a la ciudadanía.

–¿Cádiz es una aldea gala?

–Cádiz ha sufrido terriblemente las secuelas de la globalización neoliberal en los 80 con la corrosión de su tejido industrial. A Cádiz le ha tocado proyectarse al ámbito turístico. Eso genera precariedad, con un sector gastronómico y hostelero de trabajo temporal, sueldos precarios... Si a Cádiz le queda esa alternativa, habría por una parte que no eliminar lo poco que queda de tejido industrial y, por otra, buscar una proyección en el ámbito turístico que evite la precariedad y que evite la gentrificación, que es el otro mal y es muy peligrosa porque la ciudad pierde su identidad, deja de tener alma propia. Hay que buscar una oferta turística de calidad que obligue a dar unas condiciones de trabajo sanas a los empleados del sector, con un desembarco de inspectores de trabajo. Y potenciar mucho la dimensión de la oferta cultural de la ciudad, que pasa también por la universidad como en Santiago,Salamanca o Granada. Cádiz debería potenciar eso también.

–¿Le duele ver fragmentada la izquierda?

–Sí, ahora mismo la de la izquierda del PSOE. Políticamente yo no soy comunista, soy socialdemócrata. Porque creo que hay que hacer políticas reformistas reinventando la socialdemocracia a escala europea. Y no tanto centrada en aumentar la propiedad pública, sino con un sistema fiscal progresivo y aumentar la propiedad social, la limitación de los alquileres, la renta básica universal...

–¿El Francisco Vázquez que cerró aquella lista municipal subirá algunos puestos en el futuro?

–No, yo no tengo vocación política. Me parece que interesarse por la política es connatural con nuestra propia condición. Los griegos decían que el que no se interesaba por la política era idiota, en el sentido de que es incapaz de trascender su particularidad. Pero no me veo yo en la política, prefiero estar desde el ejercicio del pensamiento, del juicio crítico que no entra dentro del juego de los aparatos. El problema de la política, y se ha visto en esa alternativa de políticos que supuestamente sí nos representan, es que la maquinaria de los aparatos es muy difícil de superar y limita el pensamiento, obliga a los argumentarios. Prefiero estar desde fuera, aunque mis simpatías están del lado que están. Y es fundamental aceptar al otro en política, que es lo que se está perdiendo; la derecha es necesaria, la democracia es la pluralidad y lo que tiene que haber es la posibilidad de llegar a acuerdos, y no bloquear.

–Usted ha escrito mucho sobre la sexualidad y la identidad de género. Es un tema en el que, creo, la sociedad tiene una inmensa empanada mental.

–Sí. Si me ha interesado este tema de la sexualidad, es porque ahí estamos viendo el acontecimiento en marcha, cómo se están generando nuevas formas de identidad, nuevos estilos de vida que hace 30 o 40 años nos parecían insólitos o una degeneración. Lo que estamos viviendo es una proliferación de nuevas formas de vida, de identidad que indican pluralidad y la diversidad que existen en nuestra sociedad, y que justamente tenemos que aceptarlas. Tenemos que cambiar nuestra manera de pensar. A mí me ha interesado el tema de la historia de la sexualidad porque es un observatorio privilegiado para ver cómo se construyen tipos de personas. Por eso me ha interesado desde la figura de la prostituta hasta el sacerdote pederasta, el hermafrodita, los intersexuales, la transexualidad, la homosexualidad... Es decir, un análisis de cómo se configuran tipos de personas a partir del diálogo y la utilización permanente de los recursos de la ciencia histórica, de la ciencia social.

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