El pan nuestro de cada día

informe/ solidaridad 3 Un día en una fundación benéfica

Una jornada en los despachos de alimentos y el comedor de la Fundación Virgen de Valvanuz

Una voluntaria tiende a un usuario un paquete de arroz que forma parte de la bolsa de alimentos de este mes en el despacho de Valvanuz.
Una voluntaria tiende a un usuario un paquete de arroz que forma parte de la bolsa de alimentos de este mes en el despacho de Valvanuz.
Tamara García Cádiz

16 de junio 2013 - 01:00

"Chica, ¿tienes un cigarro?". Se fuma el tiempo entre una hilera de carros. Un pequeño vicio que no puede abandonar. ¡Cómo abandonarlo! Son las señales de humo de la normalidad. Antes siempre tenía tabaco. Ahora procura proveerse siempre que puede. Le da tranquilidad. Fuma, sí. Como si todo fuera igual que antes. Como en las horas del pan nuestro de cada día. Cuando iba a trabajar, cuando llegaba a casa y el plato, aún caliente, lo llamaba al almuerzo. El cigarro es un asidero a cualquier tiempo pasado que, para él, siempre fue mejor. Siente que se traga el orgullo en cada calada. Entre una hilera de carros. "Esto es mendigar, sí, sí, tú dirás que no, pero esto es mendigar, y no es agradable, pero es lo que hay". El hombre triste no está solo en la calle Santiago. Está la mujer enfadada. La chica tímida. El señor vencido. La mujer esperanzada... Algunos fingen normalidad. Es el pan nuestro de cada día. La hilera de carros matutina a la espera de la compra del mes; la hilera vespertina de hombres desheredados a la espera de la cena. Es el pan nuestro de cada día frente a la puerta de la Fundación Virgen de Valvanuz.

La estampa no precisa de adjetivos. La fría era de las cifras se explica con los números que dibujan este panorama. Una ciudad con más de 18.000 parados. Una provincia con el 41,62% de tasa de paro en el primer trimestre de este año. 53% de parados que no reciben ninguna prestación. Corta es la hilera de carros. Cortos los 4 turnos de cena de 22 personas cada uno en el comedor social de Valvanuz. Más de 700 personas que al año entran a probar bocado. Más de 500 familias, 200 más que el pasado año, que acuden una vez al mes a por la bolsa de la compra. Las cifras dan escalofríos pero su traducción en imágenes, rabia. Dadles de comer vosotros (los que deben hacerlo miran hacia otro lado). Milagro de los panes y los peces que cada vez cuesta más reproducir (el Plan de Ayuda a las personas más necesitadas del Fondo Español de Garantía Agraria todavía no ha llegado al Banco de Alimentos).

Fuera, en la puerta, hace frío, un frío extraño que viene del alma. Dentro, en el 10 de Santiago, la temperatura cambia. Hay calor, comida, manos que echan una mano, gente alegre y dispuesta. ¿Soluciones? No, no hay solución. Pero sí apoyo, una manita para ir tirando y oídos para escuchar. "Muchas personas necesitan también que las escuchen, procuramos ser cercanos, además de estar atendiendo el comedor o en el despacho de alimentos", explica Mila Aragón, la responsable de esta sección de Virgen de Valvanuz, que nos invita a una jornada en la sede.

Es mediodía de jueves. María Perales ha llegado a las diez. Mientras guisa los 8 kilos de lentejas y prepara los seis kilos de lomo y la ensalada que se servirán en la cena de esta noche, otros voluntarios atienden a las personas que pasan al despacho a recoger la bolsa de comida. Jueves y viernes son los días de reparto -son los días de la hilera de carros, de fumar el cigarro en la puerta intentando fingir que no pasa nada, que es el pan nuestro de cada día...- antes, las familias que quieren acceder a esta ayuda han tenido que presentar (martes, miércoles o jueves a partir de las cinco y media) documentos acreditativos de su complicada situación (cartilla del paro, ingresos, padrón...)

Los usuarios son llamados por su nombre y apellido. Entran a la oficina, prácticamente alicatada de cajas de alimentos, muestran su vale (el que les han facilitado en esa cita vespertina) y ya pueden llevarse la compra. Una vez al mes.

Hoy toca aceite, pasta, legumbres, galletas, leche, tomate, café, zumo, harina, espárragos, soja y unos extras especiales de huevos y melón. "¿Y esto cómo va? ¿Con qué lo hago?", pregunta una joven que mira con cara extraña "esto de la soja". La voluntaria que la atiende le explica alguna receta.

