Los nombres más allá de las estrellas

La Universidad de Verano clausuró ayer su tercera edición

La cita ha servido, además de como ejercicio de recapitulación, para reforzar la imagen de unidad de la formación

Íñigo Errejón y Juan Carlos Monedero, en el patio de la Facultad de Medicina.
Íñigo Errejón y Juan Carlos Monedero, en el patio de la Facultad de Medicina. / Joaquín Hernández Kiki
Pilar Vera

CADIZ, 10 de julio 2017 - 02:06

Como era de suponer, las estrellas se han llevado todas las cámaras en la Universidad de Verano de Podemos. Sin embargo, lo interesante de la cita de estos días ha estado en a quiénes se ha convocado más allá de los nombres de la política. En lo que podía decir, en lo que se podía aprender, de Manuel Castells, de Boaventura de Sousa, de José Luis Villacañas; de Sophia Chikirou, responsable de Comunicación de la France Insoumise; o de Winnie Wong, co-creadora la campaña #PeopleforBernie. Ellas dos fueron las encargadas de cerrar la última mesa de la Universidad, que tuvo una conclusión implícita y explícita, nueva por viejísima: hasta hace poco, la izquierda parecía haber olvidado -y sus esfuerzos van hacia recuperarla- su condición internacionalista, que había sido asumida, sin problema, por las grandes corporaciones o por los movimientos de extrema derecha. "Esta es la primera mesa paritaria de esta universidad, lo que también merece un aplauso", apuntaba el consultor y analista político Iván Redondo. El tema de la paridad en las ponencias -a última hora, cayeron nombres como Ana Pardo de Vera, Paula Ortiz o Irene Montero- ha traído de cabeza a los organizadores.

A la formación, la tercera edición de su Universidad de Verano le ha servido de agente aglutinador. Volvemos a hacernos una "foto" de grupo. Hemos solucionado las cosas. Somos capaces de dejar atrás ese mal endémico de la izquierda que es el morir discutiendo. Como cualquier congreso político al uso -aunque esto no se defina como tal ni sea exactamente lo mismo-, este encuentro es una forma de comprobar hasta qué punto puede llegar, en política, el efecto burbuja respecto a la realidad -que es inevitable, y que puede ser muy grande, ¿recuerdan el precio del café de Zapatero? ¿A Nicolás II preguntándose por qué no lo querían?-. Una distorsión que opera, desde luego, en ambos sentidos.

Por ejemplo. Juan Carlos Monedero es el verdadero artista del show, la encarnación de Bill Nighy. Controla el concepto de espectáculo a la perfección -aquí entran las salidas de tono, los guiños, el encanto, la retranca-. Parafraseando a Garcilaso (lo siento), Monedero ha cortado el escenario a su medida.

E Íñigo Errejón no es da man, pero debería serlo. O debería haberlo sido. "Es inevitable tener afinidades, favoritos", comentaba el filósofo José Luis Villacañas. Durante su charla común, Villacañas observaba a Errejón como el entrenador de Lancelot hubiera mirado a Lancelot -¿tenía Lancelot entrenador? ¿tenían entrenadores los caballeros medievales?-.

Siempre se ha dicho que Íñigo Errejón era el más brillante, intelectualmente, de la primera fila podemita; y desde luego lo parece, tanto en su manera de exponer como de exponerse: alguien capaz de encontrar las formas de traducir el bagaje académico en realidades. No abunda. Tiene un aura tierna: hace bromas sin darse cuenta, hablando en serio. Y siente las cosas, les pone pasión: algo que se pierde, por desgracia, frente a cámara o en cuanto entra en modo de discurso "oficial". Se transmuta en algo plúmbeo.

Justo lo contrario de lo que le ocurre a Pablo Iglesias, a quien las buenas hadas (o cabronísimas, como prefieran) bendijeron en la cuna con ese concepto tan difuso que es la telegenia.

La Universidad de Verano de Podemos es un encuentro híbrido, de difícil etiquetaje, a medio camino entre la formación y el adoctrinamiento -quien rellene el formulario de ingreso ha de hacerlo desde la afinidad o desde el quintacolumnismo-. El carácter "universitario" de la cita no está tampoco, en la juventud de sus asistentes -el rango de edad entre ellos era amplísimo-, sino en su vocación de plataforma.

No son los primeros, desde luego. No son los primeros progresistas, los primeros "comuneros", los primeros feministas con barba. Siempre han existido espíritus que defendieron lo alternativo. No son los primeros, tampoco, que hacen suyo el valor de la formación como herramienta. Todo es ya antiguo.

Pero si es cierto, si la formación termina sustituyendo al tradicional carné como moneda de paso, eso, aquí, sí será revolucionario.

Distopías para cerrar las jornadas

La mesa Futuro imposible (o por qué ya sólo imaginamos distopías) cerró la Universidad de Podemos. El sociólogo Jorge Moruno, la periodista Pepa Blanes o José Barcia, jefe de gabinete del Ayuntamiento de Cádiz, discutieron sobre el juego de realidades que proponen, desde la ficción, los otros mundos posibles. "Aplicaciones como Good Job o el índice Klout nos remiten directamente a lo que pasaba en el Nosedive de 'Black Mirror', por ejemplo", comentó al respecto Moruno. Para Blanes, resulta especialmente significativo el cuerpo de la mujer como "problema" en la ciencia-ficción, "ya que también lo es para el capitalismo y las redes sociales, que lo distorsionan"; mientras que Barcia destacó dos líneas dentro de las ficciones distópicas: las tradicionales, "de elemento centinela", y las de "confrontación", como Walking Dead, "que refleja el discurso de la amenaza de la inmigración, o la amenaza del cambio climático en Juego de Tronos", mientras que Blanes encontró similitudes entre Los juegos del hambre y la juventud indignada. Sin olvidar, señalaron, la importancia del lenguaje: cómo se definía la llegada de la crisis como una especie de "catástrofe natural", eufemismos como llamar "microemprededores" a los falsos autonómos o la existencia de "becas para emprendedores de más de 60 años".

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