De Cerca | Nico Montero

“A los padres les pedimos serenidad y sentido común”

  • Con una llamada a la confianza en los sistemas educativos y sanitarios, el director del instituto Fernando Aguilar reconoce que el coronavirus ha destapado las carencias digitales

Nico Montero, en una de las aulas del instituto que dirige.

Nico Montero, en una de las aulas del instituto que dirige. / Lourdes de Vicente

Aunque nacido en Huelva, las raíces gaditanas de Nico Montero no son a estas alturas discutibles. Como director del instituto Fernando Aguilar, su visión del momento educativo en tiempos de indeseable pandemia lo convierte en un observador agudo de una realidad que analiza con detalle y con el objetivo, siempre, de sacar lo mejor de los chavales con los que trata.

—¿Cómo ha ido la vuelta al cole tan distinta a la de otros años?

—La vuelta al cole ha ido bien en líneas generales. Pero para mí y para el equipo directivo no ha habido vuelta al cole porque no nos hemos ido. Desde que el 18 de mayo permitieron abrir el centro para tareas administrativas, ya no hemos parado. Este año no tocaban vacaciones porque teníamos que poner el centro a tono. Hemos estado desde mayo hasta agosto trabajando en medidas de seguridad y prevención para crear un entorno seguro. Los equipos directivos no hemos vivido la vuelta al cole. El primer test de la vuelta fueron los exámenes de septiembre. Aunque con menos alumnos, permitió probar el protocolo de seguridad.

Hay tres cosas básicas que hemos hecho. Lo primero, trabajo de campo: distribución del mobiliario y los espacios. En agosto, con tres miembros del equipo directivo, hemos estado moviendo mesas y sillas, metro en mano, midiendo y distribuyendo los espacios para poder garantizar un metro y medio de distancia entre el alumnado. Luego, toda la cartelería, sectorización de los espacios, convertir en aulas ciertos laboratorios. Lo segundo fue el gran trabajo de limpieza y desinfección, que también ha sido gordo, y lo tercero ha sido el protocolo de acción digital, ir dotándonos de medios y de recursos para atender las necesidades del profesorado y del alumnado, sobre todo si hay un nuevo confinamiento o si se estima que un grupo tiene que hacer cuarentena y necesita recursos digitales. Ha habido también que detallar un plan digital porque cuando llegó el cierre, cada uno hizo lo que pudo. La pandemia ha sacado a la luz muchas carencias, especialmente en recursos y herramientas tecnológicas.

—Desde fuera del ámbito educativo se habla de cierta improvisación, sobre todo en las altas esferas de la consejería, de dejar que pase el verano para tomar medidas. Pero parece por lo que cuenta que se ha trabajado, que no se ha dejado todo para septiembre.

—Yo considero que a nivel de consejería las normativas han ido saliendo tarde y, a veces, fuera de tiempo. A veces han salido tarde y mal. Y los equipos directivos no hemos podido relajarnos, no hemos podido esperar a que papá delegación o mamá consejería nos resuelva el problema. Nosotros empezamos a trabajar cuando todavía no había directrices claras. No podíamos esperar porque el 1 de septiembre ya había chicos. Ha habido un trabajo inmenso de muchos equipos directivos, que lo hacen en silencio y soledad, y a veces con ingratitud porque rápidamente se pone el acento sobre lo que falla.

—Protocolo versus realidad. Cómo ha funcionado.

—Mira, el papel lo aguanta todo y los protocolos son muy teóricos. Nosotros hemos tratado de hacer un protocolo muy realista, muy sensato y cabal que me lo han pedido de otros centros. De hecho, la consejería nos propuso como centro modelo de seguridad por un vídeo que hicimos para las familias. Pero es verdad que cuando ha llegado el momento, hemos tenido que cambiar algunas cosas y mejorar cosas en las que no caes hasta que llega el día a día. Es un documento muy vivo que se va cambiando, sobre todo ahora que aparecen los primeros casos positivos.

—¿Cómo han llegado los alumnos?

—Tengo que romper una lanza en favor de los adolescentes y jóvenes, aunque a veces los critico y les doy caña. Han venido con mucha docilidad y con ganas porque, en el fondo, ellos necesitan la escuela, que socializa y te hace ser quien eres. La escuela telemática es un desastre, indeseable. Los chicos han venido con muchas ganas de volver a la normalidad, aunque sea con mascarillas. No hemos tenido que llamar a nadie la atención. Es cierto que cuando entran en el centro, lo hacen en un universo normativo que les impone un modo de estar.

—¿Y les puede servir para la calle, donde son de los sectores más criticados y vigilados?

—Ahí está el salto. La pandemia es también una oportunidad educativa, sobre todo es el tiempo de que los chavales aprendan a desarrollar la responsabilidad individual. Esta es una generación de chicos que vive entre algodones y no ha tenido mucha experiencia de frustración y sufrimiento, y están acostumbrados a vivir con ese síndrome de que las cosas malas les pasan a los demás. La pandemia tiene que hacerles ver la necesidad de la responsabilidad individual, de cuidarse y protegerse para proteger también a su familia, a los abuelos que son más vulnerables. El otro día vino el doctor Fernando Carmona, del Puerta del Mar, dando una charla a los chavales sobre eso, contando su experiencia vital en el hospital. Y, de todas formas, aunque los veamos por la calle con las mascarillas bajadas, no nos rasguemos las vestiduras porque también es nuestra responsabilidad. También esta pandemia es una llamada de atención a los padres.