Aunque el trato con los usuarios es cariñoso, tranquilo, la actividad no cesa en el 10 de Santiago. Manoli Ríos está atenta a lo que falta. "José sube a por más pasta que se está acabando". "Si sube que me baje ajo para los filetes", reclama María desde la cocina. La olla humea, las lentejas están hirviendo pero hasta la noche no serán servidas para otro tipo de usuario. ¿O no? ¿O es el mismo? ¿O es que cada vez se parecen más?...

Da la sensación que la hilera de carros no adelgaza, sino que engorda. Van yéndose unos, van llegando otros. "Cada vez son más familias de clase media las que necesitan del reparto de comida. Ha ocurrido que aunque entre dinero en la casa se necesita para la hipoteca, para la luz, el agua... Estamos en una situación que aquí viene gente que conoces a lo mejor de toda la vida, gente trabajadora, de tu barrio, pero que ahora les ha venido la cosa mal", explica Manoli.

Sus palabras se ven refrendadas conforme van entrando personas a por sus mandados. Padres de familia que agachan la cabeza (nuestro amigo, el hombre triste, entre ellos), señoras que miran con fiereza, casi desafiantes, pero que pasan el trámite lo más ligero posible, alguna familia inmigrante y muchos gaditanos. Muchos. A por aceite, arroz, pasta, huevos, a por el pan nuestro de cada día que, en realidad, quisieran ganarse tras una jornada laboral "y no aquí esperando a que la llamen a una", dice la mujer enfadada.

Suena el timbre. Manoli abre la puerta y atiende a un señor bajito, vestido de oscuro, ese tipo de hombre que se esfuerza por pasar desapercibido. Manoli toma nota de sus datos. El hombre invisible le entrega una buena suma de dinero. Se marcha. "Ha hecho una donación", nos cuenta la voluntaria que lleva colaborando con Valvanuz unos 3 años. De ese tipo de donaciones de personas anónimas, de cofradías, restaurantes, caterings y tiendas, del esquilmado Banco de Alimentos y de la cuota de los socios de la fundación salen los alimentos que se van repartiendo entre los usuarios en cantidades variables según el número de personas que integran la familia (1-2/2-5/más de 6)

"Cádiz es muy solidario, mira que hay necesidad, pues aún así se da mucho". Y no sólo alimentos. En Valvanuz, tras estudio del caso, también se llega a pagar recibos de luz y de la casa. "Nosotros no damos el dinero a la persona, lo que hacemos es ir a pagar el recibo que sea", explica Manoli. De hecho, la mujer esperanzada tras llenar su carro queda con la voluntaria para otro día con la intención de llevarle algún recibo. "A ver si para el mes que viene la cosa viene mejor, espero que sí", anhela...

Eduardo llegó a la fundación para saldar una multa haciendo allí trabajos por ocho días. "Los cumplí y luego me quedé colaborando". Hoy porta un carro de supermercado lleno de ropa. Donaciones destinadas a la ropería que Valvanuz ha puesto en marcha en el número 13 de la misma calle los martes, miércoles y viernes a las cuatro y media de la tarde. Mientras que la hilera va expirando o va creciendo (según se mire) Eduardo traslada la ropa, deprisa, aquí en el 10 hay bastante trabajo.

Cuando a las siete y media regresamos a la fundación, la oficina de los despachos se ha convertido en una salita de espera. Los voluntarios, Mari Pepa al frente, dan conversación a los hombres (la gran mayoría son hombres) que esperan su turno para pasar al comedor donde se sirve la cena.

Montse se ata con gracia su delantal rojo de lunares blancos y Salud, la jefa de cocina, ya sabe a ojo cuánto hay que servir en cada plato para que de para todos. "Ahora en verano pasamos al primer turno a las ocho, y así cuatro turnos". A muchos usuarios los conocen, por sus nombres, por sus motes, hasta los han llevado de excursión. "Y lo pasamos la mar de bien, pasamos una hoja, se apuntan, y ya hemos ido a los caballos de Jerez, al Príncipe de Asturias a Rota, al campo...". Salud sabe tratar al personal. Su plato de lentejas y su charlita. "Yo vengo siempre, soy del barrio, aquí me tratan bien", dice un chico, uno de los que se sienta en este comedor y no vive en la calle. Comen deprisa, saben que hay más compañeros que esperan. Comparten el pan. En la mesa. El pan nuestro de cada día.

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