Perversiones Gastronómicas

Los ultramarinos vencidos

Joaquín y José Luis Chulián, en el interior del ultramarinos Sopranis.

Joaquín y José Luis Chulián, en el interior del ultramarinos Sopranis.

“Lo único que podemos hacer es zarpar a alta mar. Sin deseos de echar el ancla”. (Emil Cioran, Breviario de los vencidos).

Esto es lo que habrán pensado los más de 30.000 gaditanos que han despoblado la ciudad en los últimos 35 años. Aunque la ciudad se desangre, la pérdida de habitantes no debería ser el dato más alarmante. Realmente, lo que interesa analizar es el modelo demográfico que estamos proyectando a los próximos veinte años, no solo en la capital sino en la Bahía. Cualquier reflexión que se haga sin visión metropolitana será un error.

La pujanza de Cádiz no es solo una cuestión demográfica sino de cómo debe planear su función en el engranaje poliédrico de la Bahía y con las tensiones políticas que se avecinan. Llama la atención cómo la capital está abonada, sin ningún tipo de reflexión previa, a la actividad económica del turismo. Crecen como setas los apartamentos turísticos expulsando a otras poblaciones cercanas a la clase trabajadora y generando un síndrome de Venecia prematuro.

Pocos han caído en la cuenta que la industria turística es como una explotación minera: llega, esquilma y se va

Muchos dirán que todo este boom ayuda a rehabilitar las viviendas, pero solo transforma la ciudad en un cadáver exquisitamente conservado. Pocos han caído en la cuenta que la industria turística es como una explotación minera: llega, esquilma y se va. Es un monocultivo que no da oportunidades a otros sectores. Se van colonizando espacios y la ciudad deja de ser vivida para ser consumida, devorada. ¿Dónde queda la economía del conocimiento?

Los ultramarinos son unos auténticos supervivientes de este proceso de gentrificación a la gaditana. Sobreviven y, a su vez, fomentan y mantienen la identidad, el estilo de vida. Prácticamente han sido vencidos desde que los chinos llegaron a Cádiz hace más de una década y corren aún más peligro con los chillones carrefures.

El ultramarinos Sopranis lleva muchísimos años abierto al público en el número 24 de la misma calle del Barrio de Santa María. Está regentado por los hermanos Chulián desde 1985 aunque Joaquín entró a trabajar con quince años en 1977 y más tarde lo acompañara en el oficio José Luis.

Los ultramarinos son unos auténticos supervivientes de este proceso de gentrificación a la gaditana

El establecimiento cumple con el modelo de despachar alimentos sobre una tapa de mármol blanco con la textura rugosa y, al mismo tiempo, servir bebidas y viandas en una pequeña barra aneja de formica en zig zag que fomenta la sociabilidad y el encuentro. Es un local muy ochentero, el alicatado y el suelo de terrazo lo delata pero el ambiente de barrio lo hace todavía más singular.

En los años setenta el almacén tenía un público distinto que los hermanos Chulián añoran. Se despachaban alimentos a los barcos del muelle y entraban las cigarreras de la cercana fábrica de tabacos. Los trabajadores de la tienda de efectos navales de Freire, maquinistas de Renfe, los gitanos del cercano piojito y el hampa de la droga ya desaparecieron para dar la bienvenida a otro público. A otros tiempos.

Hoy, aunque la vida ha cambiado, todavía entran niños en pijama a hacer “mandaos” que conviven con azafatas del Alvia o clientes hospedados en el cercano Hotel El Convento. La magia de este ultramarino está en ese delicado equilibrio. Puede entrar un señor a tomarse una campanita de Valdepeñas (0,60 euros) mientras el padre Pascual Saturio compra cuatro yogures naturales azucarados o la vecina del primero deja fiado una bandeja de dulces.

Joaquín y José Luis son sabios, auténticos profesionales que cumplen con la función social de un oficio digno y absolutamente necesario

Sopranis no es una calle recta, no cumple con el principio urbanístico lineal. Su trama recuerda a la pequeña barra de formica de la que antes hablaba. Este reducido espacio de bar sin pretensiones es perfecto para el encuentro entre amigos. En esta esquina se pueden tomar todo tipo de chacinas sobre un humilde papel de estraza, conservas de calidad, vinos de toda España y hasta se puede participar en un pequeño sorteo semanal (un jamón, un queso, ½ chorizo ibérico, ½ salchichón ibérico y una botella de vino por 1,50 euros el boleto).

El establecimiento mantiene la venta de bacalao, buenos bocadillos y un horror vacui de dulces amontonados en el mostrador. Se venden botellines de licores de decenas de referencias a modo de petacas que recuerdan a la más absoluta clandestinidad, como si una Ley Seca hubiera asolado al barrio. Joaquín y José Luis son sabios, auténticos profesionales que cumplen con la función social de un oficio digno y absolutamente necesario.

Las botellas de coñac Veterano o Centenario adornan el dintel de una de las puertas junto a paquetes de Evax fina y segura y las estanterías de suavizantes descansan sobre la foto de la plantilla del Cádiz CF en 1991. Solo cierran domingos y festivos por la tarde.

En esta crónica de los vencidos, el Sopranis cumple con un requisito que lo hace más auténtico: pasa desapercibido. A pesar de haber sido vencida, Cádiz invita a zarpar pero no a huir de esta despoblada y, sin embargo, amable ciudad. No tenemos prosperidad, no vemos futuro, pero nos quedan un puñado de ultramarinos.

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