—¿Y cómo han llegado los padres?

—En los padres, evidentemente, hay una preocupación grande. En mi experiencia han sido muy importantes las videoconferencias con todos los padres, fueron varias, explicándoles el protocolo, tranquilizándoles, dándoles todos los datos, resolviendo dudas y preguntas. Cuanta más información des, también das más serenidad. No obstante, había recelos: normal. Luego, cuando ha habido algún caso positivo, nosotros llevamos tres, se han activado los protocolos y no se ha propagado dentro del centro. Eso es lo bueno, eso es lo que hay que intentar en los centros educativos. A los padres, en estos momentos, les pedimos serenidad, que ante la duda hablen con nosotros, que pongan sentido común y confíen en la institución educativa y también en la institución epidemiológica que está haciendo un buen trabajo. Y rompo una lanza por este servicio que está saturado y que necesita personal para atender todo lo que le está llegando.

—¿Qué fue lo peor de la pandemia educativamente hablando?

—Lo peor para mí fue el alumnado sin recursos que se quedó tirado, sin duda. De hecho, me tuve que venir al instituto a hacerme con portátiles para repartirlos entre el alumnado... Este instituto tiene mil alumnos, vienen de muchas zonas, hay muchos niveles educativos y había chicos que se habían quedado muy tirados, por tema económico pero también chicos con necesidades educativas especiales, que también son las grandes víctimas si no tienen medios ni recursos. El profesorado también tuvo un estrés grande, cada uno hizo lo que pudo. A nivel educativo, lo peor fue darnos cuenta de que sin venir a la escuela diariamente no podían seguir en casa su proceso educativo, y eso genera marginación y frustración. Eso es algo que no puede volver a ocurrir. La pandemia ha destapado la brecha digital y también las carencias en educación, la ausencia de recursos y la ausencia de preparación digital del profesorado. Faltan herramientas y falta formación. Se ha destapado la necesidad de un plan de acción digital.

—No sé si en determinados cursos del sistema educativo todo lo ocurrido puede afectar gravemente a los alumnos. Por ejemplo, en un curso, que no es el caso de este instituto, en el que los niños estén aprendiendo a leer. ¿Habrá que recuperar el terreno perdido con algún refuerzo?

—El tercer trimestre del curso pasado ha generado ciertas lagunas, evidentemente, por muchas circunstancias. Ha habido unos meses que han sido muy laxos, muy flojos a nivel académico. Se nos ha insistido desde la normativa, pero también desde el sentido común, que durante este primer trimestre se intente reprogramar para que se pueda atender todo aquello que no se cimentó bien. No obstante, creo que el refuerzo es necesario. De hecho, el 20 de octubre empezamos aquí unas clases gratuitas de refuerzo a través de un proyecto presentado en la consejería. Está destinado a alumnos con dificultades académicas y van a venir por la tarde. En otros años ha tenido muy buenos resultados. Clases de refuerzo con grupos muy pequeños.

—Es evidente que en la educación se cocina la sociedad del futuro. ¿Estarán en estas aulas aquellas personas que tengan que hacer frente a otra pandemia o a una situación parecida? Esta generación está viviendo algo que las anteriores no han vivido.

—Sí, por eso es importante que esta generación que ahora mismo pasa de puntillas por la pandemia, porque lo ve como algo que no les toca a ellos, que les pasa a otros, es necesario que desarrollen la capacidad de empatía. Por eso la educación no puede ser solamente inculcar una serie de conocimientos, de conceptos, muchos de ellos memorísticas, sino generar empatías, una educación para el corazón. Tenemos que ser capaces de crear ciudadanos con capacidad de dolor. Si los adolescentes y jóvenes hacen aquí el puro cumplimiento de las normas y en su vida diaria siguen a su bola como si no fuera con ellos, esperando que pase el tiempo, si no somos capaces de que hagan un proceso que les haga generar valores desde dentro, no vamos a tener grandes ciudadanos, vamos a tener a gente mediocre que pasó por una pandemia con mediocridad y con pasividad. El gran reto educativo es aprovechar esto. Queremos más adelante tener un encuentro con personas mayores, con todas las medidas de seguridad, para hacer hincapié a los alumnos en que algo pueden hacer. Es bueno abrirles ventanas educativas para concienciarlos. Aquí no se puede imponer nada, y menos la nobleza de corazón, pero sí se puede abrir ventanas, puertas, crearles inquietud para que todo esto les ayude a ser mejores personas, más solidarios. El otro día les decía a los chicos de Bachillerato que no se olvidaran de sus abuelos, que a lo mejor no los pueden ver estos días, pero a los mejor un telefonazo, un wasap, un vídeo... Y algunos me reconocían que tenían a sus abuelos un poquito abandonados.

—Ellos no se dan cuenta, pero los pueden perder.

—Exactamente, hay que abrirles los ojos porque están en la inconsciencia más absoluta. Están en el terreno de juego y no ven el partido desde arriba, como Luis Enrique cuando se sube al andamio. Y hay que intentar hacerles ver cosas que ellos, no por maldad sino por no saber, no son capaces de ver.

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